El martes 28 de octubre muchos artistas protestarán en la calle contra el gobierno macrista de esta ciudad. Porque ha mentido en forma reiterada. Meses y años de promesas, de pases mágicos de una oficina hacia otra. La voracidad del mercado respalda su actitud rupturista con la Cultura. Por el dominio de la economía, prefiere a los artistas en la torre de marfil. No puede existir construcción política si un líder discrimina a la Cultura.

¿Qué es el Arte? Una respuesta simple sería: lo que realizan los artistas.

Pero en realidad el Arte es algo autónomo, crea sus propias leyes, y con ellas se compromete enteramente. Acotemos que el Arte no es la muerte que se detiene, sino la vida que renace. Los artistas, ya en el siglo XVII francés, fueron acusados de ociosos. Es lo que sugiere el PRO desde que arribó al gobierno de la ciudad, hace siete años. Usando diversos medios, y con la ayuda de personeros de medios hegemónicos que lo avalan, evita que los ganadores del Primer Premio Municipal reciban el aumento anual al que tienen derecho por ley. El premio data de aquellos viejos años ´20.

No es raro que el alcalde Macri revele desdén –como en el Bicentenario- por el tango, la música “clásica” de su propia ciudad, hoy adorada en el mundo entero. Pero llegó más allá. En una actitud insólita, ha procurado varias veces anular este Primer Premio Municipal, que hace casi un siglo permitía a un artista viajar a Europa a aprender –el poeta Raúl González Tuñón lo hizo en 1929 con los $ 500 del premio-, mientras ahora es sólo una débil ayuda. Como se sabe, ese Premio reconoce la tarea de notables escritores, plásticos, músicos y actores por su labor. Y porque son los que llevan adelante el mutuo compromiso creativo del artista con la sociedad.

Sin embargo, ese mismo gobierno acaba de premiar como “personalidad destacada de la cultura” al empresario Marcelo Tinelli, hecho realmente inusual. Nadie conoce los aportes de Tinelli a la cultura de Buenos Aires. Este empresario televisivo, buscando hacer reír con la “pobre gente” que menciona Dostoievski, hacía poner una valija pesada en el piso para que, engañados con excusas, los hombres mayores intentaran levantarla, por lo cual algunos sufrieron lesiones y hernias. No hubo piedad con el otro. Si mañana Tinelli se dedica a la cultura, lo premiarán por ser millonario.

La excusa fue que TODO es cultura. No es así. Algunos valiosos artistas que actuaron en los programas de Tinelli, no han sido los premiados. Lo fue su empresario. Para conseguir, otro empresario, apoyo político. Pero es banal ajustar los méritos al rating, para favorecer a un sector político.

Así, la sociedad vuelve a ser manipulada, y la convierten en el campo de batalla donde algunos incultos, que desprecian a la literatura, el teatro, la plástica y la música, se lanzan a mofarse de los artistas. Para defender el derecho a la creación y su derecho a vivir, los artistas fundaron hace más de 20 años APA (“Artistas Premiados Argentinos Alfonsina Storni”), la cual realiza cada mes eventos culturales y lleva el nombre de quien en  1920 fue la primera en recibir el Premio Municipal. Entre sus fundadores está quien escribe. Si bien APA sólo posee su fuerza moral, se ha trocado en importante al contribuir con sus talentos a que este pueblo (parte del cual ignora la belleza, engañado por la manipulación televisiva) no pueda ni deba vivir lejos del Arte ni de su dimensión más creativa y renovadora.

El Premio lo recibieron el escritor Ernesto Sábato y muchos otros antes y después de él. Todos, nombres de notable valía. Escritores como Roberto Arlt, Leopoldo Marechal, Manuel Gálvez, B. Fernández Moreno, Pacho O´Donnell, Ricardo Molinari, Abelardo Castillo, Horacio Salas, Ana M. Shua, Edgardo Cozarinski, María Granata, etc. En plástica, León Ferrari, premiado en Venecia, Leopoldo Presas, Luis F. Noé, A. Pujía, Miguel A. Victorica, Silke, Kosice, Bertani, Di Vruno, N. Sroulevich;  Dramaturgia: Griselda Gámbaro, Roberto Cossa, Carlos Gorostiza, Daniel Veronese; y músicos de la talla de Washington Castro, Alberto Ginastera, Manolo Juarez, Gerardo Gandini, Norma Lado. Actores con el talento de Alfredo Alcón, Amelia Bence, Pepe Soriano, Oscar Martinez, China Zorrilla, Luis Brandoni, Duilio Marzio, Walter Santa Ana, Lorenzo Quinteros. Inclusive actores-directores, como Onofre Lovero, Osvaldo Bonet y Juan Carlos Gené. Y maravillosas actrices: Inda Ledesma, Maria Rosa Gallo, Alejandra Boero, Lidya Lamaison, Ingrid Pelicori, Alicia Berdaxagar, Cipe Lincovsky, Perla Santalla, Leonor Manso, Claudia Lapacó, Elena Tasisto, Tina Serrano, Mabel Manzotti, Juana Hidalgo, M. C. Láurenz. Algunos ya partieron, tras sufrir renovadas humillaciones. Pero siguen desde la eternidad con sus compañeros en el camino de requerir dignidad.

