En los últimos años, el campo político se configuró como una cancha de fútbol. Dicha escena quedó expresada en la última elección donde el resultado electoral fue parejo, casi en mitades iguales. Aquélla vez la línea de cal delimitaba dos partes, la de los que apoyaron al Frente para la Victoria y un poco más grande la de los que acompañaron el triunfo de la alianza Cambiemos. Así las cosas, el partido se jugó y ganó Mauricio Macri. Pero a partir de entonces se empezaron a jugar otros partidos, una especie de campeonato clausura, como a la vieja usanza del fixture argentino pero para dar por terminado otras cuestiones.

Respecto de la economía un conjunto de fuertes medidas permitieron que el sector concentrado de capital gane por goleada. Eliminación de retenciones, devaluación de la moneda e inflación. Estas decisiones desentonaron del estilo de juego liberal, ya que implican el gobierno retuvo la pelota para dársela a algunos jugadores en detrimento de otros. Ya quedó en el olvido la idea de que el Estado debía ser como el canchero, para que el mercado sea el árbitro del “siga, siga”, en el juego del dejar hacer y dejar pasar.

Por lejos el gol de oro de este torneo es la aprobación en la cámara alta del proyecto de pago a los fondos buitres. A partir de allí no hay vuelta atrás, nos vamos al descenso, y caeremos otra vez en el fondo (Monetario Internacional). ¿Volveremos a jugar en primera? Si los países que juegan ese campeonato son los que conforman el G-20, posiblemente quedemos afuera. Más allá del artilugio de “la salida del default” que significa acatar el fallo del juez de Nueva York, en breve podemos tener litigios de otras procedencias.  A ello se le suma los condicionamientos que impone el endeudamiento, la vuelta a la valorización financiera del capital y la combinación de inflación con recesión. ¿Vamos a volver? En el último tiempo Argentina produjo alimentos para 400 millones de personas, conformó el segundo PBI de la región, con una consistente política de industrialización y desendeudamiento. Con esas acciones concretas nos abrimos al mundo, no porque nos haya visitado algún presidente.

En cuanto al desarrollo social, desde 2003 se armó un equipo goleador. En la presidencia de Néstor Kirchner, la recuperación del empleo significó una defensa infranqueable desde la cual proyectar el consumo y la movilidad social ascendente. En el mediocampo se fortaleció con la recuperación de los fondos de las AFJP, para habilitar a millones de jubilados y para los créditos de vivienda del Pro.Cre.Ar. Sin duda el diez del equipo fue la asignación universal por hijo, para honrar la consigna de que los únicos privilegiados sean los niños.

Muchos directores técnicos supieron decir “equipo que gana, no se toca”. Pero el ministro de economía contradijo esa ley refiriéndose a la grasa militante.  Los despidos masivos a empleados públicos y privados no encuentran sustento en un perfil ideológico, ni mucho menos de ñoquis. Se trata de un conjunto heterogéneo de trabajadores, de calificaciones diversas difícilmente reemplazables que tienen un impacto concreto: amedrentar a la clase trabajadora para digerir el ajuste.

En el plano de la cultura se jugó el partido más chivo. La batalla cultural fue y será la madre de todas las batallas. El proyecto político kirchnerista nació con una sociedad desmovilizada y apática con sus representantes. Poco a poco sumó adhesiones, con la incorporación de lo diverso, siempre desde los márgenes. Los conflictos siempre estuvieron a la orden del día, y la configuración del antagonismo fue sustancial para agregar voluntades. Desde el 2007 se aclaró panorama, cuando el ex presidente eligió su adversario y dijo: “¿Qué te pasa Clarín, estás nervioso?”. A partir de allí todo empezó a cambiar, la oposición encontró su centro de gravedad en el dispositivo mediático.

Durante la campaña estos aspectos fueron centrales para la alianza Cambiemos. La idea de un país dividido, del odio, de la grieta, del autoritarismo. Todos esos males se podrían conjurar con un nuevo modo de hacer política, sin conflictos, escuchando a todos. Sí se puede, dijeron. ¿Pudieron? Efectivamente no, porque el gobierno actualiza el conflicto permanentemente. Es un partido que va al alargue y no se define por penales. Cada acción de gobierno lleva adjunta la referencia a la “pesada herencia”. Pero el macrismo además no juega limpio, la derogación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, el cierre del Centro cultural Néstor Kirchner y de programas de inclusión, la reciente visita de Obama. Si a eso se le suma la amenaza de que hay más de un millón de empleados estatales que no merecen trabajar o el procesamiento de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el escenario que se vislumbra no es pacífico. Pareciera ser que esas jugadas fueron para la hinchada, contraria por supuesto.

¿Cómo está el partido? El resultado es incierto. El oficialismo tuvo una gran victoria a partir de la ruptura del bloque del Frente para la Victoria en la cámara de diputados y la aprobación del proyecto para parle a los fondos buitre. Por el momento el gobierno juega de contraataque. Lo que tiene para ofrecer no apasiona y genera desencanto. Macri sigue marcando la cancha, el tránsito de un campo al otro es fluido. Uno a la derecha que nuclea la clase política conservadora y a los sectores económicos dominantes y otro a la izquierda que congrega a los trabajadores y a los que adhieren y militan por un proyecto nacional y popular. Por el momento los que se paran en el medio son atraídos por el poder del oficialismo. Pero con eso no alcanza, el partido está abierto. Para ganarlo hay que salir a la cancha y jugar en equipo.