Están fuera de sí, fuera del pueblo y la democracia, afuera del nosotros y de la Argentina. Están fuera de las urnas, del diálogo y de la honra; y afuera de la historia. Están fuera y afuera, siempre; aunque fingen estar dentro y vivan adentro y odien adentro como si odiaran desde afuera. Odian en Tucumán o en cualquier otra provincia. Son argentinos desargentinizados de tanta desmesura por ser argentinos imaginarios. O de probeta. Y se agravian y repugnan de tener que pertenecer a la Argentina que incluye: porque para ellos los incluidos no son compatriotas sino intrusos. Lo popular y lo nacional los injuria. Y el peronismo los desafuera de su molde de prejuicios.  Están fuera y afuera; desaforados del país y de si mismos. Se muestran voluntariamente irremediables porque quieren demostrar que no tienen remedio y que así seguirán enfermos contagiando e infestándolo todo. No son felices y no quieren que sean felices los otros. Su odio es irremediable porque para sacárselo de adentro deberían extinguirse el sentido de cambio popular y progresista. Algo imposible. Y  también debería volver a morirse la Argentina como ya estuvo alguna vez y no solo metafóricamente. Esa Argentina agónica les gusta porque les es más propicia que la Argentina intensa y viva.

No los alivia nada de lo que la democracia les provee, mientras la democracia no se incline y prosterne a sus creencias y prejuicios. Están fuera y afuera. Viven desenfrenadamente su exilio fantástico convencidos de ser perseguidos por hordas incivilizadas. Su ser desaforado es irremediable. No los ataca al corazón porque no lo usan. El odio es biliar; y fermenta en la razón y fluye podrido. Es triste convivir con enfermos así. Pero más triste es para ellos  tener que seguir votando adentro con todo el ser afuera.