Mi día comenzó bien temprano, debía ir a dar clases a una escuela pública de Constitución, pero también tratar de llegar pese al paro lanzado de 4 a 7 de la mañana. Curiosos sindicalistas los de nuestro país que luchan por el 10% de los trabajadores más beneficiados, y no por el tercio de la fuerza laboral que no está registrado ni por el 7,5% desempleado. En fin, ese es otro tema. Luego de llegar y dar clases me dirigí a una escuela secundaria de Valentín Alsina. Más tarde concurrí a la Universidad Nacional de Avellaneda. Para llegar a todos esos lugares pasé por Barracas, Pompeya y Parque Patricios.  En la semana también recorro, para llegar a los otros sitios donde trabajo, por Caraza, Budge, Fiorito, Villa Jardín y Lomas de Zamora, entre otros. Todas barriadas populares y de laburantes.  En todas ellas, y desde hace unos años, hay una marea incontenible de hinchas de equipo más importante del país, y desde hace un quincenio, el más popular. Lo dicen las recaudaciones (15 millones de pesos recaudó River, contra un tercio del rival), la cantidad de socios, la venta de entradas, el rating y la calle, que es el termómetro más importante. Hay camisetas de River en todos los barrios del país. Y cada vez más. El fenómeno de la cada vez mayor popularidad del equipo millonario es un fenómeno directamente proporcional a la pérdida de influencia de nuestros primos.  En esto mucho tiene que ver Mauricio Macri quien clausuró las puertas de la pasión y masividad que caracterizaban a nuestro rival. No es que hayan dejado de ser populares, lo siguen siendo, pero en mucha menor medida que en los viejos tiempos. En realidad, el neoliberalismo en el club rival buscó cambiar la identidad, y eso fue letal. Hoy ir a su estadio, parece un desfile de ricos y famosos. De hecho quieren hacer uno nuevo con dudosos argumentos, tal como está ocurriendo en este momento en la Legislatura porteña. Menciono todo esto, porque a la indiscutida supremacía de River en casi todos los ítems y a lo largo de la histora, en cuanto a títulos ganados, partidos ganados, menor cantidad de partidos perdidos, mayor cantidad de puntos en la historia, base permanente de todos los seleccionados de Sudamérica, prestigio, divisiones inferiores, ídolos en todas las décadas (y no concentrados en los últimos años, eso no es historia, son buenos años nada más) goleadores, y un largo etc, se le sumó ahora el hecho de ser el más popular. El verdadero equipo del pueblo.

La noche de ayer fue una fiesta espectacular como no se veía desde el año 1996 cuando River ganó la Copa Libertadores por segunda vez, o como lo fue en aquella noche en la que se obtuvo la primera, un decenio antes. El partido empezó con un insólito penal en contra cobrado a los 10 segundos. Pero pudo revertirse con una inusual garra, que es otro fenómeno de estos tiempos. Característica subestimada durante nuestra riquísima historia, pero muy valorada en estos tiempos.

En suma, la de ayer fue una noche que hizo justicia con la historia riverplatense. La de las grandes celebraciones, sumadas ahora, a la del coraje que contribuyó a sobreponerse de la adversidad impensada desde el inicio mismo del partido, al hecho de un pésimo arbitraje que inclinó la cancha con todas las faltas cobradas en contra de River, y todas las pelotas divididas también para el rival, al margen del resorte que tenía en su brazo el juez de línea que dirigía el ataque de River en el primer tiempo. Adversidades que pudieron ser dejadas atrás, gracias al abrumador peso de la historia del equipo más importante de Argentina. Y ahora, sin dudas, el más popular.