Hacía frío pero el sol del mediodía ayudaba a disimularlo.

No había llegado mucha gente al club, todavía.

En las canchitas del fondo los pibes jugaban el partido de su vida, o al menos eso era lo que parecía.

Mientras esperábamos que la carne se hiciera en la parrilla, empezamos a entrarle al Cinzano y a la picada. No era nada del otro mundo, pero había que ganar tiempo hasta le que salieran los primeros choris.

Mientas el Pelado buscaba algo digno de escuchar en la radio, el Colo se levanto blandiendo su vaso al viento y mientras nos miraba socarronamente dijo:

-   “¡Feliz Aniversario!” -

Nuestra cara de sorpresa e incredulidad no hacían más que agrandar la sonrisa del Colo.

- “¿Y a esssste que le picó?” – me dijo el Turco al oído mientras trataba de alcanzar una rodaja de Leberwurst para juntarlo con el codito del pan que tenía en la mano.

-   “¿De qué hablás Colo?” – le dijo Richard.

- “¿Cómo de qué hablo? ¡Ingratos! ¿En serio no se acuerdan?” – insistía el Colo comprándose todos los números para el sorteo de “una piña”.

- “El lunes se cumplió el primer aniversario del segundo puesto en el Mundial del Brasil. ¿No estaban tan orgullosos ustedes de esa manga de pechos fríos?. Dos segundos puestos en menos de un año, una hazaña, no?”. – se justificó irónico.

El mignoncito salió disparado con dirección certera y atravesó la larga mesa a una velocidad sorprendente. El impacto de lleno en la frente del Colo sonó seco y demoledor.

Fue como estar viendo a Keanu Reeves en Matrix. El Colo braceaba hacia atrás como nadando espalda, intentando vanamente mantener el equilibrio, mientras el vaso con el Cinzano volaba a un metro de distancia.

- “¡Andate a cagar, nabo!”– gritaba desde la otra punta, totalmente fuera de si el Ruben, sin acento, lanzador responsable de tremendo misil gastronómico.

Tardamos como media hora en restablecer los ánimos y como veinte en levantar a el Colo que yacía tumbado boca arriba en la tierra, con cara de sorpresa y un terrible redondel rojo como su pelo en el medio de la frente.

Para cuando nos volvimos a sentar a la mesa, los choris ya se habían pasado, las morcillas bombón estallaron como trampas cazabobos y la carne más que de ternera parecía de cebú.

Richard fue el encargado de romper el hielo. – “Si se van a portar como dos pendejos siempre no me junto más con ustedes”.

- “Él empezó” dijo por lo bajo el Ruben.

- “¡Basta!” – gritamos el resto casi a la vez.

- “¿Se puede saber que te pasa con la Selección Nacional, Colo?” – arriesgó el Turco que no había abierto la boca desde que pregunto si había medico en el club.

- “¿Cómo qué me pasa? ¿Cómo qué me pasa?” – repitió como si no hubiéramos escuchado la primera vez.

“Estos tipos están mancillando la camiseta de la Selección Argentina. Están hartos de triunfar en sus clubes y de llevársela en pala, pero no se cansan de fracasar con la celeste y blanca. Cinco técnicos ya se cargaron estos pibes. Escuchen, esta generación dorada de jugadores ya se morfaron a Bielsa, Pekerman, Basile, Maradona, Batista y Sabella. Ahora van por Marthumo.” – sentenció casi sin respirar el Colo.

- “Martino” – corrigió el Pelado

- “No, no… para mi es Marthumo… ese tipo es un vende humo todo el tiempo… y encima es un conservador… Bah, un cagón…” – tiró el Colo, ya desanimado por completo.

A penas escuchamos lo que dijo, miramos inmediatamente al Ruben, sin acento, sentado en el otro extremo de la mesa. Esperábamos lo peor.

Resignado, con la vista perdida en el horizonte, el Ruben movía la cabeza de un lado al otro. Parecía esos perritos de plástico que ponían en la luneta del auto.

- “¿Cuánto hay que poner?” – pregunté con el objetivo de poner fin a esa tarde para nada memorable.

- “Una gamba cada uno” – me respondió el Turco mientras terminaba la porción de queso y dulce.

Me paré, puse un “Evita” sobre la mesa y me calcé el gorro de lana.

- “¿Querés que te acerque nene?” – me pregunto Richard.

- “No, gracias. Necesito caminar” - le respondí, mientras con la mirada le agradecí la gentileza.

Salí del club con las manos dentro del montgomery. Cuando el Sol se escondía el viento frío se encargaba de jugarte una mala pasada.

En mi mente todavía resonaban las ultimas palabras del Colo. No estaba del todo exagerado en su razonamiento. Cinco técnicos… y con el de ahora seis.

Veintiocho años son muchos. Demasiadas frustraciones para los pobres hinchas argentinos.