Los neo-tontos opositores promueven bacterias en la gente. Sus tres Caballos de Troya son: inflación, devaluación e inseguridad. Quieren tenerla asustada. Ignorando la crisis internacional, rechazan el Estado  de Bienestar y la inclusión social. Buscan una megadevaluación, más endeudamiento y saquear en el futuro a las empresas nacionalizadas.

¿Podrán ganar los inocentes, rebaño de ovejas, en un país de lobos? ¿Vencerán los de abajo a los acostumbrados a mandar y a someter?

La ofensiva de la oposición para aumentar las penas la amplifican los economistas, sirvientes de las corporaciones. Estos mayordomos del neoliberalismo explotan una mina de oro: la credulidad. Engels dijo: “El capitalismo genera sus propios enterradores”. Y uno es el miedo, que aumentan quienes no ofrecen soluciones. Analicemos por qué ocurre.

Se puede manipular, con el terror a la inseguridad. Se puede derribar a un gobierno con complots judiciales para liberar presos. Usualmente la CIA (confiesan ex miembros de sus filas) mata a alguien de derecha y lo imputa a la izquierda, para volcar las políticas hacia la derecha. Un medio para un fin. En Italia, mató a Aldo Moro y culpó a las infiltradas Brigadas Rojas. Aquí ordenó a López Rega asesinar al padre Mugica y a Rucci para que Perón girara a la derecha. Lo lograron. Maduro dijo que en Venezuela buscan eliminar al derechista Leopoldo López para incriminar a su gobierno y derrocarlo. Historia previsible. Sergio Berni, Secretario de Seguridad, se refirió a esta restauración antigobierno: 6 mil criminales que hurtan o roban, los apresan y salen libres en horas. Ignoramos si es una operación armada para desgastar a la Presidenta.

La inseguridad es multicausal, pero liberar presos defrauda a quien los detiene. Por esto llegan al país malhechores de Perú, Colombia, etc. Conocen que los hurtos no son aquí condenados. Dicen que “pungas” argentinos irán al Mundial de Brasil, confiando en ser allá, también, excarcelados. Para vivir en comunidad, el delito debe ser castigado. La seguridad no es cuestión de derecha o izquierda. El orden social es ineludible. De lo contrario, obraríamos como fieras. Es vital según “La comunidad organizada·” de Perón. Incluso para Fidel y el Che. Y para Lenin: “Sin orden no existe libertad, y sin libertad no hay democracia”.

Aquí es factible que a uno lo apresen varias veces y no lo condenen. Filman los hurtos en el Obelisco y no los detienen. ¿Qué hay detrás? ¿O existe otro país dónde quien nunca se arrepintió de asesinar a sus dos hijas, a la esposa y a la suegra, cumplió sólo 13 años de cárcel? A menudo con dinero o amiguismo ocurre; pero “el juez no debe ser más clemente que la ley”. En latín: iudex non debet lege clementior esse.

Alarmas. Botón de pánico. Cajeros. A cientos de policías expulsados de sus filas que tienen agencias de seguridad, no les conviene que el delito baje. Entradera. Llaman al 911, llegan dos patrulleros, bloquean una esquina. Puede haber tiroteo o no. Y si es detenido algún ladrón, informan: “Se detuvo a uno, otros dos escaparon. ¿Por dónde?  Por la otra esquina, en un auto. No estaba bloqueada. En films extranjeros se nota que bloquean ambas salidas. Aquí usualmente dejan una esquina sin vigilancia. Quizás como señal de zona liberada. O por comodidad, para evitar enfrentamientos. Nunca cierran con cintas el perímetro. Ni toman las huellas digitales en casas robadas. Sólo si hay muertos. No es la forma correcta de actuar. Hallar huellas reduce el delito un 80%.

Ahora, frente a reclamos del falso garantismo, la Corte Suprema avaló su criterio de “reincidencia”. El preso saldrá libre cumpliendo la pena, no dos tercios. La Corte se basó en el “mayor grado de culpabilidad de la conducta posterior, a raíz del desprecio que manifiesta por la pena quien, pese a haberla sufrido antes, recae en el delito”. Se admite que “el delito reiterado es más grave” (delictum iteratum gravius est).

En USA el primer hurto no impide el juicio, salvo declararse culpable y restituir el valor de lo robado y las costas. En algunos Estados purga hasta un año de cárcel. Si reincide, no evita su prisión. Según Berni, aquí el 75 % reincide; aun así, de apresarlos, son puestos en libertad. Algunos diarios progresistas festejan esta defensa de los victimarios. Un ladrón lastimó a una turista, le quitó su reloj y lo liberaron en horas, por hurto. Mal calificado. Estudiamos Derecho: fue un “robo” (del latín raubare), pues usó violencia con ánimo de lucro. Debería estar preso.

