En los últimos días, los principales diarios opositores de la Argentina publicaron cosas como las siguientes: “El decano de la Morgue Judicial le comunicó a la representante del Ministerio Público que en la muerte de Nisman no hubo intervención de terceras personas, se informó ese día a través del comunicado publicado por la página web de los fiscales. No quedó claro qué significa que “no hubo intervención de terceras personas”. ¿Pudo haber habido entonces una segunda persona, además de Nisman?” (“Caso Nisman: un informe forense descartaría que haya sido un suicidio”, Clarín, 16/2/15)

Sobre el mismo caso, el diario Clarín publicó el 19 de febrero una nota firmada por Natasha Niebieskikwiat, cuyo título es: “La testigo Natalia Fernández ratificó su relato ante la fiscal Fein”. Sin embargo dos días, después, el mismo diario y la misma periodista se refirieron a aquella declaración de modo completamente contrario. Insisto, la misma testigo, la misma declaración, el mismo diario, la misma periodista, y dos días después la nota llevó como título: “Ante la fiscal, Natalia cambió su declaración sobre algunos puntos”.

Por otra parte, en su columna habitual de los domingos, el columnista estrella del diario Clarín, Eduardo van der Kooy afirmó, uno no sabe si más insólita que temerariamente, lo siguiente: En ámbitos de inteligencia, policiales y diplomáticos otra especulación parece tomar cuerpo. ¿Cuál sería? La de que un comando venezolano-iraní (con adiestramiento cubano) podría haberse cobrado la vida del fiscal”. (“La muerte que desequilibra a Cristina”, Clarín, 22/2/15).

Por último, si bien suele ser más cuidadoso que su par, no menos sorprendentes han sido algunos comentarios de columnistas del diario La Nación. Por citar a uno de los más conspicuos, en su columna del 22 de febrero titulada “El regreso del miedo a la Argentina”, Joaquín Morales Solá indicó: “Jamás Nisman se hubiera suicidado con un disparo en la cabeza, en el baño y en calzoncillos. Tenía un sentido demasiado obsesivo de la estética como para hacer las cosas de ese modo”.

Estas son solo algunas de las aberraciones que los principales diarios opositores de la Argentina han realizado la última semana. Frente a ello lo primero que uno se pregunta es acerca del “contrato con el lector” y naturalmente sobreviene la pregunta acerca de cuántos lectores han perdido estos diarios pues parece natural que uno deje de leer una publicación en la que, como mínimo, lo toman por tonto; una publicación en la que si no hay terceras personas puede haber segundas, un mismo hecho es presentado de dos maneras distintas con días de diferencia, un columnista dice que fue un asesinato iraní-venezolano-cubano (le faltaba decir que eran negros, gays y peronistas) y otro afirma que un obsesivo de la estética no puede suicidarse en calzoncillos. Si bien Clarín ha bajado dramáticamente sus ventas, algo que no sucedió con el diario La Nación (más allá de que muchos adjudican este fenómeno a la estrategia de fidelización del cliente producida por la tarjeta con beneficios que el diario otorga), lo cierto es que ambos diarios siguen marcando la agenda que reproducen el resto de los medios (aun aquellos con líneas editoriales distintas) y que siguen siendo muchos los lectores que a través de ellos se informan. Algunos dirán que el contrato con el lector no se rompe porque éste no busca la verdad sino “la noticia deseada”; otros dirán que los propios medios construyen las audiencias a las que se dirigen de manera que la adecuación no se da ya entre lo que se dice y lo que es sino entre lo que el diario dice y lo que el lector, determinado por la misma lectura del diario, piensa. Probablemente sean ambas cosas y unas cuantas razones más muchas de las cuales no podrían exponerse sin herir susceptibilidades. Con todo, por cosas como las aquí expuestas, es natural que quien lea acríticamente esos diarios despierte una infinita cantidad de sentimientos, sentimientos variados pero que tienen algo en común: ya ninguno de ellos se acerca, ni por asomo, a la piedad.