JUNIO 16

Canto la ofensa impune de la que no se habla.

Disfruto la candidez de no saber nada todavía.

Mediodía, salgo del subte rumbo al empleo.

Jueves nublado. Aviones con una cruz y su V:

“Cristo vence”. ¿Un desfile? El cielo se arquea,

caen bombas, la sangre mana, llama a muerte.

Humo, ira, sueño trasmutado en pesadilla.

El odio revienta la Plaza con su mar de viento.

Gritan inocentes acribillados a mansalva.

En una ciudad abierta sin piedad abaten niños.

Vivir con la agonía al alcance de la mano. Miro,

no sé quién soy, vomito cegado por la aflicción.

Corremos, aturdidos. Fuego obsceno,

escombros, nubes de calor cubren ojos y caras.

Luego: voces, llanto, piernas, brazos, un perro.

Debo abrir la memoria del corazón, la única leal.

No seré inocente de lo que vi. Medio siglo:

jamás juzgaron a 39 pilotos fugados al Uruguay.

Sospecho: las víctimas a nadie importan,

almas que me hacen perder de vista a mí mismo.

Ultraje al ser humano en nombre de la “libertad”.

Digo: desde hoy mis páginas llevarán luto.

Recordar cada día a invisibles o seguir fugando.

(Poema del capítulo “La casa de la memoria” del libro DESNUDO ANTE EL VIENTO de Alberto Daneri, Editorial Catálogos, 2011)

Es difícil hacerse hoy una idea racional de lo que pasó ese mediodía de 1955.

Más para un adolescente, que ni siquiera había entrado aún en la Facultad, y trabajaba casi de cadete para ganar su pan y ser independiente, a pesar de un padre comerciante que tenía un auto lujoso. Un mocoso que no sabía nada de política, pero discutía en la esquina con sus amigos de clase media, que en esa época –tan irreal- eran bastante lúcidos y casi todos peronistas. Ingenuamente, el mocoso decía que vendría otro para realizar aquellas 76 mil obras públicas de Perón, sin hacer alharaca ni poner “Perón” o “Eva Perón” en muchos sitios.

Era demasiado niño-hombre para entender que eso demandaría varias décadas.

Así y todo, el mocoso conocía a Perón. Dos años antes, por ser campeón de la Capital con su equipo, el General lo invitó con otros 15 jóvenes a un almuerzo en la quinta de Olivos. Actuaron Troilo, Héctor Mauré –que se sacaba y ponía un anillo al cantar, nervioso- y el Polaco Goyeneche “para que conozcan bien la música de su patria”. El mocoso ya era amante del tango. Y del jazz. Perón habló muy poco, sólo breves instantes para pedirles que analizaran la realidad social y ofrecerles una beca para estudiar. El mocoso, impetuoso e ignorante, la rechazó. No quería deberle nada a nadie. Ni siquiera al que cambió el país.

El Nobel Thomas Mann narró en su novela Los Buddenbrook la saga de tres generaciones de una elitista familia alemana de clase alta en Lübeck, que sólo piensa en el dinero y deja la felicidad de lado. Es revelador el diálogo cuando el padre reprime la gran rebelión de 1848: “A esta chusma debemos enseñarle a respetarnos con pólvora y plomo”. Eso se intentó en 1955. La idea no era sólo matar a Perón –erraron muchas bombas- sino aterrorizar a la población. Lo que luego cumpliría su fiel espejo, el Proceso de 1976, la última dictadura.

Aquel mediodía trágico despertó conciencias. Para mirar de nuevo el mundo.

El mocoso coqueteaba con la idea de escribir. Años después, Néstor Kirchner le escribió a un ensayista una definición notable: “Ser intelectual no significa mostrarse diferente, tal como ser valiente no implica mirar a los demás desde la cima de la montaña”. El mocoso se creía diferente. Quizá lo era. Pero debía aprender a ser igual a los demás, a comprender el valor real de la solidaridad.

Le fue útil Sartre: “Me parece imposible escribir si no se rinde cuentas del mundo interior y del modo en que el mundo objetivo se aparece al escritor”.

Decía Hanna Arendt que para “construir en política” es necesario “perdonar y prometer”. El perdón rompe con lo inmodificable del pasado y da la chance de empezar a construir lo nuevo. Las promesas crean la esperanza y se abandona el miedo, que paraliza. Data de aquellos años el odio a la “negrada”. El miedo de hoy en la clase media al pobre somete más al que teme que a quien lo sufre.

Arendt perdona. Quien escribe no puede perdonar el 16. Jamás los perdonará.

Porque si uno calla u olvida, borra el daño de quienes sólo se preocupan de la relación costo-beneficio. De quienes acumulan poder y no pagan sus culpas.

El gran actor Jean Gabin grabó hace años una canción casi hablada, “Ahora lo sé”, y fue un éxito por la identificación de la gente con su temática. También se aplica a los testigos de 1955. A lo que uno supone saber, y siempre ignora.

De niño yo decía “lo sé, lo sé, lo sé”. Toda mi juventud quería decir “lo sé”. Sólo que cuanto más buscaba, menos sabía. A los 15 años creía saber todo: del amor, las rosas, la vida. Eso me sorprende. Ahora estoy en el otoño de mi vida, olvidé tantas noches de tristeza, pero nunca una mañana de ternura. Dio ya 60 campanadas el reloj. Estoy en la ventana, miro y me pregunto. Ahora lo sé, sé que nunca se sabe. Vida, amor, dinero, amigos y rosas, nunca se sabe el sonido o el color de las cosas. ¡Es todo lo que sé! Pero ahora… ¡lo sé!..”

Ahora estamos muchos en el mismo tren; quizá algunos se bajen antes, quizá a otros los tiren por la ventana. Tal vez llegar a la meta sea una ilusión, tal vez uno crea que si corre más rápido va a llegar al horizonte. Pero aunque nunca llegue, igual hay que apuntar a ese horizonte y seguir avanzando un poco más.