En tiempos de crisis, y justamente como consecuencia de ella, el consultorio del psicólogo crece en consultas porque es el espacio donde se pueden denunciar los síntomas sociales y los efectos en cada subjetividad. A los ciudadanos no se los escucha, se los reprime, y ese es el origen del malestar en la cultura del que habló Freud en el siglo pasado pero que hoy está más vigente que nunca. En el consultorio sucede todo lo contrario: el analista propicia la escucha e interviene para que se levante la represión y así el sujeto pueda hablar libremente de lo que siente, de lo que padece. Los pacientes llegan cargando sufrimientos singulares pero también atravesados por los avatares del momento social por el que estamos transitando. Cada uno de nosotros es una víctima directa e indirecta del arrasamiento subjetivo que se está propagando como una peste. Cuando sufre el otro, el semejante, yo también sufro. El otro es espejo de lo que me pasa o me puede pasar.

¿De qué hablan los pacientes hoy? De los aumentos desmedidos en los alimentos y los servicios. Del adelgazamiento de las posibilidades materiales. De las jubilaciones y pensiones de sus padres y abuelos que no alcanzan para nada. De los recortes en discapacidad. De ajustes que ahogan. De las condiciones precarias en sus trabajos. Del problema del aumento de desocupados, que además genera, al que aún tiene un empleo, el miedo a perderlo. De la violencia en las calles. De la precarización de las instituciones hospitalarias y educativas. De la gente desesperada y triste. Del dolor que causa el dolor de los otros. En definitiva, el consultorio es el escenario donde se pone en acto y se constata que la subjetividad está dañada por el arrasamiento de una política que va detrás de las cuentas que no cierran, sin tener en cuenta las necesidades de la población que está por debajo de la clase elegida. Cuando la atención está puesta más en las eventualidades del marcado que en apuntalar y cuidar la dignidad de los ciudadanos, estamos en la peor crisis, la de la deshumanización. Somos tratados como números, y en esa ecuación perversa quedamos fraccionados y negativizados.

El psicoanálisis trabaja con la singularidad pero eso no quiere decir que no tenga en cuenta lo social. El paciente que viene al consultorio carga con un discurso que siempre es social. Somos seres entre otros. Cuando el sujeto se sana, se siente mejor, mejora su entorno. Pero lo inverso es necesario también: que el afuera brinde algunas garantías para preservar la salud mental de los ciudadanos. Al dualismo “mente sana en cuerpo sano”, habría que agregarle un tercer elemento: en una sociedad sana. Solamente la articulación de la mente y el cuerpo en una sociedad más justa y solidaria hará que todos seamos más felices. ¿Es una utopía? No lo sé, yo ya estoy trabajando para que suceda, y no soy el único.