En España, la primera vez hay multa; si es menor y no tiene dinero se embarga a los padres. En Italia, de 6 meses a 3 años. Con violencia, hay agravante: es de seis años para arriba; y con arma hasta 20 años. En Alemania, de 6 meses a 5 años; en Francia, mínimo 3 años. Como es sabido, en estos países hay embargos o se pagan multas: a veces suman 60 mil dólares. Y en la cárcel, todos deben trabajar. No tienen celular para hacer secuestros virtuales. Ni se drogan, o violan entre sí.

Esto revela que la excusa local “no podemos hacer nada” es hipócrita. Que alguien explique por qué está afuera gente con condenas firmes. Los asaltantes subterráneos del banco Río, en seis años libres y con 19 millones de dólares. Pero “la ficción acaba cuando surge la verdad” (fictio cessat ubi veritas locum habet). ¿Quiénes los ayudaron a salir?

Quizás el Poder Judicial supone que la política social le es ajena y que la población debe someterse a sus originales designios, en ocasiones desestabilizadores, como cuando envía a su casa a condenados por el terrorismo de Estado. ¿La razón? Ser mayores de 70 años o parecer muy enfermos, lo cual surge de artilugios jurídicos de sus abogados.

El confeso asesino de 5000 personas, Ramón Camps, paseó cinco años por el Hospital Militar. Pero Italia logró en 1995 la extradición desde Bariloche del nazi Erich Priebke, ejecutor de la masacre en las Fosas Ardeatinas en la Segunda Guerra, sobre 335 civiles italianos. Tenía ya 82 años. No obstante, estuvo cuatro años preso. Sólo arresto domiciliario con más de 86. En Italia no cuenta la evasiva procesista de ser viejo al cumplir 70 años. Sépalo: “nadie debe sacar ventaja de su malicia” (ex nemo commodum habere debet malitia). Aquí lo hacen.

Otro hecho incomprensible es que, luego de 30 años de una endeble democracia, continúe la capucha sobre la cabeza de los detenidos. La excusa de que es para no ser reconocidos en la tele es falaz, pues esa práctica data de los años ´50, cuando no había televisión. Y no existe en ningún país civilizado. En revistas de EE.UU. o en diarios italianos y franceses exhiben el rostro del buscado o detenido con su nombre, para que si una víctima lo reconoce (quizás por violación) lo denuncie. Es pueril argüir que si lo ve en una foto la denuncia puede ser ficticia.

En países centrales, quien hace una denuncia falsa se expone a real prisión. No ocurre como aquí, donde el “falso testimonio” es sólo una figura legal. En el Reino Unido el perjurio recibe siete años de cárcel.

No hay duda: ¿a quién favorece la capucha, y no dar los nombres de los detenidos? No al ciudadano. Sólo a la policía, al fiscal o al juez. Un detenido invisible tiene más posibilidad de volver a su casa. Jueces de garantía que aquí liberan asesinos y violadores, estarían en problemas en los países europeos. Si el que sale reincide, los juzgan y expulsan.

La “tolerancia cero” que el alcalde Rudy Giuliani aplicó con éxito en Nueva York (y con la cual asesora a Massa por grandes sumas) fue la respuesta a la total corrupción policial en la Gran Manzana, que reveló el film “Sérpico” (1973, de Sidney Lumet), donde todos, salvo Sérpico agarraban su sobre semanal. Sería útil para algunas prisiones de la provincia, donde resulta sistemático el sistema de salir a robar para pagar residir allí sin conflictos ni buzones. Algunos intendentes miran para otro lado cuando roban en sus distritos. Otros dejaron claro que no habrá pactos en sus feudos. A su vez, los delincuentes temen que, de ser detenidos mientras roban, les cueste una condena mayor o el “suicidio” en las prisiones para no hablar de más. A un gobernador débil, como Duhalde, dejar a su arbitrio a un jefe de policía le costó el asesinato de Cabezas y hacer lo propio en la Capital, los de Kostecki y Santillán y la reelección. Massa no parece tener coraje para frenar a la corrupción Narco-Tigre. ¿El gobernador Scioli qué dice? Calla. No hay muchos con el valor de Kirchner para enfrentar sin temor al poderoso.

