En el año 1908, el escritor inglés Gilbert K. Chesterton dio a conocer una de sus novelas más famosas: El hombre que fue Jueves.

Trata de la historia del joven Gabriel Syme, reclutado por una misteriosa repartición policial cuyo propósito es destruir una siniestra y no menos misteriosa logia internacional ácrata dirigida por un líder que permanece en las sombras y que se hace llamar “Domingo”.

Por circunstancias fortuitas, es justamente el infiltrado Syme quien resulta elegido por los anarquistas londinenses para representarlos en ese consejo mundial, integrado por siete personas que presididas “Domingo”, llevan los nombres de cada uno de los días de la semana. Le tocará a Syme ser “Jueves”.

Ya en la primera reunión, Syme asistirá, petrificado por el temor a haber sido descubierto, a la denuncia que hace el propio “Domingo”: uno de los presentes es un detective infiltrado. Para su alivio, el espía descubierto no es él sino “Martes”

A medida que avanza lu investigación –y la novela–  el agente Symes, ya trasmutado en el ácrata “Jueves”, en sus esfuerzos por desbaratar las intenciones del Consejo, descubre que, al igual que “Martes”, cinco de los otros seis miembros son también detectives encubiertos; todos reclutados por un misterioso jefe policial. Es así que los detectives unirán sus esfuerzos para descubrir la verdadera identidad de “Domingo”, que resulta ser el propio funcionario policial que los ha reclutado.

En esta mascarada en la que el máximo villano y destructor es a la vez el máximo héroe y creador, se acaba por descubrir que así como el orden, para seguir siéndolo, necesita crear a los enemigos de los que debe cuidarse, en más de una oportunidad, por querer cambiarlo todo no se termina cambiando nada.

En todo caso, al observar el accionar de ciertos grupos de encapuchados durante las manifestaciones opositoras, uno no puede más que recordar las palabras de Chesterton: “A algunos hombres los disfraces no los ocultan, sino que los revelan”.