Cada vez que Joaquín Morales Solá o Mariano Grondona entrevistan a los más notables o notorios políticos opositores al Gobierno, un mutuo y obsceno desprecio los enlaza. Ya que unos y otros a sabiendas de sus públicas falsedades ligerezas y contradicciones, pero coincidentes en sus respectivos objetivos contra el oficialismo, se obligan a aparenciales y fingidas cortesías. Y aunque por dentro se saben mutuamente inadmirables e indigeribles se necesitan: como el asco al hedor y el masoquista gozozo al voluntario sometimiento. O como el que le hace como servicio, una entrevista a Alberto Fernández o a Felipe Solá; o como Altamira al grupo Clarín; o como Magdalena del “Nunca más” a la ideología del programa de Mariana Fabbiani. Se necesitan.

También las masas de receptores que desde sus casas asisten a esas actuaciones perciben -y no siempre conscientes ni tampoco incautamente- una emanación bio no degradable que fluye desde la pantalla con descaro.

Lo mismo pasa en las radios cuando los Lanata, Nelson Castro o cualquier otro periodista de alta audiencia entrevistan a algún lider opositor del tipo de los que dicen que la asignación por hijo “se va por la canaleta...” o que “la gente aceptaría por su bien que le bajen el salario”. O a los sensitivos que amenazan “que si les arrojan un guijarro desde el palco de La Cámpora se retiran del Congreso...” . Faltaron los cascotes, pero hubo pétalos. Lástima que al caer sobre sus bancas se marchitaron como porotos de soja secos. O como Cobos.

Hasta el perodista más ignorante entre los ignorantes y más sodomizado ante el salario con el que paga las expensas del country, entiende que calificar de fascistas a quienes conducen la Argentina es un insulto a la ignorancia. Por eso entre periodistas y políticos opositores, el diálogo que se anuda aparece envuelto en un amable y mutuo cinismo. Se trata de un montaje mediático de insinceridad manifiesta que cuenta con personajes emblemáticos de ambas partes. Sean Elisa Carrió en su habitual dúo con el lingüista Bonelli; o sean Solanas, Stolbizer, Binner, Bullrich, Massa etc, en diálogos amables con Leuco, Eliaschev, Majul, Fernando Bravo, el jurisconsulto Ventura de TN y las decenas de conductores/as de programas de cable hermanados en la gesta empancipadora contra el totalitarismo. Les sobran auspiciantes y espectadores incitados a creerse que por error no haya sido grabado el momento en que Kicillof por su cuenta en lugar de expropiar Repsol, la confisca. Pero ellos dicen que eso ocurrió y exigen que el pueblo confíe en su imparcialidad recordatoria. Osados e intrépidos -esos periodistas (El título es un rémora, una vaga leyenda)- le escupen al totalitarismo en la cara sin dejar de acusarlo de totalitarismo violento. Entre ellos desdeñan y maltratan a los políticos opositores por la incapacidad de éstos del aprovechamiento de las ventajas que les sirven en bandeja, a la par que le vierten veneno a la del oficialismo. “ Les damos prensa y la desaprovechan”, se dicen impelidos a entrevistarlos sin más ganas que la de cumplir con la agenda opositora. En tanto esos líderes políticos desprecian a su vez a sus entrevistadores, porque saben de sus vanidades, intereses corporativos, opiniones mutantes y convicciones furtivas. Allá está ese Mariano Obarrio “despapizado” burlescamente y de ya irrecuperable retintín periodístico. ¿Qué opositor, aún en su propio diario La Nación, va a respetarlo por más sed de antikirchnerismo, antiperonismo,antipopulismo y antilatinoamericanismo que amarilleen sus páginas serias? Los farsantes se respetan entre sí hasta tanto un farsante se delate y caiga en desgracia y los demás lo segreguen por mala praxis de farsante.

“Es lo que hay”, se dice cuando no queda otra que resignarse. Pero rogando que la Ley, Sabatella y el pueblo no se resignen. Por suerte lo que hay dentro y detrás de los medios se hace cada vez más visible. Ya ni lo esencial de El Principito es invisible a los ojos. Prueben de hacer el ejercicio de observar un reportaje a esos lobistas, consultores, intendentes y sindicalistas de enroque fácil y deténganse en todo cuanto reprime y esconde la entrevista. Cuanto desdén mutuo compartido. Por eso se ve y oye a tantos entrevistadores y entrevistados opositores arrumándose hipócrita y lascivamente. Pero no hay amor por conveniencia que enamore. A unos y otros les es imposible invisibilizar sus respectivos desprecios.

Ese -el desprecio a si mismos-es su precio.