Decía Heráclito que “el combate es el padre de todo”. También quien ataca teme que lo hagan estallar a él. Al combatir a la inseguridad, no hay que caer en la trampa del miedo, pues eso trae la noche al alma.

Algo inexcusable es el linchamiento callejero. ¿Cuántos saben que el Código Procesal Penal del 2004 establece en su artículo 260° inciso 1, que “toda persona podrá proceder al arresto en estado de flagrancia delictiva”? Así uno cumple la ley. El artículo 259, inciso 2, aclara que existe una “flagrancia cuando el hecho punible es actual y el autor es descubierto, o cuando es perseguido y capturado tras haber cometido el acto punible o es sorprendido con objetos o huellas que revelen que acaba de ejecutarlo”. Puede detenerlo un civil. ¿Y la Metropolitana? Si por casualidad ve alguno, exija que lo detenga. Luego el juez decidirá.

Hay otra inseguridad, la estafa al Estado. La Presidenta denunció 700 millones de dólares que debemos al Club de París por un crédito (oh casualidad, firmado al final de la dictadura) para construir submarinos que no se fabricaron. Algunos jueces otorgan cautelares pasando por encima de los otros dos poderes: Ejecutivo y Legislativo. También hay fiscales y jueces que forman parte de la notable Justicia Legítima, algo silenciada. ¿Habrá alguno, con valores éticos, que investigue quiénes pusieron tanto dinero en sus bolsillos? Se sugirió que eran parte de la Marina, quizás “héroes” que tiraban a la gente viva al mar y aplaudían sus esposas, de improviso millonarias. ¿El crédito? Lo paga el pueblo.

El Estado compró trenes para reducir la nueva inseguridad: viajar mal. Pero los opositores apoyan huelgas y cortes sin aviso, como si fueran “políticamente correctos”. Un sindicalista que jura ser trotskista avaló a maquinistas de trenes causantes de 54 muertos y mil heridos. ¿Cuál es su ética? Alardea de “defender a los trabajadores” para ocultar que desean administrar la línea Sarmiento. ¿Ignora que Trotsky, creador de la revolución de 1917 y jefe de la policía secreta (NKVD) los habría fusilado, por imprudentes? Los conductores deben alquilar un film, “El ferroviario” (1958, de Pietro Germi), donde por sólo estar a punto de causar un accidente, un maquinista es despedido. Lo peor es que lo evitan sus colegas, por poner en peligro a pasajeros. Tenían códigos.

Sin embargo, en la tele los periodistas frívolos avalan las pintadas y el vandalismo en los trenes, plazas, u otros bienes públicos. Sin pudor, llaman “niños” a encapuchados que amenazan con aerosoles a quien se les oponga. Pero un detenido tenía 17 años y ya puede votar. Con fingidos pretextos progresistas, esa blandura mina la seguridad social.

En 1976 la dictadura copió del Norte su capitalismo salvaje. Y no hubo nadie que lo detuviera. En el país existían pocos jueces probos y fallos absurdos, hoy escondidos. Un juez actual de la Corte Suprema debía jubilarse a los 75 años, como cualquier otro, pero continúa, aunque ya tiene 96. ¿Quién lo avala? La Corte. Floja decisión. En latín: nemo ese iudex in sua causa potest (“nadie puede ser juez en su propia causa”).

Si bien “no todo lo lícito es honesto” (non omne licet honestum est) hay que reconocer que aquí “el derecho protege a los despiertos, no a los dormidos” (iura vigilantibus obveniunt non dormientibus). A veces “los honores cambian las costumbres” (honores mutant mores). Se ama el poder. Para los romanos, es tan dulce que sólo alguien fuerte lo deja.

El Poder Judicial maneja su presupuesto. No paga el impuesto a las ganancias (pero sí un trabajador). Decía Alexis de Tocqueville en1837 sobre algunos países: “Varían y renuevan las cosas secundarias; se cuidan mucho de no tocar las principales”. Y después: “Les encanta el cambio; pero temen las revoluciones”. Nuestro Poder Judicial es igual.

Con autocrítica, debería dignificar los derechos de las víctimas (ahora muy disminuidos), y entender que la verdadera Justicia no es la que se erige en campeona de los victimarios o del pasado, sino del porvenir.

Venceremos cuando en el Poder Judicial asomen muchos otros como Raúl Scalabrini Ortiz, un gran intelectual del campo nacional y popular, quien decía en su carta de felicitación a Perón al nacionalizar en 1948 los ferrocarriles, que tenía el orgullo de ser: “Uno cualquiera que sabe que es uno cualquiera”. No más, no menos. Lo opuesto al fútil elitismo.