Pillaje se consideraba al saqueo que producían los ataques bárbaros sobre las antiguas ciudades de los diferentes imperios. Arrasamientos, vandalismo, desolación y devastación indiscriminada eran sus temibles consecuencias. La historia fue escrita por los imperios. Por eso ha perpetuado con interesada discriminación geo - étnica que la barbarie correspondía a los Atila pero no a los Césares. Y de no mediar esta reacción para reparar esa inercia histórica, también hoy se terminaría por considerar como justa compensación la de la usura financiera y como merecido cautiverio el sometimiento y quiebra de los pueblos deudores.

Lo paradójico es que hoy, muchos siglos después, sucede un fenómeno inverso, y el “pillaje” ya no se produce desde la periferia desarrapada hacia los civilizados imperios sino de estos hacia la periferia. Y el peligro ya no son las hordas brutales o los filibusteros con garfios asolando los mares sino que son grupos financieros letales, naturalizados y justificados en el sistema, y aún bienvenidos jurídicamente.

Es que hoy, al revés de entonces, el “pillaje” es una forma de arrasamiento con sofisticados mecanismos financieros presuntamente civilizados, para erosionar y capturar las economías de pueblos vulnerados o vulnerables. Y hasta traicionados desde adentro por mercenarios y apátridas rentados por servicios de conspiración y entrega.

Es una interesante aportación lingüística el empleo de ese término”pillaje”, por parte de la presidenta argentina. Y no suena casual. Porque podría haber usado cualquiera de estos otros: rapiña, latrocinio, despojo, depredación. Pero por algo eligió remitirse a esa palabra oscura; acaso para resignificar la analogía histórica.  Es que los nuevos pillajes -al contrario de aquellos- pretenden ser legitimados por los mismos ejecutores. Que además aspiran a que los saqueados se resignen a esa lógica desaprensiva y colonialista que ellos consagran como legítima. No es este -.el de la resignación ni la aquiescencia-el caso de la actual Argentina. Su reacción es evidente y convincente. Salvo para los de argentinidad desteñidamente torcida, y oblicuamente próspera.

Es cierto que “pillaje” es una palabra antigua. Y hasta oscura en cuanto a sus orígenes sea este latino, itálico o francés. O todos juntos. La presidenta acaba de reestrenarla. Por algo será. A lo mejor será para “pillar” a los ejecutores del pillaje en su papel de bárbaros modernos.