Adolescencia es ir más allá. Es la etapa del desprendimiento de las autoridades paternas y maternas. Adolescencia es provocación. Es dudar de los sentidos aportados, o impuestos, por la crianza de la familia y por la formación escolar. Es, en definitiva, dejar el hogar, salir al mundo y experimentarlo para repensar qué es vivir, o mejor dicho, cómo se quiere vivir. Pero es, por todo lo señalado, una etapa de máxima vulnerabilidad. Si bien el ser humano es vulnerable, por el hecho mismo de estar con vida y en un mundo tan complejo, lo es mucho más durante la transición adolescente donde aún se conserva lo aprendido en la niñez, de la que hay que desprenderse, y se tiene que empezar a vivenciar, sin serlo, el ser adulto, con los deberes y responsabilidades que esto implica. “Ya sos grande”, se le suele señalar a un adolescente que comete alguna “irresponsabilidad”. Pero no, no son grandes, son adolescentes. Y hay que entender que es la etapa de hacer malabares fallidos para lograr una estructura estable, una personalidad. Y que por eso ensayan actos y palabras, para conocerse, para ponerse a prueba, pero también, y esto es lo más interesante, para poner a prueba a los adultos y sus imperativos sociales.

   Adolescencia es rebelarse ante el mundo impuesto. Es cuestionar los viejos modelos para invitarnos a repensarlos, y a cambiar. Por eso es la juventud, mayoritariamente, la abanderada de la ola verde, del feminismo, del lenguaje inclusivo, de la liberación sexual, del veganismo, del rap, o de todo colectivo o idea que sientan que deben llevar adelante para luchar por un mundo mejor. Y está bien, porque el mundo que los recibe, o los excluye, depende desde donde se lo mire, no está funcionando muy bien, mejor dicho, está funcionando mal. El planeta está enfermo, colapsado. Las desigualdades sociales y las violencias no tienen freno. Y la nueva mirada adolescente es la posibilidad del cambio.

   Quienes empezaron a transitar su adolescencia durante el 2020 tuvieron que quedarse dentro, justamente lo opuesto al espíritu de la etapa. Dentro y con la familia. Dentro y sin los pares. Dentro y en la vida virtual. Y ahora, cuando bajaron los contagios y las muertes, y se “permitió” salir, salieron a buscar la vida afuera, de lo que tanto se privaron. Sí, quizá sin los cuidados necesarios, pero no por eso son responsables de la nueva ola de contagios de coronavirus, como tampoco del resto de los males que acechan a la humanidad.

   Cierto hartazgo, asociado a tanto confinamiento, determinó que la población relajara las medidas de cuidados. Pero hasta que la pandemia pase estamos a tiempo de retomar los protocolos pertinentes para no contagiarnos ni contagiar, todos y todas, cada etapa de la vida, porque no olvidemos que también los adultos trasgreden las leyes, aunque de manera más solapada. Estamos a tiempo de poner palabras, límites o multas. Pero por favor, no busquemos culpables. Ahora, si quieren encontrar responsables, si necesitan culpar a alguien, no busquen entre los más jóvenes,  porque ellos no construyeron este mundo y sus miserias, nacieron en este barco cuando ya estaba averiado.