Empieza otro mundial, que no es otro, cualquier mundial. Es en la tierra del más ganador de todos. Es acá nomás, en la casa grande que es nuestra américa del Sur. Es en Brasil, ese gigante no sólo futbolístico. Cuando creímos que a esta altura todo sería una fiesta en las tierras del carnaval, el clima está raro. Y no es que no sepamos en estos lares de protestas, reclamos de los genuinos y de los otros, pero está raro el asunto.

Pero el futuro llegó y hoy empieza el Mundial. Al que nosotros vamos con el sucesor de Diego, un tal Lionel Messi, en la edad justa, en un equipo que está hecho a su medida, aunque aún no le calce tan bien. Lo mismo, mesiánicos como somos los argentinos –siempre tuvimos un Che, una Evita, un Perón, un Diego-, sacamos la estampita de Gardel, rezamos a la virgencita, decimos Pugliese-Pugliese, llevamos la ofrenda al Gauchito, y nos arropamos la fe en el pecho.

La vida es todo eso que sucede hasta que vivimos este estado del cuerpo-ánimo-alma-pies. Los sentimientos se agolpan y no solo por lo futbolístico, no sólo por la ilusióin renovada, como si la memoria de las heridas de los últimos años hubieran cicatrizado para siempre.

Para los tipos de treinta y pico o más, y más para los ‘fuboleros’, los mundiales que van pasando, los mundiales que van llegando, traen en el trailer las imágenes de la infancia, adolescencia, juventud. Traen voces, arranques del genio del fútbol mundial por la derecha, tendales de fotos, puños apretados, abrazos y festejos. Caravanas y plazas. Balcones con campeones, pero también con subcampeones.

El cronista tiene como primer mundial en la memoria el de México 86’. Escuché en vivo esa poesía llorada que bien podría llamarse Barrilete cósmico o Es para llorar perdónenme, porque mi viejo bajaba el volumen de la tele y sintonizaba radio Argentina. A uno sólo le basta con entrecerrar los ojos para verlo gambetear y gritar por Argentina, por Maradona, por esas lágrimas.

Cada mundial signa un tiempo, la edad propia y la del país se nos tatuó en algún lugar: la vergüenza de todos, el drama de la guerra o el alivio de la primavera alfonsinista; la fe peronista que después fue la peor traición en nombre del general; la confirmación de que somos un país sadomasoquista; el fin de ese mundo pero no de las ideologías. Todo eso nos hace recordar un Mundial: el estallido, la represión, el helicóptero y los cinco presidentes. La incertidumbre, el nombre nuevo, los cuadros descolgados y otra vez la fe. Siempre la esperanza.

La marcha de cada mundial como canción de cuna. Los temas de alta rotación en las radios: Fuegos de octubre, Cosas mías o Wadu wadu. Se viene el estallido, Canción animal o Esperando el milagro. Cada copa del mundo es un recuerdo: a upas en padres y tíos exultantes como nunca. Lágrimas de hazañas y abrazos en derrotas dignas ¡inmortales! con los ausentes de hoy, que no verán a Messi, ni a Agüero ni a Di María. Todo eso representa esa cita cada cuatro años: desilusiones como golpazos, controles antidoping positivos a la ilusión sí ¡Cómo no va a dar positivo si nos hacen mear toda la ansiedad que tenemos por levantar otra vez el trofeo!

Vivimos soñando el mismo sueño pero sin Diegos ni Bilardos ni manos ni Dioses. Y nos despertamos en un cuarto final vacío, como se despierta uno en la noche... luego de una pesadilla: un arquero que calcula mal, un defensor que mira la pelota, un delantero que revienta el palo, otro que cabecea a un rival. Y otra pesadilla: una vuelta en calesita muy corta de la que hay que bajarse muy rápido. Y otra: paralizados por el ciático, una distracción, los penales y a casa. Y otra pesadilla más: calcada a la anterior casi pero con cuatro cachetazos letales.

Así volvimos a dormirnos por otros cuatro años. Y aquí estamos otra vez, frente a las pantallas, como niños con juguete nuevo. Un mundial, el octavo del cronista -¿y el tuyo?-, otro mes de mirar todos los partidos, todos los días, dos o tres juegos en 24 horas. Haciendo cuentas, especulaciones, imaginando buenas.

Siempre con la ilusión –casi convencimiento esta vez-, de creer que el libro de la historia del fútbol que se escribe cada cuatro años nos tiene guardado un lugar glorioso para nuestra página mejor, nuestro maracanazo.