"Para mí Maradona es la mejor persona del mundo... pero como futbolista deja mucho que desear". Siempre recurro a esa frase para zanjar una conversa 'fubolera' interminable.

Claro, con Messi no se puede aplicar. Porque no rankea para ser el mejor del mundo como persona. No al menos para mí. No porque no cuenta con el umbral necesario de polemicidad que un ídolo requiere. Entonces, creo, sólo se lo puede discutir como futbolista.

"Ohhh ¿cómo vas a criticar a Messi? Dice el coro desde la radio, desde la tv, vomitan los diarios. En la mesa de bar, en el club, en el chat de Qué pasa, en el faizbuk, ni en Tuiter uno puede alzar una voz disidente que enseguida te saltan a la yugular sus custodios morales. Los de Lio.

O están los otros: los que reencarnaron en lo que siempre fueron y ahora gorilean todas y cada una de las medidas populares que tomó Messi en su vida desde que asumió en la selección.

Y así, no valió el camino milagroso y épico por el que nos condujo al Mundial y en él a la final con Brasil ¡Por el amor de Froid! Si sólo basta con recordar el gol a Bosnia, a Irán, los dos a Nigeria! ¡Y la jugada última ante Suiza y el sacrificio táctico frente a Bélgica!

Ni su gran Copa América, con protagonismo ante Paraguay y Uruguay, un partido de potrero frente a Colombia y la soberbia actuación ante Paraguay de las semifinales. Claro, contra Chile no jugó o jugó poquito.

¿En qué evangelio está escrito que no se puede cuestionar al líder, al guía, al mesías? Si por el contrario, no existe referente futbolístico, musical, político, religioso o social -¡en el mundo y en la historia!-, que no haya sido sometido al constante ojo clínico de eso que llamamos vulgarmente 'opinión pública'.

Si uno escucha a Fantino en la radio debiéramos pararnos en una vereda en la que terminaríamos cantando, como cuando pibes, "de acá para allá son todos vigilantes".

Y si ve a Pagani tiene ganas de sacar la nacionalidad uruguaya. El hombre dice que el problema "es mental por la ciclotimia de Messi" entre Barcelona y Argentina. Y que el zurdo "no tiene pasta de líder".

Si uno lee alguna columna de opinión de diarios deportivos que se hicieron mesiánicos por todo cuánto el querido 'Topo' López les contó de Lio desde chico, tiene ganas de lavar de una vez las medias de tanta saliva que se escribe.

Ni una, ni la otra. Quiero aprender a criticar a Messi sin que mi enano fascista salga a degollarlo. No quiero ser uno más de los necios que le custodian los laurales que ganó en Barcelona, porque yo soy hincha de la selección, no del jugador.

Debemos, ya no los periodistas -¿qué se les puede pedir a estrellas que se quieren comparar con ídolos populares o pretenden que su indignación y amargura sea televisada en cadena?-, sino los hinchas, dejar de decir (ja, al menos por dos años) frases del tipo:

-"Es diez veces mejor"
-"Es cien veces más linda"
-"No le llega a los tobillos"
-"No le escribe ni los discursos"

Para quién escribe, y para muchos más también, la vida no es blanco o negro. Aceptémoslo, esta otra vez, que además ya puede considerarse tendencia.

La actuación del 10 en las finales que le tocó jugar con la selección -tres, dos de Copa y una de Mundial-, fueron malas o regulares. Lisa y llanamente, no gravitó (con el sentido más amplio de la acepción de la palabra gravitar o incidir).

Ni en Venezuela 07' ante Brasil jugó Lio la tarde en que perdimos 3 a 0 ante una de las selecciones verdeamarelhas más mediocre de los últimos tiempos.

Sí tuvo mayor protagonismo en la final de la última Copa del Mundo al correr y llegar hasta las narices de Neuer -una en cada tiempo-, pero uno de sus tiros fue salvado en la línea (en el primer tiempo) y el otro (en el complemento, cómo olvidarlo), besó el palo izquierdo del golero alemán.

Casi. Y 'casi' en fútbol no existe. La pelota entra o no. En fútbol hay que ser decisivo en el último partido, porque el sistema de competencia de selecciones es así. Y Lio falló en las finales. No se robó todas las cámaras, o sí, pero por sus gestos adustos o esquivos.

Para este cronista, aún futbolista amateur, el que conduce las pide todas, tiene ese deber. El conductor -Jesús o Perón-, es el mesías del resto. Y este es un país mesiánico. Y no es un juego de palabras solamente.

Enumero: después de la revolución de Mayo aprendimos o nos enseñaron a desdeñar lo colectivo por sobre un nombre. Y así, enumeramos próceres para los billetes o el póster o la remera. Sin repetir y sin soplar, recuerde: Rosas, Irigoyen, Perón, Che, Evita, Alfonsín, Maradona, Néstor. Tiempo.

El tiempo de la final de la Copa corría y el escriba, admirador del enano rosarino, no podía concebir cómo Messi pudo estar casi 20 minutos sin tocar la pelota durante el segundo tiempo de la final del sábado pasado.

Y cómo ante Chile no se reveló en el entretiempo o un rato más tarde en la cancha a la posición de ostracismo sobre la derecha a la que lo confinó Martino (¿para que no subiera al ataque Beausejour? ¿Quién????).

Uno, vos, todos -¡detractores y apóstoles de este Jesucristo!-, esperábamos más de Lionel en la final, para resignificar la otra. Pero ahora es peor y la grieta se amplía.

En el diome, quedamos los que a fuerza de sequía de títulos y golpazos de alturas cada vez más bravas, intentamos aprender con resignación, a criticar a ese genio, ese crack, al mejor de todos. Este Dios que tenemos, llamado Messi.