Es un premio apolítico. Muchos de los premiados son de derecha, quizá macristas. No es de cobro automático. Aunque uno sea premiado siendo joven, deberá aguardar hasta cumplir sus 50 años para cobrarlo. Al rubro Actuación, antes resistido por el área de Cultura, se lo agregó debido al premio Trinidad Guevara. En casi un siglo, los premiados sumaron 500.

No pagan desde 2012 los aumentos de la Ley 2199, que rige desde 2006. Mediante excusas, eluden abonar el aumento que beneficia a empleados municipales. Abonan el básico municipal, pese a que en el escalafón el Premio está atado a la carrera administrativa, y esta misma Legislatura porteña lo admitió y votó (con mayoría macrista). Luego, lo vetó Macri. En un proceder autoritario, vetó a sus propios legisladores, que callan.

Es sabido que Macri se ubica al tope de aquellos alcaldes y presidentes que más leyes han vetado, del mismo modo que ostenta un triste récord. Cuando en 2006 era diputado en la Cámara, sólo concurrió a 36 de las 280 votaciones; y en 2007 se ausentó de todas las sesiones y votaciones, con la excusa de carecer de la mayoría útil para ganar. Para él, que reitera la necesidad del “consenso” en el país, la política se reduce a imponer un proyecto propio y evitar debatir el de cualquier otro. Debería meditar la frase de Luis XIV: “Siempre la impaciencia por ganar, nos hace perder”.

DEFENSA DEL ARTISTA

Por lo común, los funcionarios de la política son hostiles o despreciativos hacia los intelectuales, los escritores, los plásticos, los artistas en general. No les preocupa si tienen o no medios para vivir, sobre todo cuando son mayores. Sin embargo, a menudo dicen que desean el florecimiento de un arte popular. Les pagan fortunas a cantantes mediocres. ¿Quieren artistas para el pueblo? Pues empiecen por respetarlos. El alimento cotidiano que precisa la gente del mundo cultural es primordialmente el respeto por  su labor y su trayectoria. Pero también exige los “alimentos terrestres”, diría André Gide (premio Nobel 1947). Lo entendieron el príncipe Lorenzo de Medicis en su Florencia renacentista, y Vasconcelos cuando promovió el “muralismo” en aquel México del siglo XX. Los necesita porque anhela mirar con esperanza el porvenir, y sabemos que nunca pone su mira en el éxito económico, sino en la realización artística. Que es su máximo goce.

Ser artista (o si prefiere, un espíritu creador, según Georges Simenon) no es el juego de aficionados de un programa de tele, ni consiste tampoco en un artículo a la moda. Debe aceptarse que el artista es la expresión de una sociedad, la cual plasma a través suyo su pensamiento, y más en horas de crisis. Hace muchos años que los intelectuales, los plásticos, los músicos, los autores y los actores descubrieron al pueblo y se convirtieron en sus intérpretes. Esperamos que nadie utilice extraños prejuicios al juzgar esta profesión. No es lógico sostener que los artistas son parásitos. Se trata de comprender que estas personas, que provienen del pueblo, con su trabajo prueban día tras día que ese pueblo también existe espiritualmente. Ellos  no tratan de explotarlo como un producto, lo que sí es habitual en la tele.

No le toca al poder político juzgarlos. Al contrario, debe aceptar a todo artista como es, y no desalentar su trabajo estimando que provoca gastos sin utilidad pública. Esto hace el gobierno macrista. Decretó hace un par de años la jubilación para escritores (tras publicar una cantidad equis de libros), pero no pueden acceder a ella quienes poseen el Primer Premio Municipal. Como si éste bastase para vivir dignamente. Por lo pronto, el pueblo, con su aprobación, demuestra que ama y respeta a sus artistas. Se supone que la importancia que le da el pueblo al poder político, nace de ser su representante. Sin embargo, como de costumbre, el pueblo nunca habla y cada político habla por él. ¿Por qué no escuchar la real voz del pueblo, que habla cuando lee los libros de sus autores, mira los cuadros de sus pintores, ve el cine de sus directores y aplaude feliz a sus actores?

