Si bien en el mundo se habla de la muerte del periodismo, a manos del espectáculo, el mercantilismo y el egocentrismo de la sociedad, sigue en problemas, pero subsiste. Los jóvenes no compran diarios. Escriben blogs. Algunos se expresan con reflexiones y coraje. Para otros, el estilo es igual a susurrar algo al oído. Con su maniqueísmo.

El objetivo: salir en la tele o en las revistas de chismes. Como dijera el genial Pirandello, vale más la máscara que la realidad. “Parecer” es lo que cuenta: joven, rico y exitoso. Como Gatsby en 1925. Hay guetos que delimitan: dinero, carrera, casa, auto. Lo esencial es “ser alguien”. Así se logra prensa y la atención de los medios. Todos son esclavos de la imagen. Pero es raro “ser y parecer” al mismo tiempo.

¿Qué busca un periodista? Lo mismo que todos: un lugar. La norma hoy es la movilidad social, que hace medio siglo era una excepción. Pero las relaciones de dominación, continúan. La enorme distancia entre ricos y pobres aumenta. El fenómeno masivo es que la mayoría ya no anhela un puesto que le brinde seguridad, sino ser feliz, acota Vincent de Gaulejac. Y los padres no saben cómo enseñar a ser feliz.

Ejemplo: quien gana millones y viene de una clase a la que supera (un futbolista), se enfrenta a la ruptura de solidaridad con sus raíces.

Los medios insisten: hay que ser “reconocido”. Tener éxito como las modelos o los periodistas. Ser emprendedor de la propia vida. Dicen que vencen los que tienen talento o lo desarrollan. Así, estudian para rendir en la empresa. Caen en la trampa de que el ahínco los salvará.

Uno se destruye en esa competencia por un lugar, la búsqueda ávida de admiración. Ello no le satisfará, es pura presunción. Insiste con la ruin ideología del rendimiento, llena de conflictos, pero si fracasa se desmorona, no se libera. Es una ilusión suponer que existe igualdad para ejercer la aptitud. Las redes sociales ayudan a este autoengaño, porque la gente no distingue lo real de lo virtual. Y se aliena. No es igual para todos los seres la chance de “construirse”, decía Pirandello.

Debido a ello, muchos pseudoperiodistas se detestan a sí mismos. Sin embargo, son narcisistas. Tartufo que aporta mentiras, el narcisista interpreta papeles. A menudo el de quien posee una noticia secreta o, como señala el Washington Post: “Nuestra misión es descubrir los escándalos”. ¿Y si no existen? Los inventan, como el caso Nisman.

El pseudoperiodista es quien, si no estás hablando de él, ni te escucha.

Por la ilusión de realizar el “golpe blando” que intentan hace 6 años, las plumas y rostros de la derecha apocalíptica revelan que crece la servidumbre moral al despotismo autoritario ilustrado. Hoy buscan  fascinar y dividir al pueblo. Caos económico, dólar, crimen. Pero si no tumban al gobierno, los opositores apuestan por el voto futuro de la gente analfabeta (aunque sea universitaria) y no de la progresista.

Usan consignas complacientes contra la inseguridad y la corrupción. Pero si un político procura cambiar los mecanismos de dominación, apoyan a los “mercados” que lo castigan. Nada de emancipación ni de perturbar a los poderes fácticos. Movilizan todo su arsenal en los medios: dígale adiós a una vida digna. O sufrirá una mayor opresión.

Exaltan un ideario neoliberal, individualista, sobredimensionando el valor “riqueza”, y el olvido de escrúpulos en las elites para lograrla.

En radio y tele Lanata lanza su cuota diaria de bronca y fantasía: “La Argentina es una mierda”, sentencia. ¿Qué dirá? Pero su gran noticia nunca llega a explotar. En ese depósito de dinamita, algo falla en el detonador y hace el ruido de una cañita voladora. Otros del mismo bando poseen instinto para la maldad y dan la impresión de descifrar enigmas. Todos fingen opinar sinceramente. Saben bien qué hacen y cómo dañan a la sociedad, pero su amor al dinero supera a la verdad.

