Los periodistas son como los médicos, se han ido especializando: en política, fútbol, cine, teatro, música. Hemos escrito sobre estos temas, a los que la tele y los diarios sumaron otro ominoso, que repudiamos: el chisme. Hay de todo. Unos tuvieron maestros y otros sólo amigos. Algunos alardean al ver su nombre y su foto en los diarios. Otros, no.

¿Dónde arranca el placer intelectual de un periodista? En su amor al conocimiento. Cuando todo era manual y con las máquinas de escribir, algunos bajaban a sentir el olor de la tinta en la imprenta, mientras que otros preferían el olor tibio de la chica que esa noche les esperaba en la puerta de la redacción. El olor del goce sexual anhelado era igual a un jefe que apuraba la nota. A otros los inspiraba la pasión de novias portátiles o maltratadoras, o esposas amadas u odiadas. Hoy ofrecen las informaciones sin tener dos fuentes. Antes, la tercera fuente era lo etéreo de la lascivia. Había mujeres con las que se podía charlar sobre Bergman o Antonioni y otras que creían a Vietnam un equipo de fútbol. Y periodistas que no habían ido al teatro a ver un drama. Como ahora.

Al periodismo lo maneja el escepticismo de patrones descreídos y de jefes de redacción similares. No creen en los valores solidarios, para ellos es sólo un oficio que reditúa dinero. Un negocio. Incluso algunos que admiten ser oficialistas, confiesan: “Esto es un laburo, nada más”. Mañana estarán con otro, el que convenga más. A veces el bisturí de la palabra lo utilizan para hurgar verdades; otras, sacan afuera lo peor.

Usualmente, un periodista no siente simpatía por otro, y éste tampoco por él: se miran desconfiados, como si fueran opuestos. La envidia les corroe. Se saludan, pero es puro teatro. Si trabajan en el mismo diario uno de los dos, calcificado, pregunta a todos por qué el otro ocupa una posición mejor que él y procura serrucharle el piso y sacarle el puesto, sin depurar su sonrisa. La hipocresía paga. Pero el periodista honesto ignora las zancadillas, piensa con lógica platónica que no vale la pena perder el tiempo envidiando a nadie y disfruta su vida con una sonrisa.

El referente admirado por la clase media es ese periodista sonámbulo que diserta en la tele pero no valoriza ninguna de las 200 medidas del gobierno en 11 años. Lo culpa de todo. Ya que ambos son escépticos, el lector adora al mismo dios que el periodista: las redes sociales. No le cuestiona que al funcionario le pregunte como enemigo y al opositor como si lo hubiese votado. O que nunca repregunte a los de derecha.

El sonámbulo se conduce subestimando, con fobia, unido a esa clase también sonámbula, desilusionada en el 2001 de la política. Clase que no atina a comprender los cambios del tercer milenio, ni los beneficios que le otorgó este proyecto a ella. No teme que haya otro 2001, pero lo llama con su desprecio a la inclusión social. Hoy defiende a buitres.

Eso es algo estúpido. EE.UU acaba de dar piedra libre a estos fondos, para desalentar a los países que busquen no endeudarse con el FMI. Pragmáticos, creemos que es una descarada operación para variar la geopolítica de las reestructuraciones de deudas futuras de los países periféricos, y armarlas a la medida de las políticas financieras del FMI.

Pero el periodista sonámbulo va semidormido por la vida. No analiza las cifras de deudas reales, actuales ni del pasado. Lo guía su amistad con la derecha especuladora. La que lo hizo rico o espera que lo haga en el futuro. Hace operaciones para lograr su objetivo. Cobra por ello. Le pregunta a Macri, quien responde: “Sentarse frente al juez Griesa y pagar”. Ambos no averiguan por qué esa deuda subió en 13 años un 1.608%, cuando el empréstito de Baring Brothers & Co para construir el puerto de Buenos Aires (primer deuda externa luego privada, pues se prestó a terratenientes que no la pagaban y se nacionalizó) subió en nada menos que 82 años, al cancelarse en 1904, sólo un 800%.

Su modo es dar opiniones como hechos consumados, y así influye en la gente que, cándida, tiende a creer en ese vil “cuarto poder”. En los medios hegemónicos, hay varios nombres que en cada nota hacen la apología del “mercado” y del “abismo” que aguarda a la Presidenta. Es probable que estén aliados a un Servicio, que les cede carne podrida. Su virtud es la obsecuente obediencia perruna a las órdenes recibidas.

El periodista sonámbulo busca a menudo la idea más impiadosa para lanzarla a la cara del lector o del espectador: desea impactarlo. Le da placer mostrar el sufrimiento ajeno, afirma que el cinismo es la fuente de la profesión y que reflejar la inseguridad, la no-vida en las villas, los efectos dañinos (en otros) de las drogas, da a su tarea un rol artístico.