Nada está bien sino en su lugar y su tiempo. Hace treinta y cinco años el artista era relegado y perseguido por la dictadura. Las manos del pianista torturado Miguel Ángel Estrella son un testimonio. Ya en democracia, se aceptó que el poder político nunca debe imponer a la sociedad una visión obsecuente y aristocrática del arte, consistente en artistas sumisos y ricos. No muchos tienen la solvencia económica de uno de los premiados, Bioy Casares. Es por ello esencial que esos premios obtenidos sean acatados, y en primer lugar por los políticos votados por el pueblo, ya que es para ese mismo pueblo que ambos trabajan. Los artistas son una parte del pueblo.

Hace siglos, había mecenas para los pintores. Escribían sólo los escritores que tenían una posición social, o personas a quienes el teatro les ofrecía la oportunidad de hacerlo, como Moliére. Otros, sin tener donde comer ni dormir, vagabundeaban a la espera de un mendrugo de los editores. Bajo el reinado de Luis XIII, el hombre de letras era llamado “famélico” y se moría de hambre. El gran Corneille vivía gracias a un cargo público. A su vez, los actores eran despreciados, a tal punto que al morir no podían ser enterrados en los cementerios, junto con los otros respetables ciudadanos.

Poco interesadas en el Arte, las cortes cambiaron cuando aquel poderoso cardenal Richelieu (vapuleado por Alejandro Dumas en su novela “Los tres mosqueteros”) otorgó pensiones en el año 1640 a cinco escritores, a cambio de que redactaran un Diccionario. A su muerte, el inculto Luis XIII suprimió esas pensiones: “No tenemos nada que ver con esta gente”, dijo. Parecido al falaz discurso de algunos funcionarios que acompañan a Macri en el área de “Cultura”. Sin hesitar, recuerda a la política actual en la ciudad de Buenos Aires. Pero el sucesor de Luis XII, el Rey Sol (Luis XIV), ordenó redactar en 1663 la “hoja de pensiones” y creó la palabra “subsidio” para ayudar a subsistir todos los artistas notables, por ejemplo el dramaturgo Racine. Allí nació esa ayuda estatal francesa a la cultura. Que en todos los países civilizados sigue siendo un orgullo, algo que sus pueblos enaltecen. Premiar a quien los ayuda a aprender más de la vida.

Respecto a la belleza, así como Michelangelo consideraba a la pintura flamenca un “arte de sacristía” y Tolstoi miraba con disgusto a la Venus de Milo, es probable que cuanto es bello para la elite, resulte feo para la multitud. Es necesario resaltar que en APA no se hace esta diferencia ni se imponen criterios artísticos. No es para esto que trabaja la entidad. El arte verdadero, tradicional o vanguardista, siempre es válido. La libertad no se reconoce sino en aquellos pinceles de Apeles. Solamente se toma en consideración el bien del Arte y el bien del pueblo. Ni es el deseo de APA prolongar un Arte que representa a nuestra humanidad apestando a cadáver. Sólo le preocupa la calidad, no la cantidad. Desde hace décadas el Arte en la Argentina se levantó de una posición humillante en la que lo colocaron (espiando tras de la puerta el banquete de sus amos, con cierta temerosa curiosidad) para ponerse de pie. APA ha izado esta bandera.

¿Existe en la Argentina un Arte que exalte la potencia del alma y vigorice la voluntad de cambio social? Sí. Nuestros artistas son seres que intentan hablar con hombres y mujeres para unir al público con el Arte. No buscan ser hipócritas ni falsos profetas, que procuran crear un Arte de cenáculos tumultuosos, donde el talento asoma sin llegar a la madurez. A pesar de ello cierta crítica, que debería defender la tarea cultural de APA, a veces abdica, por timidez frente al poder, por indiferencia o por falta de fe en la razón. Incluso el público, inducido por el esnobismo de los medios, (que atacan a artistas), corre el riesgo de escuchar a charlatanes que no vacilan en desvalorizar las labores artísticas y sólo respetan el factor económico.

