En el momento en que la humanidad empezó a desarrollar la agricultura se generó un excedente y por lo tanto la necesidad de intercambiar productos, es decir que desde tiempos remotos comenzó a existir el mercado. La alternativa entre mercado si o mercado no, es falsa. De hecho los intentos de una economía sin mercado fracasaron rotundamente. Pero la pregunta pertinente es cómo debe ser el mercado para ser compatible con el bienestar general, la vida y la preservación del la naturaleza. 

El mercado ha experimentado transformaciones en el devenir histórico. Por un lado el capitalismo introdujo un concepto sin antecedentes: el de un mercado autoregulado. Como decíamos mercado hubo desde casi siempre pero en todos los casos  estaban regulados por normas provenientes de poderes exógenos como el Estado, las instituciones religiosas y las tradiciones que contribuían a impedir prácticas contrarias al equilibrio de poder de los distintos actores. Por otra parte se incorporaron al mercado lo que inicialmente estaba fuera del él. Así se mercantilizó algo que no podía producirse como la tierra y más tarde el trabajo humano. Se fue naturalizando la incorporación al mercado de más cosas intangibles, como las marcas, las patentes, las hipotecas, etc. y por último la información..

La propiedad siempre significó un poder ejercido por parte de quienes la poseen frente a los que no la tienen. El marxismo lo enfatizó entre los dueños de los medios de producción y el proletariado lo que permitió un complejo y agudo análisis del capitalismo, pero lo cierto es que también tienen poder los propietarios de viviendas sobre quienes las alquilan, los terratenientes sobre arrendatarios, los poseedores de títulos públicos sobre el Estado deudor. Antes de los derechos obtenidos por la lucha de los movimientos feministas, los maridos y padres detentaban poder sobre esposas e hijas por ser los dueños del patrimonio familiar, poder que aún se mantiene en buena parte del mundo y en comportamientos machistas en países en lo que la legislación cambió pero no así las prácticas. El extremo del poder que confiere la propiedad es cuando la misma se ejerce sobre seres humanos por parte de otras personas como sucedió en los regímenes esclavistas. De lo que no hay duda es que la propiedad está siempre unida al poder.

Debe de reconocerse que esa propiedad y poder en muchos casos requería un costo: el burgués dueño de los medios de producción había pagado por ellos así como el propietario de viviendas o el poseedor de títulos públicos.

Esa relación de propiedad y poder es muy evidente cuando se trata de la información. Los servicios más o menos secretos de los Estados gastan fortunas para hacerse de información. Todos recordamos al Gran Hermano de Orwell que espiaba los movimientos de todos los ciudadanos y el panóptico del que habla Foucault, que mira sin ser visto. Obviamente en todos estos casos fue necesario poner recursos de parte de un poder para obtener información.

Pero ahora hay un cambio fundamental, ya los propietarios no pagan por la información. Les es dada voluntariamente y su valor es enorme pero no por su escasez, como en la gran mayoría de los productos, sino que adquiere verdadero valor cuando es super abundante.

Actualmente no es necesario vigilar a las personas para controlarlas, ellas se muestran permanentemente, detallan sus gustos, informan voluntariamente sus experiencias de todo tipo, de las más triviales a las más íntimas, muestran su ubicación, su entorno, sus bienes, sus relaciones con otras personas y con los objetos, etc.    

Se ofrecen servicios muy atractivos en forma gratuita, pero recuerda: “Si es gratis, el producto sos vos”. Ya en los tiempos de la vieja televisión se podían ver programas entretenidos intercalados con publicidad. ¿Qué le vendían las emisoras a los anunciantes? Tu atención, Pero ahora ni siquiera tienen que entretenerte, nos entretenemos entre nosotros. La información que pueden proporcionar las mega empresas informáticas puede ser muy valiosa pero siempre es menor que la que ellas obtienen del usuario y no de ese usuario en particular sino de todos los usuarios. Ya no se trata de capturar la atención del televidente sino de registrarla, como un primer paso.  

No solo se registran los movimientos humanos, sus preferencias, hábitos, tendencias políticas y religiosas sino también los movimientos de cosas, todo es convertido en información, disponible y rastreable. Con ello es posible predecir lo que las personas van a hacer, pero no solo predecir sino inducirlas a hacer lo que los algoritmos definen. Cabe señalar que tales algoritmos no son objetos tecnológicos asépticos sino que incluyen las tendencias de los diseñadores en términos de intereses económicos y de ideología política, religiosa, perspectiva de género o etnia.

La inmensa cantidad de datos acerca de cada individuo es propiedad de las grandes corporaciones que ya aparecen como las verdaderamente dominantes. Es un monopolio de bienes abstractos que a diferencia de los bienes físicos, como por ejemplo el petróleo que se van agotando, cada vez se hace más grande. Ese monopolio se ejerce sobre nuestra información por la que no pagan nada ni están dispuestos a compartir con otros. Se podría generar un buscador de datos tanto o más eficiente que Google, pero nadie haría el intento, que seguramente sería costoso, ya que si no se cuenta con el cúmulo de información que tiene Google de nada serviría.

Cada vez más, las grandes corporaciones no tienen como valor principal bienes físicos, como fábricas, campos, máquinas o herramientas sino bienes inmateriales como marcas, patentes y básicamente información sobre consumidores, procesos, manejos financieros. Está claro que esa información al servicio de la acumulación económica, también sirve para el ejercicio del poder social y político. Para acotar y eventualmente eliminar ese poder social y económico un primer paso imprescindible es comprender en toda su dimensión el fenómeno estructural que se está produciendo frente a nuestros ojos.  

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