Los duros/as de mano dura, cabeza dura y sentencias duras nunca se acaban. Se perpetúan y renuevan por generaciones y según los cosechen épocas de miedo social, de furia mediática y de asustadismo intelectual y político. El más flamante duro es Ivo Cutzarida. Pero en cualquier momento sale otro u otra y lo dejan antiguo.

Es que les sobran delitos y víctimas para realimentarse de dureza. Las reales y las imaginarias; las dolidas verdaderas y las que adolecen de verosimilitud estadística. Una obediente manada de panelistas y charlistas charlatanes de televisión y de la radio ofrecen y derraman su permanente ignorancia y su insignificancia vengativa. Son fieles a sus amos más duros. Y son aprobados y vivados por un público entrenado entusiastamente en el género.

Bajo determinadas condiciones ambientales y subjetivas los duros y las duras alcanzan tal dureza obscena que en su punto más alto endurece sus cerebros. Por eso sus palabras y opiniones son duras, pétreas y rígidas como el caño de un revólver.  Y ya endurecidos/as desde arriba hacia abajo y viceversa, se excitan con intensidad fanática y necesitan descomprimirse y exorcizarse. Entonces presumen graduarse de héroes de la venganza, idealizándose provistos de una pistola grandota disparando sin cesar su cargador de guerra, o con un arsenal de drones de prejuicios que no consiguieron culturizar ni amansar la escuela privada ni la pública. Y tampoco los más sensibles credos o éticas. Porque los duros y las duras son agnósticos de cualquier tendencia a pensar la condición humana y la inhumana. Su manual de sentimientos empíricos es tan brutalmente modesto como sus ideales de pureza étnica, social y lombrosiana. Se me antojan algunos nombres episódicos de las últimas décadas del “durismo”  argentino. Tuvieron o tienen su protagonismo bélico. Los anoto al azar de la memoria: los hay más rotundos, más utópicos, más partidistas o más necios. Y los hay subrepticios, esos que escamotean su dureza sin desnudarla al público sintiéndose protegidos por los duros y duras que dan la cara. Los caraduras, por supuesto. Anoto entonces los nombres de Carlos Ruckauf, Aldo Rico, el “ingeniero” Blumberg, Cecilia Pando , la ya anecdótica Elena Cruz, Baby Etchecopar, Alfredo Olmedo, el rabino Bergman, Susana Giménez, Cynthia Hotton, Eduardo Feinmann y el flamante duro y emocional Ivo Cutzarida. Este ahora, en la cima inestable del rating de la especialidad hasta tanto sea superado por alguna novedad más fresca y mortal. Dice el irónico Nicanor Parra:“La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”. Los de la mano dura y los delincuentes idem , juntos, tampoco. El lema de los duristas debería ser éste:

“Más vale cien sospechosos linchados que un ladrón a salvo”. Cacho Castaña, Sandro, Gerardo Soffovich y hasta Luis Alberto Spinetta aportaron su balacera cuentapropista a la colectividad del asunto. Spinetta fue el más comprensivo: “ No estoy a favor de la pena de muerte pero a algunos habría que pegarles un tiro” (Página 12 y otros). Es que la mano dura no es una extremidad superior. Es nada más que una extremidad, ni siquiera inferior. Es una desvirtuación de la civilización. Un estado de ánimo alocado e impúdico.

El crimen, en cambio, es parte de nuestra naturaleza.

Hay bocas más letalmente irresponsables que un arma mezclada en la caja de juguetes de un niño.