Los medios privados defienden sus negocios corporativos: gritos, ruidos, cantantes sin voz. A todos nos educaron en el culto de los recuerdos. Sin embargo, la vida y el Arte no pueden estar unidos al pasado. Reviven por su continua creación. El alcalde de la ciudad, que ahora promete cambiar el paradigma inclusivo de la última década, es un conservador atado a la tradición. Lo revela su gestión. No valorar a los reales artistas del pueblo le impedirá crear la sociedad distinta que ahora plantea. O un Arte nuevo.

La ironía y el desdén de nuestra época. Debido a una tonta mediocridad agazapada bajo la égida del poder legal, hay asesores que pretenden en vano insuflar calor a la sombra y no se hartan de recortar presupuestos culturales. Quizá esa gente, que repudia al artista, supone que la belleza existe porque sí, que surge como un acto de magia. Debería intuir que su expresión (y la llave de un mundo mejor) está dada por sus mediadores: en literatura, plástica, teatro, música, actuación. El presupuesto, para los políticos, justifica prometer y nunca cumplir. Es su modo de engañar. Lo utilizan discrecionalmente, para ahorrar dinero negando derechos ajenos.

¿Por qué los políticos regatean, sin conocerlos, los méritos de los artistas, y procuran  recortar sus fondos? No se les pide que respeten y admiren lo que no comprenden. Pero tampoco es factible tolerar funcionarios dóciles al despotismo, que intentan pisotear los derechos adquiridos. Parece que no saben observar al pueblo: con tal de que los vote, nada más le exigen.

Ahora en toda Europa el pueblo se moviliza y reacciona ante los recortes.

Aquí, hasta el 19 de diciembre  de 2001, ni les inquietaba lo que pensaba. Ignoraban algo: el pueblo es respetuoso de la autoridad, pero este respeto de un pueblo tantas veces reducido a la domesticidad no es indestructible; porque también observa, juzga y reacciona, como demostró en noches de rebeldía y espontánea movilización. A ese pueblo se dirige nuestra obra.

Los artistas se sienten comprometidos con esa parte más numerosa de la nación, una mayoría que no suele expresarse en el Arte. Procuran que en ese difícil oficio (hacer cultura) todos los seres humanos sean admitidos. No aceptan ser los instrumentos de nadie ni levantar la tribuna de ningún político. Anhelan sólo darle una voz al pueblo y trabajan para lograr una alegría en todos. El pueblo lo sabe, pues mejoró con el nuevo siglo. Sabe que el verdadero Arte nunca logra abstraerse de los anhelos de su tiempo. Sabe que los artistas comparten sus inquietudes y reflejan sus esperanzas.

N es ético degradar ni paralizar estos derechos adquiridos del artista, del mismo modo que no se paraliza la vida. Tampoco es razonable sofocar sus proyectos futuros, pues serán la representación del arte en la sociedad democrática. Todos intuimos que para una nación normal es necesario un arte continuamente renovado. ¿Cómo se logra? Mediante sus artistas en actividad. Y con el dinero para generar proyectos. Sin artistas vivos que trabajan, comen  y ganan lo suficiente para pagar sus gastos, no habría un arte viviente, sólo existirían museos, libros viejos y fotos de los actores y músicos en las paredes. La pujanza del arte surge de estar vivo, producir.

Hoy, cuando triunfar es todo y los medios para ello son indiferentes, vale reafirmar que nada debe hacer del arte un adorno amateur de la vida. Un pueblo libre y satisfecho necesitará siempre que sus artistas realicen sus obras y obtengan, junto al reconocimiento de su comunidad, los medios económicos para subsistir. Para conseguirlo es indispensable que el poder político respete sus derechos, y entienda que el verdadero político no es aquel que se erige en campeón del pasado, sino en campeón del porvenir.

Decimos a los jóvenes artistas dueños del futuro, que para poder ofrecer al país obras tan valiosas como su historia merece, deben desconfiar del éxito ganado con producciones cuyo mérito se calcula por receta o según el rating, pues ello no sólo envilece al artista: también a su obra. Reúnan sus impulsos para establecer una unión entre el Arte y los espíritus. Que cada cual, sin renunciar a nada de sí mismo, aporte su personalidad. Que defiendan sus derechos adquiridos (o que adquieran en el mañana) todos aquellos que hacen del Arte un ideal humano. Todos quienes creen que si el Arte no se da al pueblo, está destinado a eclipsarse con la sociedad que representa. Y a los compañeros artistas les rogamos tratar de formar, con su tarea, una estirpe futura más sana y que llegue más lejos que la actual.