Desde hace varias semanas, todos los días, Lulú coge por dm (sí, así). Con un chabón que no conoce. Se armó una Lulú de fantasía que se calienta y calienta. Acaricia y es acariciada. Busca y es buscada. Toca y es tocada. Chupa y es chupada. Pide y responde.

No le responde a sus pedidos de fotos pero compensa la falta de imágenes con cataratas de palabras que la describen y la retocan como un photoshop que contentan a su lector.

Es tan perfecto que la Lulú de fantasía y el chico de fantasía acaban al mismo tiempo. Siempre. Y a veces hasta mirándose a los ojos. Así, toda intensidad.

Es una suerte de cadáver exquisito. Perfectamente bien escrito. Que excede el acto sexual en sí mismo. Y tiene un mundito de anécdotas compartidas, viajes planificados, y sonrisas. Si tuviera una banda sonora, ya sería una peli. O una serie de esas que te enganchan por todos lados.

Empezó con un dm de aplausos para esas piernas. Derivó en un viaje por el Egeo.

La Lulú y el chico de fantasía fueron a Mykonos. Se sentaron en la rambla, miraron cómo caía el sol sobre el mar. Chaparon. Cogieron. Todo eso en un par de sutiles pero exactos mensajes.

En el mundo real, a Lulú la calentura le atraviesa el cuerpo real. La atraviesa y le marca el cuerpo. La estremece. Y a fuerza de palabras acompasadas, Lulú acaba en cuerpo y mente.

Siente escritas en la piel todas las cosas que dicen que hacen. Son como grandes expresiones de deseo que terminan inundándolo todo. Tres palabras justas y el cuarto ya es un quilombo de humedad.

Casi todas sus fantasías son repeticiones de esos diálogos. Que se vuelven a extender de memoria en el cuerpo.

Recuerda cada detalle. Cada mirada escrita. Cada mano clavada en la espalda. Cada pierna que hace presión sobre la cadera.

A veces cree que se conocen. Que todo eso pasa en una realidad paralela y que cuando se vean, va a ser tan genial, perfecto y al unísono como lo es por mensajes.

A veces no. Cree que nunca se van a ver en una cama y le da nostalgia, pero eso no la nubla y, cada vez que le llega un dm, cada vez que ella ve ese pequeño sobre en la pantalla de su celular, se estremece y sonríe.

Sí de nuevo decía. Llegó la hora de coger.