En aquella época, estaba prohibido que los prisioneros se tatuaran entre sí, sin embargo, encontraban las maneras más arriesgadas para inmortalizar pensamientos y deseos en la piel.

Utilizaban clips, cuchillas de afeitar, pins, trozos de vidrio entre otros objetos que les daban la chance de marcarse.

Estos trozos de epidermis fueron rescatados de los cuerpos de convictos polacos fallecidos y preservados para identificarlos y determinar las conexiones afectivas entre los presos.