Alguna vez, tiempo atrás, "viejo" era un estado de gracia en el que se reunían experiencia y sabiduría, la fuente de consulta a la que debían recurrir los jóvenes para no cometer ni los errores ni las estupideces que los viejos habían cometido por inexperiencia.

Hoy la vejez está totalmente devaluada, y alguien con más de 50 años es considerado "viejo", a punto de ser desechable; tan devaluada que, desde el vamos, un viejo no es merecedor ni de atención, ni de respeto ni de una jubilación o pensión que le permita vivir con cierta dignidad.

De hecho, el habla cotidiana, el término "abuelo" o "viejo" se puede equiparar a "puta", a "trolo", a "negro", adjetivos que en sí mismos no significan nada –más allá de lo que dice el diccionario de ellos– pero que tienen toda un carga negativa proveniente de una sociedad alienada y consumista, que considerada a la juventud como virtud intrínseca.

De ahí que el actor Gerardo Romano le respondiera como lo hizo a Fernanda Iglesias, en términos que dejó al descubierto lo dicho anteriormente. Y tendría que haber parafraseado al genial George Bernard Show, quien dejó en claro que la juventud es una enfermedad que, de última, se cura con el tiempo.