Desean ser el eje de las charlas de sobremesa. A veces con rumores dantescos paralizan la imaginación del país. Aunque ni siquiera tales rumores se basan en alguna lejana certeza. En ocasiones, no llegan a tener la entidad válida como para ser una brisa sobre la cual soplar la improvisación. No importa. El caso Nisman lo ejemplifica. Primero, una denuncia ridícula indigna de un fiscal probo. Seguida de muerte.

La Presidenta fue la primera en lanzar su inquietud: un asesinato. La volcaron contra ella. Un golpe artero. Para amplificar la paranoia y el pesimismo sobre lograr justicia. Su falsa virtud los distingue entre la masa de pseudoperiodistas, pues están dotados de alguna capacidad para disimular y actuar. Lanata se probó actuando antes en el Maipo.

Quizás ignora que, según Norman Mailer, la actuación es corolario de la locura, si no se basa en un texto previo sino en la personalidad de uno mismo. Sólo su opinión, no una certeza. Pero en este planeta que define a la noticia como un simple hecho mercantil, vale creerla.

En los pseudoperiodistas de los grandes medios, la forma de relatar es libresca y usualmente dicen medias verdades. La gente los lee, mira y escucha. Vive de lo que le cuentan, aunque no logra contextualizar en unos segundos lo que lee, ve u oye. Lo cree, sin analizar mucho.

Pero eso es cuanto ve u oye, una tergiversación terca de la realidad: no lo que ocurre. A la larga, las cosas no se pueden ocultar y tarde o temprano se saben. Pero ya son noticias viejas y el público jamás les reprocha nada. Ahora las noticias se basan en la imagen y no en el pensamiento razonado. Así los medios aumentan la idiotez colectiva.

A los pseudoperiodistas y/o espectadores de canales monopólicos les gustaría usar dos sillas para dar cabida a lo que suponen su enorme intelecto, su gigantesca celeridad para ganar plata. Siempre aquellos que hablan, como quienes miran, mantienen su atención centrada en sí mismos. Son tal para cual. Como las personas que parecen llevar, precediendo su andar, el ego. Se burlan de CFK pues le envidian lo que ella posee: sostener la gracia bajo la presión adversa. No es para todos. Finalmente, termina el programa y quien mira comprende que perdió su tiempo: fue como ver un arco iris en una pompa de jabón.

Evitan analizar los conflictos profundos que tocan a la sociedad. La distraen. Da rating. El chisme sin fuentes reales reemplaza al hecho: un taxista dijo a un amigo que el hijo mató a Kirchner con un balazo en un ojo. Abundan los neoartistas sin arte que intentan expandir el miedo, cáncer de la burguesía. La política mama de seudoperiodistas que se plagian y usan un similar discurso desestabilizador. Adrede.

Recalcan lo mismo, como desleal eco. Según mendaces hombrecitos de polvo del periodismo amarillo, la democracia solamente le sirve a las corporaciones. Excluye al pueblo raso, a jubilados y pobres. Por eso rebajan el triunfo del post neoliberalismo kirchnerista en Grecia.

Los seudoperiodistas nunca olvidan una observación que le cae bien a la clase que les da de comer: la media. Por ello, la repiten hasta el hartazgo. Jamás utilizan un pensamiento nuevo mientras el anterior pueda parecer nuevo. Ejemplo: el kirchnerismo es el gobierno más corrupto de la historia. La contradictoria diputada que fomenta igual la cruz que su rabia, lo titula “nazi”, “fascista”, “régimen que mata”. Pobre. Su infiel mente se refiere al Proceso, del que fue funcionaria.

La corrupción del resto del arco político no les interesa. ¿Por qué los periodistas no mencionan el mal estado de los hospitales porteños? A causa de que quienes votaron al Pro, nunca los frecuentan. Estos políticos se ingenian para exhibir una buena imagen de sí mismos. Y son amigos de medios que ocultan lo que no desean se sepa de ellos.

Al prestar atención, sus “revelaciones” en política jamás delatan ser contaminadas por el más tenue conocimiento (“Cristina asesina”, o “Boudou debería renunciar”). No los acobarda. Quien los ve u oye, sabe tan poco como ellos. Eso los une; ambos gozan con lo mismo: agraviar grotescos a una Presidenta que terminó con la impunidad, avala los juicios al terrorismo de Estado y los apropiadores de niños, y sorprendió con la decisión heroica de acabar con la siniestra SIDE.

