Ya escribí sobre esto. A veces creo que en realidad, si paso mis textos por el tamiz implacable de la memoria, siempre escribí sobre lo mismo. Podría recortar líneas de cada nota redactada en la última década y armar una especie de informe sobre mis porqué. Porqué no quiero volver a los '90, por ejemplo.

En uno de los paros generales que Moyano le hizo a Cristina, explicaba porqué yo no paraba. Contaba que guardé, no sólo en mi memoria (otra vez), sino también en una especie de cajita de recuerdos que tengo, un cupón de la Red Global del Trueque. En este caso es un papelito amarillo (je) de la Zona Mar y Sierras, de 0,50 centavos en créditos y dice, bajo este valor: “El crédito no constituye un medio de pago. Está prohibida su negociación o canje por dinero”. Contaba también que con mi mamá, desempleada, los fines de semana en que se organizaba el Trueque, llevábamos plantines de orégano y menta que cosechábamos en una quintita que habíamos hecho en casa, robándole terreno a los rosales y jazmines que a ella tanto le gustaban. Lo que vendíamos, cuando podíamos vender algunas macetitas, se nos pagaba con ‘créditos’ como éste que guardé. Luego, íbamos a otros stands que trocaban comidas hechas u otros alimentos y comprábamos lo que nos alcanzaba. Año 2000, 2001, 2002.

Claro, me dirán que los '90 ya habían terminado. Y nos habían llevado puestas, nos habían dejado debajo de la lona. Por eso les diré que todavía no habían terminado para personas como nosotros. Para los pobres, digamos. Para nosotros, los de abajo, los del subsuelo de la patria, los '90 seguían siendo una picadora de carne, que nos pasaba una y otra vez por sus dentadas fauces, moliéndonos un poco más en cada pasada. Porque siempre se puede estar peor. Porque siempre se puede anhelar el fondo que creías haber tocado, cuando no parás de caer.

Y la verdad, después de todos estos años, ya me acostumbré a que mi familia, la que  aun tengo (mamá se quedó para siempre en el 2002), coma todos los días. Me acostumbré a no tener que soportar en el estómago el peso del hambre y la incertidumbre que da el hambre, que lastima tanto como no comer. Desde acá, desde la autorreferencia, desde el ombliguismo mas brutal, les digo que ya me acostumbré a estar mejor.

Me acostumbré a vivir, me desacostumbré a esa supervivencia a saltos. Me acostumbré a  ser protagonista, a despegar la ñata del vidrio de la mejor calidad de vida de los otros. Me acostumbré a que mis sobrinos no les toque esperar a que volvieran “los grandes” de la calle, a la noche, para ver si habían conseguido algo para echar a la olla, como esperábamos con mis primas.

Disculpen, pero quizá me haya gastado mi capacidad de adaptación, o, aun más probable, no esté dispuesta a que volvamos a eso. No estoy dispuesta a abocarme a recuperar lo que ya logramos. Quiero seguir dedicando mi voluntad y trabajo a que cada vez más niños dejen de pasar hambre, no a que los que ahora comen, puedan volver a comer. Porque todavía quedan muchos que la pasan horrible, todavía quedan muchas mujeres y hombres que sufren la impotencia y la violencia de no poder darle de comer a sus hijos. Porque si volvemos a esos años que recuerdo aquí, van a multiplicarse el dolor y el hambre, el dolor que es el hambre.

Me acostumbré a vivir en un país, donde millones pudieron jubilarse y se les aumenta por ley dos veces por año y ya no se le baja el salario a los viejos. En un país donde con el Pro.Cre.Ar miles de familias lograron el techo propio. Donde con el PROGRESAR se ayudada a jóvenes de 18 a 24 años a costearse una educación superior.

También me acostumbré a que YPF y Aerolíneas Argentinas sean tuyas y mías. Nuestras. De la misma forma que nunca me voy a acostumbrar a Monsanto. Me acostumbré a que los chicos tengan, desde antes de nacer, una Asignación Universal, de la misma forma que no voy a acostumbrarme nunca a que tantas mujeres sigan muriendo en abortos clandestinos, porque son pobres y no pueden pagarse una intervención menos riesgosa.

Me acostumbré a que las personas que se quieren casar, puedan hacerlo mediante el Matrimonio Igualitario, sin importar su sexo, porque el amor no distingue esas nimiedades. Me acostumbré a que las personas que se sienten mujeres o se sienten hombres puedan esgrimir un documento que así lo afirma, y eso ocurre desde la aprobación de  Ley de identidad de Género. Porque la identidad es un derecho enorme, fundamental, ese que se agiganta para todos y todas cada vez que recuperamos un Nieto.

Demás está decir que ya no voy al trueque, creo que ya no existen muchos sitios así en el país. Y no es que hayamos tenido una suerte inesperada y dejamos de necesitarlos. No es que antes éramos vagos que no querían trabajar y ahora nos rompemos el lomo y todo lo que tenemos es producto único de nuestro esfuerzo. No. Siempre nos partimos la espalda laburando, pasa que antes no teníamos laburo. Simple: creer que progresás sólo porque sos un gran trabajador y que los gobiernos no tienen nada que ver en que te vaya mejor, es de una miopía peligrosa. Lo mismo que creer que los '90 no fueron malos porque pudiste viajar al exterior. Bueno, eso es peor, es de un egoísmo cruel, porque no quiere decir que estás casi ciego, sino que nunca miraste al costado. Mas de cinco millones de nuevos puestos de trabajo en diez años, apertura de paritarias y Consejo del Salario no me dejan mentir.

