Solo días pasaron de las elecciones a Jefe de Gobierno en la Ciudad de buenos Aires que dieron como resultado un 45 por ciento de los votos a favor de Horacio Rodríguez Larreta, candidato del PRO y actual jefe de Gabinete de Mauricio Macri, quien esperará el ballotage contra a Martín Lousteau, candidato de ECO que obtuvo el 25 por ciento de los votos, para el próximo domingo 19 de julio.

Frente a un panorama estadístico que implica que casi uno de cada dos porteños votaron al PRO no puedo dejar de preguntarme sobre las razones del electorado para confirmar la permanencia en el poder de una derecha política que lleva en su haber una gestión que no solo incumplió las promesas de campaña que dieron por ganador a Mauricio Macri en 2007, sino que además no logró resolver en ochos años ninguno de los problemas estructurales que afectan la vida cotidiana de los porteños como las inundaciones, el transporte público y el espacio público, entre otros.

En 1917, el joven italiano Antonio Gramsci escribió “Odio a los indiferentes”,  un libro de textos cortos que aún en el Siglo XXI tiene un fuerte anclaje en la coyuntura. “Creo que “vivir significa tomar partido”. No pueden existir quienes sean solamente hombres, extraños a la ciudad. Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes”, decía Gramsci.

No quiero caer en la falsa acusación de que los votantes del PRO son todos indiferentes, o “extraños a la ciudad”. Sin embargo prefiero pensarlos como una suerte de víctimas de un proceso de despolitización y mediatización de la realidad que los hace “indiferentes”, y no sujetos que eligen con conciencia sostener la existencia de talleres clandestinos y trabajo esclavo en el Siglo XXI; aulas container o escuelas donde la comida esta en malas condiciones; el aumento del índice de mortalidad infantil; la clausura indiscriminada de Centros culturales, milongas y clubes de barro; el aumento de la deuda pública en un 227% y del ABL en un 1000%; la situación fragmentaria de las villas de emergencia; los desalojos como política de vivienda; el recorte en los presupuestos de salud y educación, entre otras áreas; la privatización de servicios públicos; las malas condiciones y negocios malogrados con el subterráneos; la mala organización del transporte y el espacio público; la adjudicación de licitaciones a empresas cercanas a los funcionarios; la falta de vacantes en escuelas públicas; la complicidad del Estado con empresas inhabilitadas para funcionar como Iron Monutain; la subejecución de presupuestos; y la constante derogación de leyes que fueron votadas en la legislatura porteño por su mismo bloque; entre otros escándalos cotidianos.

Inicialmente es importante destacar que el PRO ha sabido leer e interpretar el imaginario social de la clase media porteña y apropiarse del voto antikirchnerista, para construir un discurso político ideológico a su imagen y semejanza que le permitió moverse con total soltura entre sus filas. El PRO ha logrado reemplazar al dirigente político tradicional por al operador mediático (de la mano del Gurú Duran Barba) a través de herramientas superficiales como publicidad, slogans, consultorías políticas, y asesores de imagen (fenómeno que se reproduce en los nuevos partidos de derecha de la región). El uso del poder mediático y la propaganda política que remarca el valor de la distinción con lo viejo y precisa nuevas formas de representación, muchas veces en contradicción con la realidad Nacional, define los votos más ideológicamente que otra cosa.

Lo paradójico justamente es que en su arenga el PRO habla  permanentemente de “mejorarle la vida a la gente" y reproduce en el imaginario social las figuras de la transparencia y modernización de los asuntos públicos, y el respeto a las instituciones. Pareciera ser que los globos de colores, el mensaje despolitizador y citar a Juana de Escobar y María Marta de Florencio Varela tienen más peso en términos electorales que las políticas públicas y las propuestas.

En ese sentido, la construcción del votante “indiferente” o puramente ideológico tiene su anclaje en tres elementos centrales que el PRO en su gestión supo desarrollar con creces: la subordinación a la dimensión económica,  la sustitución de la confrontación y el conflicto de intereses por pactos y alianzas estratégicas, y la frivolización del trabajo electoral, las campañas y el rol de la militancia. Si a la trilogía le sumamos el activo rol de los medios de comunicación, se transforma en el armado perfecto para lograr el empobreciendo de las ideas de la política y deshistorizar a la ciudadanía.

Hasta aquí podríamos hablar de la instauración de un nuevo modo de hacer “política” que no necesariamente causa una crisis de sentido. Sin embargo la relación mediatizada que se instala contribuye al aislamiento de los representantes, auto suficientes, cuya imagen se despega del valor moral, ético y práctico de la política y de la percepción del sujeto votante. Alfredo Pucciarelli en su texto “la democracia excluyente y la crisis de la política” explica que  “si la relación entre la política y el ejercicio de la soberanía popular se vuelve formal, su significado se desvanece”. Sin duda este fenómeno erosiona  los márgenes de legitimidad y los procesos democráticos, ya que la instancia de elección no tiene que ver con el compromiso y la defensa de ciertos intereses, sino con un simple trámite burocrático que no implica un proceso de reflexión y desnaturalización del escenario cotidiana.

“Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunas personas quieren que eso ocurra, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los nudos que luego sólo la espada puede cortar”- (Antonio Gramsci).