Es sabido que la presencia en televisión, especialmente en espacios no ligados directamente a la discusión política tradicional, es ‘beneficiosa’ para que el conjunto de la población acceda a conocer a distintos candidatos. No necesariamente la exposición viene acompañada de intención de voto, o de imagen positiva, pero se tiende a creer que, en lo exponencial, el candidato sale ganando. Eso es efectivo para la composición del personaje político, pero sucede que, aunque se lo oculte, la democracia argentina se organiza a partir de partidos políticos y no de individualidades más o menos carismáticas.

El radicalismo no sabe gobernar, los peronistas son chorros, se dice, desde afuera del sistema de partidos, incluso lo dicen algunas personalidades políticas periféricas, para horadar lo construido. La UCR y el PJ son los dos partidos nacionales, nuestro bipartidismo módico, las organizaciones que este pueblo supo construir. Lo demás es hojarasca electoral.

De ahí se desprende que los candidatos con peso, nombre y construcción distrital que no tengan por detrás ni a la UCR ni al PJ les será muy difícil ganar cualquier elección ejecutiva. Sí pueden hacer un buen papel, arañar los 18 puntos, que en una elección legislativa es maravilloso, pero que resulta insuficiente cuando se eligen puestos de gestión, ya sea presidente, gobernador o intendente, salvo en las ciudades capitales donde la gente vota ‘raro’.

Es por eso y no por otra cosa que los mejores políticos sean los políticos que no dan bien en cámara, que no son bienvenidos por la televisión, salvo excepciones, o presidentes del partido, je. Porque el buen político es una mujer o un hombre que entiende lo anteriormente dicho y por lo tanto es parte de un partido político y hacia afuera es todo monolítico: en todo caso es crítico hacia adentro o mediante los nunca bien ponderados off the record.

Por eso Carrió es tan interesante de ver, algunos para estar de acuerdo, otros para defenestrarla, otros para reírse y señalarla de loca, los que quedan para aferrarse a ella como el tronco del naufragio de la esperanza en el sistema político por fuera del bipartidismo. Nadie que es parte de una fuerza política centenaria y nacional puede decirle todo lo que piensa a Bonelli, y menos que menos especular en voz alta, hipotetizar o interpretar libremente los hechos.

De ahí entonces bien podemos extraer un teorema, al que llamaremos El teorema de Bonelli: cuánto más interesante es un político para la industria de la televisión más se aleja de ser  respetado por los partidos políticos.