Obvio que decidir causa odios. Lo temen los obsecuentes opositores, siempre sumisos. Talleyrand señaló que un buen político debe tener la capacidad de hacer enemigos, no gustar a todos. Lo que reprochan a los dos Kirchner, lo valoró el político más inteligente de su tiempo.

¿Qué piensa de quien vende a mujeres para sexo, o trafica niños/as para ello? Le asquea ¿Y por qué le parece bien creerles a políticos y periodistas vendidos al mejor postor? A la “cajita feliz” de la SIDE.

Usted se enfada: a mí no me engaña nadie, ¿cómo podrían hacerlo? No es difícil embaucar a alguien sentado ante una pantalla, “los ojos fijos en el centelleo del mecanismo relumbrante, maniobrando los botones con gesto de autómata”, como escribió hace 30 años Ítalo Calvino, a quien le dedicamos un capítulo en “Presencias Interiores.

Muerto en 1985, lo definimos “escritor heterodoxo que ama utilizar la razón cartesiana del ateo, para derribar con la fuerza del creyente las murallas del pensamiento autoritario”. Su inventiva ha cambiado algo: las pantallas son cada vez más pequeñas, caben en una mano.

Consumidor antes que ciudadano, el insatisfecho hombre moderno ama la cultura de la jactancia, exige más atención que en otro siglo, quisiera llevar un espejo delante de su cara y por eso se saca selfies.

Si uno se inquieta por la mirada ajena y sueña vivir en algún espacio propio, es fácil creerle a multimedios que le garantizan una sociedad segura, sin el control de Otros ni cambios sociales, donde sólo vale el Yo. Por supuesto, el egosistema basado en el hiperindividualismo, logra su éxito por el encierro y la falta de contacto, salvo visual, con los demás. Demonización del Otro e hipertrofia del hiperconectado con la Máquina, que le da cierta ilusión de no estar solo y lo arrastra, por anhelar siempre algo nuevo y distinto, al vacío y a la depresión.

En la telebasura, cuenta la sonrisa afectada y sublimar la bajeza para manipular a la opinión pública. Todos están dichosos todo el tiempo. ¿Cómo harán? Ególatras, le exigen al teleadicto que “siga con buena onda” mientras dan noticias brutales. O auguran “buen finde”. Ríen y hablan de su familia. ¿A quién le importa? A chismosos de similar entidad. Telesur podría darles lecciones: ofrecer noticias implica una responsabilidad. La reflexión en nuestra tele (salvo canal 7) es banal.

Aplaude divulgar placentera la versión cínica de la prensa mundial (enviada desde aquí): a los argentinos les espera otra catástrofe. El mito francés del “eterno retorno” aplicado a este país. Aquel famoso “hecho maldito” (el peronismo) mudado al “final” del kirchnerismo.

El escucha ideal del pseudoperiodista es el hiperconsumidor, esa rara epidemia de egos que supone que el mundo les debe algo, cada vez más deferencia, y declaran: “a mí” me siguen tantos miles en twitter.

Otros leen libros (casi todos malos) en tabletas. Afirman que ya es el futuro. ¿Llevar un libro a una pantalla? El problema es que el hábito de la lectura se ha esfumado, dijo hace seis años Philip Roth: “Como si para leer necesitáramos una antena y la hubieran cortado. No llega la señal”. La maravillosa concentración, la soledad y la imaginación que sujetaron nuestro cerebro a los nueve años con las historietas y a los quince con “Viñas de ira”, libro de Steinbeck sobre la Depresión.

De leer, nace el hábito de la lectura. Se perdió. La guerra la ganó la pantalla. Con variadas formas: tele, Dvd, celular. Quizá vuelva. O en menos de veinte años la lectura será para una minoría, algo de culto. Eso ocurre con el tango, el jazz o el bolero. Es cómico. Si uno mira cine extranjero o viaja a otro país, se escuchan tangos. Aquí, nunca.

No se puede hacer nada por quien no lee libros, como los políticos. Ellos viven esclavizados frente a las encuestas y la opinión pública.

