Si a cada mentira al mentiroso le creciera la nariz como a Pinocho, el mundo estaría colmado de narigudos. Es que si el cuento de Collodi se hiciera realidad, imagínese cuánta naricería larga desbordaría nuestro mundo. Y si a cada enamorado un intrigante Yago lo dominara con mentiras, como es dominado Otelo en la obra de Shakespeare, el mundo estaría colmado de desgraciados crédulos. Yago, el de la ficción, vendría a ser en la realidad la prensa dominante, la SIP, los voceros de las corporaciones, la Mesa de desenlace, Magnetto y sus aliados políticos, etc. Todos juntos. Y no nombro nombres porque no quiero calumniar a nadie solo por pálpito. Pregúntese cada uno si no tiene a Yago metido en las orejas. Bien adentro. Y si siente que lo escucha con devoción y le da rating, remítase al aciago destino de los personajes de Shakespeare. Y empiece a arrepentirse.  

Entre los 10 Mandamientos de Dios si hubiera uno más desobedecido que los otros, seguramente sería el que condena la mentira. Porque como pecado, por su facilidad de cometer, debe ser el más abundante.

Y cuando la mentira es dicha contra alguien con malicia o con odio para causarle daño, se agrava al grado de calumnia.

Hace quinientos años Botticelli pintó “ La calunnia” cuadro que está o estaba en la galería Uffizi de Florencia. La implacable obra refiere la falsa acusación hacia el pintor Apeles de atacar y conspirar contra el astrónomo Ptolomeo en la Grecia antigua. Acusación que, siendo falsa, casi  lleva a Apeles a la muerte.

La obra de Botticelli contiene en sus figuras los siguientes símbolos: el gran juez malo en el centro, y a su lado las arpías de la ignorancia y la sospecha susurrándoles chismes insidiosos en sus orejas de asno. La ignorancia y sospecha son muy importantes en el cuadro. Con ambas hay gente que se vuelve linchadora y vecinos que se sienten superiores a otros vecinos y estos a otros. Sobremesas con charlatanes maliciosos sin más fuente que otra fuente sin garantía de origen.  Hay editoriales y columnas pomposas que posan de republicanismo; hay versiones televisivas que simulan encontrar culpables antes que la Justicia. Hasta se contrata a disfrazados de malos con gorritas o capuchas para que actúen en la pantalla para televidentes incautos o voluntariamente acéfalos de criterio. Y hay twitteros anónimos que desatan sus instintos más brutales sin usar el cerebro. Algunos, más incontinentes, lo hacen en persona en programas de televisión o de radio conducidos por símiles más notorios aunque igualmente irresponsables. Los que son cómicos de oficio suelen ser menos cómicos que los que causan gracia siendo serios. Sobresalen en este rubro el ex ministro de economía que impulsó las retenciones a la soja y el ex vicepresidente que las vetó. Lo raro es que ahora se unen. El primero –inmune al efecto Pinocho- frunce la nariz y dice que al fin de este gobierno la pobreza será mayor que la que había en el gobierno anterior. El segundo no dice, calcula.   

Volvamos al célebre cuadro de Botticelli. Alrededor de aquellos dos símbolos de la ignorancia y la sospecha también están la envidia, la ira, el odio, y el fraude que distorsiona y deforma la verdad. Sin proponérselo el artista ha pintado casi un retrato de la Argentina actual opositora, la de la mendacidad mediática de época. Claro que siempre hay esperanzas de que la calumnia no prospere en contra de la verdad. Que la pobreza-la real- en boca del que la usufructúa no se convierta en cinismo compasivo. Que la teoría conservadora y neoliberal no se aproveche de la colaboración de la izquierda intensa para mentir que hay más miseria que nunca. Si no les crece la nariz es porque lo que les crece es la cara de piedra. Rubén Darío en un viejo poema dice que un diamante nunca  deja de serlo por más barro que lo manche. Yo agrego: tampoco el barro nunca deja de serlo por más que sea publicado con lustre en un diario. Reconocer a un líder de barro, de uno de diamante, parece fácil. No lo es. Si hasta el Premio Nobel otorgado por académicos de rango, suele torcerse. La lista de los conductores y periodistas de más peso público, y de más preeminencia en la prensa hegemónica, es una prueba de que últimamente el barro va ganándole al diamante. No digo que el gobierno es un diamante. Ni este ni ninguno de la historia son para tanto. Aunque si  para oponérsele, para atacarlo, la única arma que se usa es el barro de la mentira y de la calumnia van a conseguir lo contrario.    

Cuánto más lo enchastran, más brilla. Igual que la pelota de Maradona, la realidad no se mancha.  

Tampoco la Argentina. Esta, que no miente como los que le mienten.