Otra cosa que se me hizo costumbre fue sentirme soberana. ¿No les pasa? Reestructuración de la deuda externa, cancelación al FMI, las reestatizaciones de las que hablamos más arriba y la de los ferrocarriles, la creación de la UNASUR, la profundización de la cooperación con países hermanos, Fútbol para todos, la repatriación de científicos, los lanzamientos de los ARSAT, la batalla contra los Fondos Buitres. Así me siento con todas esas conquistas: soberana.

Se me ocurre también que capaz ni yo ni vos somos peones rurales ni trabajamos por hora limpiando casas. Pero que exista un nuevo estatuto del Peón Rural y un Régimen laboral para Empleadas Domésticas nos hace mejores, porque igualdad no quiere decir que todos somos iguales, quiere decir que todos debemos tener las mismas oportunidades. También significa que reestatizar las AFJP y que aporten más ganancias los que más ganan, es construir una sociedad más equitativa.

También sé que a esos años duros les debo haberme acostumbrado a luchar. Empecé a militar en política a finales del 2001. No dejé de militar ni un día, porque tanto en esa época como ahora creo que la política fue, es y será la mejor herramienta que tenemos para   mejorarle la calidad de vida a los ciudadanos. Sé que muchos políticos han pervertido esa herramienta, de la misma forma que sé que otros políticos y políticas la han dignificado y la han elevado, sacándola del barro inmundo donde la habían sumergido. Estos últimos son los mismos que promovieron la nulidad de las leyes de Obediencia debida y Punto Final y los otros, los que nadan cómodos en ese barro, hablan ahora de la necesidad de una anmistía y que no se enjuicie más a los genocidas. La verdad también me acostumbré a que los asesinos, violadores, torturadores y ladrones de bebés vayan presos. De la misma manera que no me acostumbro a no saber qué pasó con Julio López.

¿Sabés a que otra cosa me acostumbré? A que esté Cristina ahí, conduciendo el trasatlántico gigante que es la patria. Me acostumbré a la comodidad de votarla como presidenta, porque ahí no tenía que cuestionarme nada. No tenía que interpelar mi conciencia, no tenía que explicar nada. Porque era ella la que encabezaba la boleta en la que depositaba mi confianza y mi promesa repetida de no bajar los brazos nunca. Y mis ideas. En ella mis ideas encontraron la tierra fértil donde brotaron muchos de los sueños que soñé el día que empecé a militar.

Hoy no está su nombre propio en la lista que voy a votar. Y está bien que nuestros sueños, porque todavía tenemos muchos, no quepan en las urnas de una elección que nos acota a un Scioli y a un Macri. Lo que no me parece bien es que nos quedemos en los nombres propios. Porque detrás de cada uno de ellos hay diferentes proyectos de país. Porque ese reduccionismo nos condena, nos pone los grilletes en los tobillos y nos manda de una patada en el traste a los '90. Cortita. Al pie.

Lo que comenzó con Néstor Kirchner tiene que seguir. Como militante política sería una irresponsabilidad horrible privilegiar la tranquilidad de mi conciencia, la benevolencia de mi almohada, cuando apoyo la cabeza a la hora de dormir, y no votar a Scioli, o votar en blanco, o impugnar mi voto. Quizá otros puedan darse ese lujo, nosotros no.

Quitando la obviedad de mi convencimiento a sostener mediante la lucha y el voto  -que es otra forma de lucha-, el proyecto, creo que no hay militante del campo popular que pueda privilegiar el individualismo de no votar al candidato kirchnerista porque “es Scioli” y calmar, así, una conciencia que va a interpelarlo después, si gana Macri. Y allí no habrá almohada que perdone.

Quienes vemos en este proceso político las transformaciones históricas que queremos sostener y profundizar, solemos decir que Néstor no se fue, que no murió. Creemos que vive en las conquistas y, la verdad, no tenemos que esforzarnos mucho para verlo en cada pibe que puede vivir un poquito menos peor. “Háganlo quedar”, nos pidió Cristina, el otro, día, en un patio de la Casa Rosada. Nos pidió que hagamos que Néstor se quede. Nos pidió que el árbol no nos tape el bosque, nos pidió que entendamos que no se trata de la simpleza del nombre propio, sino del riesgo de perder la oportunidad del bello desafío de  seguir transformando. Porque los cambios son irreversibles porque tenemos la voluntad de que así sea, no porque no pueda venir un Macri a privatizarnos la ilusión y destruirlo todo otra vez.

Y yo a ese tren que avanza, a veces parado en estaciones que nos gustan más y en otras que nos gustan menos, ya me subí hace años. Y no me bajo. No me bajo porque lo que se dice se sostiene con lo que se hace. Porque hay que poner la carita cuando realmente estás convencido de lo que decís y de lo que hacés. Porque asumo mi parte en la historia, porque me acostumbré a ser protagonista de la historia que construimos día a día. Porque quiero que Néstor se quede, porque acá no hay lugar para la tibieza idiota de querer bailar sólo con la más linda, porque sabemos todo lo que falta y sabemos, también, que es por este camino la única forma de ir lográndolo. Porque mi mamá me enseñó a luchar y mis Madres me enseñaron sacar amor del peor dolor, y que ese amor vence. Porque no pienso dar un paso atrás ni para tomar carrera, porque acá, pase lo que pase, no se rinde nadie.