Hace más de 8 meses que el Parque Lezama se encuentra vallado y cerrado al público para que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires lo ponga en valor. Raro concepto patrimonial, ya que normalmente cuando se trabaja en espacios tan amplios como este, se lo hace por sectores para no dejar sin la posibilidad del necesario esparcimiento a los vecinos.

A dicho espacio público, cita obligada de encuentro para los habitantes de los populosos barrios de La Boca, San Telmo y Barracas, en la actualidad en teoría no se puede acceder más que a la calesita por la calle Defensa, pero corriendo una valla uno puede ingresar y ver el calamitoso estado del mismo, custodiado durante varias horas al día por dos policías y dos caballos. Por cierto, dentro del parque los intrépidos son muy pocos dado que parece que hubiera sido un territorio arrasado por alguna guerra reciente. Como sabemos, nada de eso ocurrió en la realidad. Lo concreto es que las estrategias del gobierno municipal pasan por demostrar que su “puesta en valor” es necesaria, desactivando de paso la protesta vecinal que surgió para que el parque no tenga rejas. En efecto, durante estos meses surgió una dura puja con asociaciones vecinales que no están dispuestos a ver como un espacio público más de la zona sur de la ciudad queda enrejado. En otra acción declamatoria de principios y prejuicios por parte del gobierno de Macri, los espacios públicos enrejados se encuentran en su mayoría en la zona sur de la ciudad, es decir de Avenida Rivadavia hacia el Riachuelo. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, por intermedio del Ministerio de Ambiente y Espacio Público se había comprometido, a fines del año 2013, a realizar las reparaciones del parque sin contemplar el enrejado del mismo. Hace unos días, de modo casual, un vecino vio como de noche las rejas estaban siendo colocadas en otra demostración de la poca importancia que los funcionarios del Pro le dan a lo convenido. La excusa fue la vandalización de la estatua de Rómulo y Remo, aunque los vecinos dicen que ese celo a favor de la “seguridad” no se ve reflejado en la realidad ya que la falta de luminarias en todo el parque es notoria.

La centralidad de la plaza como el espacio público por excelencia es reconocida desde tiempos inmemoriales. Lugar de encuentro, de protesta, de asociación o simplemente de paso, los espacios públicos constituyen una parte central de la trama urbana de las ciudades. Dice Roland Barthes que el espacio urbano constituye un verdadero discurso en sí mismo, con sus simetrías, sus oposiciones y sus paradigmas. El paradigma macrista parece ser el de la privatización de los espacios públicos, y el de la exclusión de amplios segmentos poblacionales resumido en la máxima: si yo no pongo rejas nadie puede usar el parque, o sino tenés computadora no te podés anotar en la escuela.

Los vecinos de la zona sur de la ciudad reclaman su lugar de esparcimiento y diversión, reclaman algo que les pertenece dado que lo público es de todos y dado que pagan los impuestos más altos del país, ya que el ABL subió un 756% desde que Macri asumió en 2007, superando ampliamente cualquier índice inflacionario. En el fondo de lo que se trata es de la disputa entre dos cosmovisiones: la de lo público como un componente central en la sociabilidad de las personas, o la del individualismo exacerbado del neoliberalismo que le pone rejas a todos y que considera que el otro es un ser sospechoso y peligroso.  Nos inclinamos por la primera opción.