En 1930, John Maynard Keynes imaginó que cien años después, el progreso tecnológico permitiría que la semana laboral se redujera a 15 horas.

Como sabemos no nos estamos acercando a ello. Por el contrario quienes cuentan con un trabajo estable, que en general se consideran afortunados, porque siempre está amenazando la posibilidad del desempleo, trabajan cada vez más, llegando en muchos casos a extender su jornada laboral a las 24 hs. diarias ya que el celular permite que esté permanentemente “atado” a la empresa.

¿Por qué no se cumplió la premonición de Keynes? ¿El avance tecnológico no fue el previsto por el famoso economista? No, todo lo contrario.

Según los cálculos más confiables desde 1950 a la actualidad la producción mundial por habitante creció como nunca en la historia de la humanidad tanto que se multiplicó por cuatro; para tener idea de lo magnitud de este guarismo cabe señalar que en un lapso similar durante la revolución industrial (que significó un salto inédito) el crecimiento fue la mitad.

El desarrollo de la tecnología permitiría generar bienes y servicios para toda la humanidad con un mínimo de trabajo humano, incluso podríamos llegar a la supresión de la obligación de trabajar si bien existiría la necesidad de un cierto nivel de labor humana que seguramente sería cubierto por quienes tendrían el deseo de realizarlo.

Con la mentalidad actual la pregunta inevitable es ¿Cómo viviría la gran mayoría sin trabajo, asimilando los conceptos de trabajo y remuneración? Pero no es un principio inmodificable esa relación remuneración-trabajo, de hecho hoy existe una gran cantidad de trabajo sin remuneración como las denominadas tareas del hogar o la tareas de cuidado y en el pasado se dio con los regímenes esclavistas; si existe y existió el trabajo sin remuneración ¿por qué no puede existir la remuneración universal sin que esté necesariamente unida a la obligación de trabajar. Es más, sería muy beneficioso en términos sociales puesto que liberaría una enorme cantidad de talento humano (hoy obturado por la necesidad de realizar tareas en muchos casos alienantes) para el arte, la ciencia, la filosofía, la política, etc. Piénsese en los descendientes de esclavos que aportaron avances a la humanidad mientras que a sus ancestros no les era permitido tener acceso a la lectura.

Entonces ¿por qué suena utópica la profecía de Keynes? Básicamente por dos hechos que hoy parecen imposibles de modificar y que sin embargo no son de la naturaleza: la infinita cantidad de bienes y servicios que se han convertido en “necesarios” y que son totalmente superfluos y un segundo hecho vinculado con el primero que es la enorme desigualdad.

En cuanto al concepto de necesidad relacionado con la economía comencemos por ella que como ciencia ha sido definida de diferentes formas. Aristóteles por ejemplo decía que se trataba de la “la ciencia que se ocupa de la manera en que se administran o emplean los recursos existentes con el fin de satisfacer las necesidades que tienen las personas y los grupos humanos”.

Robbins afirma que es la ciencia de la elección y estudia como los recursos “son empleados por el hombre para satisfacer sus necesidades, puesto que vive en sociedad”

Para Federico Engels, “la economía política es la ciencia que estudia las leyes que rigen la producción, la distribución, la circulación y el consumo de los bienes materiales que satisfacen necesidades humanas”

En el diccionario de la Real Academia Española se define como la ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos.

En todas ellas hay un elemento común: el objetivo del manejo de recursos escasos es la satisfacción de necesidades humanas. Claro que hay otra maneras satisfacer necesidades como las provistas por el arte, la religión, el deporte. Pero quiero centrarme en el concepto de necesidades a las que apunta o debe apuntar el quehacer económico.

¿Qué se debe entender por necesidades humanas, cómo saber si se trata de necesidades o no? Por supuesto que la percepción de necesidad fue cambiando en el tiempo, cosas que en algún momento eran consideradas necesarias hoy no lo son y muchas que gran parte de la humanidad estima como necesidades ni siquiera eran imaginadas en tiempos pasados. También las diversas culturas definen en forma diferenciadas las necesidades. Ante esto se podría argumentar que no es posible saber si algo es o no una necesidad humana. Claro que habrá muchas dudas pero eso no anula la posibilidad de encarar el tema. Si se tratara de dividir a los animales por su tamaño (grandes o pequeños) existiría discusión en muchos casos pero cuando se trata de la hormiga y el elefante no existiría duda.