No es difícil volverse un periodista sonámbulo; depende de los colegas que se hayan frecuentado, los desprecios sufridos en la profesión y las ilusiones olvidadas durante años. El sonámbulo se tropieza con otros periodistas, afines o no al momento histórico, y saca conclusiones de lo que le conviene más. No admite la jactancia de los recién salidos de escuelas de periodismo (salvo que lo miren dando la sensación de ser alumnos atentos) y aprovecha la fiebre por sobresalir de esos jóvenes.

Sin embargo, él también buscó tener fama, dinero. Si aún no los tiene, insiste. Sueña con integrar la estirpe empresarial. Inclusive lo sueñan editores viles o redactores venales que envidian los sobres de los ´90 mediante los cuales algunos subieron la escalera. ¿La vocación? Ni se menciona, está demasiado lejana, en un tiempo ideal. O nunca existió.

Cuando el periodista sonámbulo entra en desuso, extraña esa época en que tenía algún cargo en un diario o revista y las trepadoras casi se le tiraban encima con su femineidad fumadora (aún proliferaba el goce del vituperado cigarrillo) para halagarlo y lograr que las publicara. Tras dos siglos continúa vigente la ironía del italiano Carlo Goldoni, que en una obra enseñaba: “Para conocer a un hombrecito, dale un carguito”.

Aprecia recalcar ese pasado de galán por las señoritas de la profesión que lo asediaban y con las que se acostó. Omite cauto que ellas no lo hacían por su gordura o calvicie sino porque se iniciaban, era chantaje sexual para que les diera un lugar, algo usual en productores de radio o tele. El lado oscuro (usarse mutuamente) elige obviarlo. Lo rebajaría.

Si aún tuviera poder, el sonámbulo sabría que la corrupción mediante el coito continúa entre los aspirantes a periodistas o escritores. De los dos sexos. Lo más peligroso para el sonámbulo (sobre todo, ya en la cincuentena) es cuando le aparece en sueños (o en la imaginación) su referente de joven, ese dechado de virtudes como Rodolfo Walsh que guardaba en un rincón del corazón, y le reprocha lo mierda que se ha vuelto ahora. Se consuela pensando que los muertos no vagan por las mentes, y que la inmundicia que hace es útil pues le sirve a su familia para consumir. Entonces retorna feliz a ser esa nada diaria o semanal.

Al sonámbulo le duele que su hipocresía en los diarios se lea poco; ya la gente no los compra, recorre la red y canales de noticias tipo Todos Necios. Y saborea los programas que destilan basura. Para estar allí, el sonámbulo intuye que le basta ser adulador y no revelar ni una idea propia. Luego irá a otro sitio por más monedas de Judas; hay canales que pagarán bien por repetir lo que la clase media asustada desea oír.

¿Qué? Presagios de crisis. Con buen contrato cambia de bando, ataca al gobierno que le digan. Incluso variará su ideología. Tutea al lector, o dice que todos en el gobierno son chorros. O se deja la barba, fuma en cámara, insulta: irrebatibles señales de que es alguien exitoso. Usa la tragedia de los fondos buitres para execrar presuntuoso este proyecto.

Parte siempre, al azuzar la fogata social, de que la gente es estúpida. Le habla o escribe como si fuera analfabeta y busca inocularle amor al mercado, odio al Estado y a los políticos. Como se inocula el fascismo. Igual a procesistas, no posee el sentido de la punición, del autocastigo que lleva a dejarse morir al ruin viejo de “Manon del Manantial”, rol que encarnaba Yves Montand en el film sobre la novela de Marcel Pagnol.

Con tal de tener cierto suceso, aprueba las acciones más deleznables. Raro es quien se siente unido, o atrapado por sinceras convicciones, a este oficio. Raro quien, por propia voluntad acepta honrado ser fiel a la verdad, más allá de las presiones que lo obligan a ensuciarla. Pero al  sonámbulo se le huelen las falsas costuras en todo que escribe o dice.

Los medios, frente a la avalancha mediática en la red, y dado que sus plumas sonámbulas padecen una visible carencia intelectual, cedieron la defensa de su ideología conservadora  a los nuevos sonámbulos, ex intelectuales de izquierda que la memoria popular desconocía. Gente antes crítica del capitalismo, ahora se volvió por arte de magia (o ansia  de fama) permeable a varias tentaciones y creíble para los ingenuos.

Algunos políticos (“oradores”, para los griegos y “chamuyadores” aquí) son artistas sin arte. Carecen de ideas originales y se dedican al rol en el que mejor fingen. A ellos brinda espacio y credibilidad el sonámbulo. Así, todo panfleto contra este gobierno cobra vida. Cavallo y De la Rúa reaparecen alabando el megacanje. Dijo Perón en Carta a la Juventud, 1963: “Los mismos culpables de provocar el desequilibrio y la miseria, se sienten ahora alarmados por la situación y aconsejan los mayores desatinos”. Medio siglo después, individuos que fomentaron la dudosa y monstruosa deuda externa “aconsejan” a los crédulos en los medios.

