El miedo es según el cristal del miedoso y del poder del que lo fabrica. A mayor aumento del cristal una simple mosca aparenta tener el tamaño de un elefante.

Sin necesidad de haber leído la teoría de Freud acerca del miedo, el periodismo asustador sabe cómo infundirlo. Y lo infunde creciente y desmesurado comparado a los mensurables miedos reales. Por eso, en su versión destemplada mediática, el miedo  suena siempre con voz de terror y de pánico aunque fuese solo un miedo pequeñito. Desde los medios, y apenas con su amplificación, se logra reclutar un montón de cagones y de cagonas convencidos orgullosamente de su zozobra. Resulta increíble que esa parte de la sociedad no se avergüence-y al contrario se vanaglorie- de tener miedo.

Son cada vez más frecuentes los miedosos que hacen aspaviento como si cuanto más grande su miedo más justificado.  Es que  el éxito de los asustadores se corresponde con la credibilidad de sus asustados sociales.      

Por eso, para “enmiedar” a un pueblo –y subordinarlo como a un niño con el cuco- las noticias se amontonan “miedistas” y descarnadas.  Los voceros/as de los asustadores están entrenados para compadecerse de “abuelitos”, “mamacitas” “ pobrecitos”, “criaturitas”  etc, (distinciones querendonas de las ocasionales víctimas de actos criminales) O de modestos asalariados, victimizándolos ante un gobierno que los perjudica acosando a sus patrones. Y a estos mostrándolos perseguidos por el injusto modelo de justa redistribución del ingreso del que abjuran visceralmente.  Tanta retórica compasiva  vertida en el lenguaje de los relatos de violencia, no se condice con el que esas mismas voces emplean con ferocidad insensible cuando atacan al gobierno y al pueblo con sus arsenales de datos pesimistas y de inminentes naufragios. Sobreactúan la ternura y el tragedismo para que el miedo se inflame y cunda en la dirección opuesta al optimismo y la esperanza. Dilma, en Brasil, los acaba de acusar  de propagar el pesimismo; Cristina, acá, de propagar la cadena del desánimo. Ambas desazones exigen la instigación del miedo como fertilizante  de masas. Es el mensaje intrínseco que los medios comunicantes multiplican durante gobiernos populares e inclusivos que no se inclinan ante el establishment. Diestros en su cínico papel de socorristas y ahogadores, y de moralistas e inmorales, a los medios - que son fines- les encanta convencer al pueblo de que está siendo transportado en el Titanic. Y que si alguna felicidad colectiva transita casualmente es porque no se da cuenta del iceberg que está debajo perforando el casco de la nave. Lo hacen de “ onda” viste? Arrojan mierda en tonelaje y fingen ofrecernos apenas un pedacito de papel higiénico para limpiarnos.

Nos azuzan a ostentar y proclamar el miedo  y dan visibilidad y teatro a los que más miedo escénico demuestran, no importa que en la actuación su dignidad humana sea “enmiedada” públicamente.

Hasta el socialismo, en Santa Fe, socialismo utópico imaginario y ya atrapado por el miedo, le pide auxilio a “la mano invisible del mercado” que es la única que reconocen como justa y social.

Pero de pronto sucede. Y en un trance buitrero de la trama político-económica el miedo empieza a cambiar de destinatario. Sucede que repentinamente lo sienten sobre si la derecha política, la derecha empresaria, la derecha periodística ( tan copiosa y capciosa ) y las derechas agropecuarias y dinosáuricas urbanas. Y si el pueblo está atento advertirá que quienes siempre lo vienen asustando son los que ahora empiezan a asustarse. Al fin, el miedo se ha transferido y son los asustadores quienes salen a gritar coreográficamente. Los aterra el Estado presente, entran en pánico si  se les marca la cancha y se tiende a frenar su desbordado albedrío de usura y ganancia. La ya desenmascarada libertad de empresa-prensa y su manada de propaladores  fantasean a los gritos. Entonces sinceran su cuco, lo transparentan indignados. Y hasta sienten miedo de que no les sirvan, o dejen de serles eficaces, sus arsenales todopoderosos de leyes Griesa, privadas y globales. Si pudieran destruirían al Estado subversivo en defensa propia, amparados en la llamada ley del “miedo insuperable” jurídicamente exento de culpas y de pena. Y harían lo mismo con la delincuencia bastarda livianamente estereotipada con el sello de inseguridad lombrosiana. Porque con Lombroso distinguir al mal del bien es fácil. El semblante vendría a ser la identidad natural de los pobres, sucios y malos. A tal reacción descerebral adhieren, por paradoja, fuerzas declamativamente democráticas que confían más en la eficacia del miedo que en la de sus fracasadas persuasiones. La ley de abastecimiento los asuela. Tener que rendir cuentas en el Congreso acerca del pago soberano los expone desnudos. Despegar el pegamento de forzadas desuniones electorales, los despatarra.  Lo de Patria o buitres los despatria. La presidenta, hable o no hable, los reduce a su realidad poco significante.  Producir obscenamente pesimismo y desánimo acaba arrastrando a sus fabricantes. Los medios van dejando de ser dominantes y sus dominados van dejando de ser feligreses de predicadores mendaces. Hasta personas que rechazaban los Derechos Humanos se sienten purificadas si logran llorar aunque sea por un nieto recuperado. Les llegará el turno a que se unan a la patria. El miedo también cambia; como el sentido del llanto.   Y ya cansado de meter miedo hacia abajo, se dirige hacia arriba. Y empieza a asustar a los asustadores.