Entonces empecemos por las necesidades más elementales y universales como el agua, la alimentación, el techo, la vestimenta y vayamos escalando para encontrarnos con los elementos de limpieza personal, los libros, etc. pero a medida que avanzamos llegamos a cosas tales como un yate de 100 metros de largo para uso personal, una mansión de 50 habitaciones, una joya cuyo precio equivale al salario de 10 años de un trabajador medio ¿En estos casos se está satisfaciendo una necesidad humana o un anhelo de ostentación? Y cuando se trata de una ojiva nuclear que reemplaza a otra que ya podría eliminar la vida en todo el planeta ¿se puede hablar de una necesidad o de una demostración de irracionalidad terrorífica? Si el caso es un desarrollo informático que facilita la especulación financiera es claro que no se satisface una necesidad sino que contribuye a la avaricia y a la desigualdad.

Cabe preguntarse si habrá llegado la hora de descartar la idea que subyace en la economía actual que es la asimilación de la necesidad al deseo de los que pueden pagar, incluso la satisfacción de sus instintos más dañinos o simplemente sus caprichos, en definitiva crear una sociedad en la que la austeridad sea una virtud y la ostentación un disvalor.

El otro aspecto que Keynes no previo en toda su magnitud es el drástico aumento de la desigualdad operado desde el momento en que formuló su premonición y la actualidad.

Para que se llegara al mundo imaginado por Keynes sería necesario que la riqueza y los ingresos se distribuyeran dentro de una cierta razonabilidad.

Un ejemplo podrían ser los países escandinavos donde el 1% más rico obtiene el 7% de los ingresos y el 50% más pobre el 30%. Frente a ello en Estados Unidos el 1% más rico se queda con el 20% del total de los ingresos y el 50% más pobre solo con el 13%.

Si se trata de la riqueza la desigualdad es aún más notoria, en Estados unidos el 10% más rico es poseedora del 74% y el 50% más pobre solo posee el 2%; en cambio en Escandinavia el 10% más rico es dueño del 50% de la riqueza y el 50% más pobre del 10%.

Cuando pasamos a otras regiones como América Latina o África los valores son todavía más demostrativos de la más absoluta inequidad.

La pregunta es entonces ¿cómo es posible que se perdure semejante desigualdad y que sea socialmente tolerada?

Enormes diferencias existieron a través de la historia de la humanidad y siempre las clases privilegiadas encontraron discursos que las justificaron.

Thomas Piketty describe un tipo de sociedad desigualitaria que existió en muchas partes del mundo durante siglos: lo que él denomina sociedades ternarias en Europa. Estaban compuestas por tres clases sociales: la nobleza cuya función consistía en brindar seguridad a la sociedad mediante las armas, el clero encargado de la dirección espiritual y el resto que mediante su trabajo proveía los bienes y servicios necesarios. Por supuesto que la mayor parte de esa producción estaba destinada a la nobleza y el clero (que representaban entre el 5 y 10% de la población), pero se argumentaba que era una justa retribución por los servicios que brindaban y que cualquier alteración de dicho orden traería consecuencias perjudiciales para los más pobre y para la sociedad en su conjunto.

En la India esta estructuración de la sociedad era cuaternaria: brahmanes (sacerdotes y sabios), chatrias (guerreros), vaishyas (trabajadores rurales y urbanos y comerciantes) y sudras (cuya única misión era servir a las otras tres clases sociales), pero la lógica de lo que aportaban a la sociedad y la justificación de la desigualdad era similar.

Cuando en Europa la mezcla de coerción y consentimiento fue incapaz de detener el cambio de esa estructura social (en forma tajante en Francia y más pausadamente en Inglaterra), se eliminaron los privilegios más irritantes y se pasó a lo que Piketty llama sociedades propietaristas, en las cuales, en teoría, todas las personas podían ser dueñas de tierras y todo tipo de bienes sin restricciones.

En estas sociedades se sacralizó la propiedad privada como un derecho a mantener más allá de cualquier otra consideración. Un ejemplo extremo de ello fue el régimen esclavista cuya abolición demandó mucho tiempo y mucha sangre ya que se estaba atentando contra la propiedad de los amos. Lo cierto es que solo se logró mediante la generosa compensación monetaria, no a los esclavos por los años de trabajo gratuitos ni los sufrimientos a que fueron sometidos sino a los esclavistas por la pérdida de su patrimonio.

Actualmente se argumenta que cualquier violación de la propiedad privada (aunque se trate de escandalosas ganancias usurarias provenientes de actividades de fondos buitres que alteran el bienestar de millones de personas) traerían funestas consecuencias porque podrían dar lugar a un efecto dominó cuyas consecuencias terminarían pagando los más pobre y la sociedad en su conjunto.

Sin embargo la historia demuestra que el progreso humano es el producto de la lucha por el cambio de estructuras injustas y no del mantenimiento de las desigualdades