El sonámbulo se arrodilla ante el poder financiero. Dice que países de Latinoamérica soportan malos gobiernos y “merecen otra democracia”. Busca dividir y debilitar al bloque regional, como aseguró la Presidenta en el G77+China. Para el sonámbulo la “libertad” (de mercado) es un supremo bien, que justifica la intervención armada en cualquier lugar. El “deber moral de la democracia” los obliga a intervenir. Para ayudar.

Según Chávez, todo el petróleo venezolano sirvió para dominarlos un siglo, y quizá servirá para un siglo de liberación. No precisan “ayuda”.

Ahora el sonámbulo, convertido en la vanguardia local de los buitres y como su vocero, utiliza ideas totalitarias (“obedecer”) para defender el fallo del juez Griesa (a pesar de que 200 países, la OEA y organismos respaldan nuestro derecho) con un ardor que extrañaría a sus mujeres en la cama. Y el silencio antipatria de ciertos políticos opositores nace debido al control de múltiples Magnetto (otros “cables” piensan igual): apoyar esta oculta invasión, avanzada de una posterior, alentando el pago total a buitres (el diario “El País” los llama, elegante, “fondos de capital de riesgo”) o soportar un default, que les serviría para imponer en 2016 planes de ajuste y al FMI para cambiar créditos por recortes.

Con sus medios concentrados martillando. Por ello Perón señalaba en 1973 lo importante de unir a los latinoamericanos, el último continente que faltaba, a pesar de que él lanzó en 1946 la Tercera Posición para diferenciar a las naciones subdesarrolladas de los EE.UU y la U.R.S.S.

Adelantándose diez años al Tratado de Roma europeo de 1958 (padre de la actual UE) ya en 1948 Perón, con el tratado con Chile que amplió en 1951 a Brasil, empezó a unir a países de Latinoamérica. En el siglo XXI Chávez y Kirchner auspiciaron, junto a presidentes regionales, el Mercosur, la Unasur y el Alba, resumiendo un concepto de Perón: “La igualdad jurídica de los Estados soberanos”. Esto rechazan los buitres.

Dijo Perón que EE.UU haría de todo para separarnos y dividirnos. Hoy su poder invisible opera los hilos de su Justicia a favor de esos fondos. Por fortuna, la OEA en este caso invasor de la soberanía se evidenció unánime. Aunque se rieron de Perón, a fin del siglo XX el inglés Tony Blair quiso imitarlo con su ficticia Tercera Vía. Incluso ese último Perón acotaba en 1974 que los nacionalismos no servirían, porque en el siglo XXI escasearían las materias primas y los imperios irían a tomarlas allí donde estuvieran. Este vaticinio se ha vuelto una camuflada realidad.

Cumplidos ayer 40 años de la muerte de Perón, queda la amargura de lo que siguió: luchas internas, la dictadura fascista y el neoliberalismo. Vino a rescatar su mejor tradición de justicia el renovado kirchnerismo. Pero al peronismo lo agusanan mascaritas que oran para los buitres, y requiere su urgente actualización o, dado que está en coma, morirá en la ciénaga actual, con dirigentes opositores, empresarios millonarios y sindicalistas traidores a sus bases que vilipendian lo que falsifican ser.

¿Los sonámbulos? Hay quien dice que todos se parecen, pues aman gimotear negativamente; hay quien dice que nacen sabiendo mentir, o que los alimentaba la mamita con billetes verdes en la boca, y por eso de adultos los necesitan en grandes dosis. Es su droga. Algunos eran de chicos haraganes y otros retrasados mentales, pero los metieron en caros colegios pagos que los prepararon para extraer siempre desde la derecha su agudeza y su mentalidad asocial con la inservible gente pobre. No admitían mezclarse con otros niños y jugar al fútbol, pues lo hallaban conformista y abyecto. Ni toleraban otras vejaciones que las de los que exhibían algo verde: intuían que serían los futuros patrones.

De grandes, aprendieron a flotar como un corcho en medio del hedor y a cultivar una prosa (y un parloteo) que maldice incesante al gobierno. Siempre contrarios a la palabra de la mayoría, preferirían expresarse a bofetadas, como hizo una diputada. Lo impide su filosófica serenidad.

Algún sonámbulo no se anima a defender sumiso a los buitres, pero sí repite veloz sus argumentos, como los especuladores y los abogados argentinos que litigan contra la nación. Aquellas decisiones contrarias al interés nacional las festeja pues son un avance contra el populismo.

Y contra la independencia económica El sonámbulo peca, dijo el Papa en la entrevista de “La Vanguardia el 13-6-14: “Un pecado de idolatría, la idolatría del dinero. La economía se mueve por el afán de tener más y alimenta una cultura del descarte”. Así ayuda a “descartar a toda una generación, para mantener un sistema económico que no se aguanta”.

Dado que se vive la cultura del consumismo, los sonámbulos tendrán trabajo en tanto le convenga a su patrón. Como un celular. Si no sirve, tiran uno y compran otro. Esas escuelas de no periodismo inculcan la idea madre: culpar al gobierno de males que presagian y persuadir a la gente del voto opositor, para quitarle derechos si escucha su canto.

Sólo un pueblo alerta elude el canto de la sirena. Tengamos fe en ello.