El personaje al que se refiere a continuación esta nota pasó a formar parte de la larga lista de aquellos que defraudaron al electorado, no sólo con falsas promesas sino con la propia ideología que decía tener. Ante ello, si existiera una ley universal que estableciera que todo aquel mandatario que no sea fiel a su palabra debe dejar su cargo, el mundo sería un poco más justo. Ese amargo sabor a traición deben sentir en este momento los votantes de un Hollande que jura ser socialista pero anuncia medidas de derecha. Es que el actual presidente francés que llegó al poder luego de Sarkozy, quien dejó a Francia con números rojos, prometía un cambio, de izquierda y social, para dar un respiro a los más necesitados, pero al congelar salarios, bajar impuestos a las empresas y recortar el gasto público, da otro golpe de gracia a las esperanzas de una población castigada desde hace unos años.

François Hollande prometía a los más desplazados volver a colocarlos en el centro de sus políticas, poniéndose al frente de un Partido Socialista golpeado por derrotas pasadas y sin un líder carismático que atrajera votantes. Y así gano las internas, con un discurso esperanzador pero algo tibio, esa tibieza típica de gobiernos de izquierda-progresistas que una vez en el poder no se animan a tomar medidas fuertes ni a confrontar contra quienes no aparecen públicamente pero manejan el país. Ser moderado al final costó caro.

El giro a la derecha comenzó el 14 de enero de este año cuando el presidente dio su primera conferencia de prensa del 2014, donde se acostumbra anunciar las medidas económicas que llevará adelante. Allí, y mientras penosamente muchos medios que dicen ser serios sólo prestaron atención a su affaire y no a lo que realmente importaba, como CNN que vergonzosamente sólo pasó en sus canales el extracto del discurso donde le preguntan por su amorío, pero nada importaron los anuncios, que pasaron entonces desapercibidos pero resultaron ser los que dieron vuelta las políticas de su gobierno. Es que ese día, mientras la prensa mundial se ocupaba de sus cuestiones amorosas, Hollande anunció medidas de corte liberal y dejó atrás ese slogan de campaña que esperanzó a muchos: le changement c’est maintenant, (el cambio es ahora).

Hoy, a días de la derrota de los socialistas en las elecciones municipales, el presidente francés cambió prácticamente todo su gabinete, asignando como nuevo primer ministro a Manuel Valls, una figura criticada fuertemente por la izquierda y los ecologistas, partido que tras esta decisión dejó le sacó apoyo al gobierno. Joven y ambicioso, el flamante jefe de ministros viene a cumplir con lo anunciado por Hollande en enero: el llamado "pacto de responsabilidad" con los empresarios, es decir, defender los intereses de la patronal por encima de la clase trabajadora, otorgando baja de impuestos y recorte del gasto público, entre otras cosas. Esto, sumado a su cercanía con los mandamás de Bruselas y la intervención militar francesa en Mali de hace dos años, muestran la verdadera cara de un Hollande que prometía hacerle frente a la políticas de ajuste de Merkel para con Europa pero que terminó por bajar la cabeza.

Ahora, mientras su popularidad sigue en baja aún cuando derecha lo empieza a mirar con buenos ojos, el presidente simplemente se limitó en su primer año de gobierno a subir impuestos a los más pudientes, a bajar su propio salario y lograr sacar adelante la esperada ley de matrimonio igualitario. Tras ello, salió a la luz el político blando que demostró ser tras estas nuevas medidas.

De ahora en más, ¿Qué pueden esperar los votantes de Hollande con este cambio rotundo? No mucho. ¿Y qué va a pasar en las próximas elecciones? No parece complicado, el Partido Socialista queda desacreditado y sin un referente fuerte, mientras la derecha aplaude las nuevas medida a favor de la patronal y espera ganar en un escenario difícil de revertir para el oficialismo. Mientras tanto, Sarkozy se frota las manos.