¿Y el antiguo lector? Cree que hojear pasquines (Clarín, La Nación) equivale a leer, a disfrutar. Patético. La lectura promueve instrucción e ilusión. Sólo con algunos libros, que cada vez se escriben menos. Cualquier idiota dice ahora ser escritor. Debería saber que es oficio para perdedores. Escribe mal y se envanece, si logra un bestseller, de haber leído poco: “No tenía tiempo”. Hace años un director de cine ganó un Oso en Berlín y dijo estar orgulloso de no haber visto cine.

Bueno, se notaba en su film. Y en los de otros. La decadencia no es personal sino globalizada, del planeta. Lo revela que ese film ganó lo que nunca logró Fellini. Increíble. Pasa incluso en el periodismo.

Gente feliz de ejercer una profesión para la que no se prepara. Tal vez estudió la “carrera tal”. Pero carece de cultura. Porque hacer un curso de cine o de periodismo no basta. Hay que gastar años. Gente feliz del country pagado con mentiras. Y de repetirlas para saturar.

Si viniese otra dictadura hallarían el modo de justificarla y aplaudir.

Según el pseudoperiodista, las cifras del Banco Mundial sobre once años de crecimiento son un espejismo. Incluso los índices favorables que abarcan a otras cien medidas. A quien razona por su cuenta no le cierra esta construcción mediática; ¿las matemáticas ahora mienten? La CEPAL acaba de elogiar la disminución de la pobreza en el país. Es el que logró “la baja más notoria” de esta región en una década.

Cuanto menos lea “el doctor”, más fácil lo convencen. Si bien falta mucha ruta, a la gente le inquieta el cambio social. El opositor sabe que quien posee algo, desea conservarlo. Por eso propone al derecho de propiedad como supremo valor. Y anular los otros. Uno nos dijo: “Acabar con vagos que viven de la Asignación Universal por Hijo”.

¿”Viven” de eso? Es un real acertijo. No es para todos (un extranjero naturalizado debe acreditar residencia legal no menor a 3 años), sino para quienes están en situación vulnerable, ganan igual o menos que el salario mínimo, vital y móvil, o personal doméstico. Previamente, debe acreditarse plan de vacunación obligatorio, controles sanitarios y asistencia del niño a establecimiento educativo público. Sabiendo que por cada hijo se cobran $ 644 (y menos por los discapacitados) y que no pueden superarse los 5 niños, el máximo a cobrar es $ 3.220. ¿Alcanza para vivir sin trabajar, señores que fabulan en los medios?

La credulidad de la clase media revela que la capacidad de la gente para ignorar cuanto no quiere saber, es infinita. Prefiere admitir una fábula. Es una lección que debería aprender: ¿qué pasa cuando uno rechaza conocer las cifras? Pierde. Hasta la camisa. Después, llora.

Porque es sencillo perforar cada espacio de un multimedio con datos recreados. A veces la prensa acepta sobornos y vocea la propaganda de empresas o de partidos. Sucede en muchos países. Hay conocidos pseudoperiodistas que se hicieron ricos en la dictadura. O elogiando a  carapintadas. O glosando deportes. Y también, ex jóvenes “progres”.

Sí, los pseudoperiodistas no trabajan sólo con la oposición. Algunos hicieron carrera en los medios afines al kirchnerismo y han logrado hacer pie en radio y televisión. Pocos por real convicción. De surgir dudas sobre la continuidad de este proyecto ellos procurarán veloces distanciarse. Nos confesaba uno: “Esto es sólo un laburo, nada más”.

Otro en tres años pasó de páginas interiores a hablar en la tele sobre precios. Trepadores. Odian al peronismo ignorando que los Kirchner inventaron el neoperonismo. ¿El futuro? Se verá: si gana un opositor algunos aplaudirán. ¿Los más seguirán leales? Tema tabú: condenar su descaro. Pues es una profesión como todas: hay héroes y villanos.

De allí que ciertos pseudoperiodistas palmeen a otros e incuben odio, por celos silenciosos o razones encubiertas. No son aprendices; éstos sólo suponen que el viento del éxito los arrastrará al cielo. Aquellos periodistas que los colegas odian creen que es por motivos políticos; quizá porque están en un lado o en el otro; o porque no se vendieron. Pero no los odian por sesudas reflexiones, sino por resentida envidia.

