Abre el cuadernito y garabatea la lista de cosas que tiene que hacer en la oficina. Cuando va por el tercer punto, la invade una sensación extraña en el brazo. Se le corta el aire. Se le hace agua la boca. Se moja. Cierra los ojos y aparece la pija de Manuel pasándole por el brazo en un momento de confusión en pleno garche. Se frota una pierna con la otra, logrando que el clítoris no se atolondre y la deje trabajar.

Va al dispenser a buscar agua intentando distraerse. Pero una vez más, la sensación de la pija de Manuel se le posa, esta vez, sobre la espalda. Se estremece mientras está casi en cuatro sobre el dispenser y sabe que no da. La pija de Manuel entre la espalda y el culo sin decidirse, todavía, a penetrarla. Más agua en la boca. Más mojada. Junta las piernas, las aprieta una contra la otra mientras cierra los ojos y pide por favor que basta, que se decida, que entre, que salga. Que.

Sacude la cabeza, tapa la botellita y vuelve bamboleando las caderas hasta su escritorio. Cierra los ojos, se pone los auriculares, la da play a la lista de música y se pone a trabajar. Logra avanzar. Termina el archivo, aprieta guardar y de golpe siente el dolor extremo de la pija de Manuel penetrándola, se decidió. La espalda arqueada de dolor, la boca que grita en un sutil silencio, las manos que se aferran a las almohadas, la concha húmeda pidiendo ser tocada. Despacio. La agarra de las caderas y se la mete hasta el fondo. Su mano se acerca al pubis, sus dedos tocan su clítoris y la pajea hasta que acaba y se desarma sobre la cama. Tiene los dedos casi adentro de la boca, los ojos cerrados, los auriculares puestos, Beyoncé gritándole, el teléfono de la oficina que suena, un mail sin mandar.

Se levanta. Cruza los boxes, entra al baño. Traba la puerta del cubículo. Se sube la pollera, se baja las medias, se toca. La sensación de la pija de Manuel en todo el cuerpo otra vez, en cada célula de la piel. El clítoris duro, hinchado. Mucho flujo espeso y desubicado que siente correr por los labios. Estampa la mano contra la puerta rogando que no entre nadie. Se frota hasta que estalla en un orgasmo en mute, las rodillas se le cierran y se le abren. La concha se relaja mientras late ya casi tibia. El cuerpo entero se relaja, salvo por ese pedacito de espalda que quedó clavado en la manija de la puerta en el momento justo. Se sube las medias, se acomoda la pollera, respira hondo, se lava las manos y vuelve a su box, el día continúa.