El pseudoperiodista, si tiene ética, la ocultó en la parte de atrás de su cerebro. Y allí la eterniza. Si ganó plata, su corazón odia el proyecto  nacional y popular. Cipayo disfrazado de nativo, utiliza eufemismos. De ese modo apoya, sin saberlo y sibilino, la postura de Talleyrand: “La palabra ha sido dada al hombre para ocultar su pensamiento”.

Difama, esconde negras costumbres bajo la alfombra. Y su deseo es recolonizarnos. Conoce bien que la opinión pública fluctúa en ciclos y diestro para elogiar sólo políticas que favorecen a los más ricos, en lugar de informar duplica la falacia cuanto puede. El panfleto cobra vida y gente con poca memoria, lo repite. Si la traicionan en 2016, al recordar: el pan se hace con levadura, saldrá a gritar. Como en 2001.

CÓMO LLEGAR Y “PARECER”

¿Un método para plegarse al poder y ser un exitoso pseudoperiodista? Si bien el español lo hablan muchos aunque sólo lo escribimos unos cuantos, está claro que el analfabetismo moderno es compatible con los títulos académicos. Por lo tanto, la escuela no enseña a escribir.

En suma, puede escribir cualquiera, porque quienes leen, no pasan a menudo del título, la bajada o el texto que acompaña a una foto. Ya que la primera condición para el buen periodista es leer bien, nunca lea libros; ni diga lo que debería decir; escriba o hable sin investigar; no verifique con tres fuentes fiables lo que dirá o escribirá; chismee sobre la vida privada de otros; sabiendo que el periodismo es fugaz y las grandes palabras, en democracia, son pequeñas, utilice adjetivos catastróficos; si aspira a vivir en un country use la retórica, pues sus lectores, al no entenderlo, pensarán que es un virtuoso, como esos de escuelas privadas católicas, que danzan reaccionarios por La Nación.

Aunque ningún articulista es neutro pues tiene el sueldo y un patrón, ya que su firma es su única propiedad, finja ser “independiente”; por más que nunca haya frecuentado a los obreros, disimule su asco de clase y finja interesarse por los de abajo; e insista con la inseguridad entre los pobres; y si la gente lo sigue, como perpetuamente espera una sorpresa y que no la aburra, sugiera o invente algo indigno sobre el kirchnerismo. O sobre “ella”. No tenga límites. Hoy ya no existen.

En caso de hablar en la tele, hágalo con la petulancia inquebrantable de quien se sabe dueño de la verdad; diga groserías y malas palabras innecesarias; de los medios analice la línea editorial, pues si publica o aparece allí, sus dichos deberán tener más relación con la opinión del medio que con la suya. El parlamento de papel ya no existe; hoy puede escribir burradas sin temor: nadie se sentirá siquiera ofendido.

Comentar con desdén lo que hace un gobierno siempre da de comer. Y en la radio o la tele imite a los políticos: diga lo que todos esperan oír, jamás su opinión sincera. Y sonría hasta que le duelan los labios.

Si es periodista de fútbol, ponga una cámara cerca de ambos DT, no para oír sus instrucciones técnicas: exhiba sus reproches al árbitro y sus puteadas por malas jugadas. Eso le dará más rating y evitará que la gente sepa que usted es un hincha común. Y de análisis sabe poco.

CÓMO “SER”

Ahora bien: si sólo espera ser un buen periodista, debería saber que ellos generalmente fueron y son pobres. No se la creen. Llegan por capacidad, no por amiguismo o acomodo. Y son leales compañeros, algo inusual en esa profesión de soberbios y ego maníacos. Aúnan a su curiosidad intelectual la obstinación, y parten de la convicción de que la supuesta objetividad es falaz. Quien lo niega es, sin duda, un impostor. El buen periodista no es sólo simple anotador de noticias, sino un leal historiador de hechos cotidianos, y une la fe del idealista con la veracidad. Sin presumir de neutral pues eso nunca ha existido.

Salvo en los usurpadores. Es decir, en las cínicas malas conciencias.

Para las cuales, entre estar gordo por comer bien y flaco por morirse de hambre, la única diferencia es para quienes han de llevar el cajón.