Abre la cartera, saca las llaves y abre la puerta. Se saca la campera de cuero, el vestido, los borcegos y las medias. Se tira en la cama en culot y corpiño. Va directo al capítulo de Breaking Bad que había dejado por la mitad en la compu. Le llega un whats app que dice: ¿llegaste bien? Miedo. Desesperación. Claro que llegó bien, pero se quiere matar. El karma existe y la odia. Hace cuarenta minutos salía de lo de Leo. Con lo poco que está cogiendo, haber estado con Leo la debería alegrar. Pero a veces es mejor no coger que coger como el orto. Bueno, pensándolo bien, no estuvo tan mal. Ha tenido noches peores. Incluso con él.

Lulú estaba en un bar en Palermo, parada, haciendo equilibrio con un vaso, el teléfono y un chat en el que habían clavado el visto. Aparece Leo, Lulú resopla, la mira a Cata, Cata le devuelve la mirada y le dice que ya sabe que se va a ir con él, que no la estire mucho porque tiene el final de temporada de una serie esperándola en la casa.

Se saludan. Él se le acerca. ¿Tu casa o la mía? -La invade la pregunta que la persigue desde hace días: ¿Cogés poco porque los pibes que te gustan no te dan bola o porque realmente hacerte una paja y ver Netflix hasta quedarte dormida con los anteojos puestos te parece la mejor opción?

-Tu casa.

Salen. Paran un taxi, él le abre la puerta y le dice: las damas primero. Siente cómo se le cierra la concha como si fuera una bolsa ziploc. Llegan al ph de Caballito. Primer piso por escalera. Puerta de madera de doble hoja que chirría un poco cuando el caballero la abre.

-¿Quéres algo para tomar?

- Mmm -si toma una copa de vino, llega al punto caramelo, pero no va a hacerle abrir a pibe toda una botella de vino para servirse tan poco- no, estoy bien -sonríe con los ojos. Él abre un porrón y se sienta al lado, pasa un brazo por atrás de la cabeza y le da un beso. Ella lo abraza por la cintura, le toca la espalda, el cuello, el pelo, la cara. Mientras él le busca el corpiño por abajo de la remera, intenta desabrocharlo un par de veces hasta que a la tercera, justo antes de que Lulú se disponga a ayudarlo, lo logra. Con las dos manos rodea el corpiño, llega al mismo tiempo a las tetas. Las aprieta, las amasa, las acaricia, las toca, las descubre sacándole de un tirón preciso la remera y el corpiño. Bien. Mejor de lo que recordaba.

Entra en clima. Se relaja. Sonríe cuando él le pellizca un pezón con los labios. Se calienta. Decide firmemente dejar de pensar. Mete panza cuando él empieza a bajar. Y siente la lengua dura haciendo círculos frenéticos estilo American Pie. Lulú se mueve intentando que Leo suba, se siente incómoda. Se incorpora y logra articular un “vení”. Él se para y la mira. Es su momento de brillar: Abre los ojos, lo mira risueña, juega con la lengua, lo hace gemir, le clava las uñas en la base de la espalda, él se aleja y la ayuda a levantarse.

Van al cuarto. Se acuestan. Ella se acomoda y queda acostada boca arriba, mirándolo. Sus manos le abren las piernas aún más. Le toca la concha. Está húmeda, caliente. Él sonríe. Con el pulgar le presiona el clítoris, lo mueve de lado a lado primero, ella gime. Gime más alto y casi grita. Las piernas tensionadas rogando que siga haciendo lo que está haciendo, que no pare, que no cambie el movimiento, está a punto caramelo. Le lleva la mano a la pija. Se besan. La mano que antes estaba dándole amor a su concha, ahora juega con sus tetas. Se traga el orgasmo como si fuera un amoxidal. Sigue tensionada. Él la mira triunfante, como si se hubiera ganado el Lápiz de Oro. Lulú cierra los ojos fuerte, mete panza de nuevo y quiere que todo se termine ya mismo. Leo se pone sobre ella y entra.

- Pará, no, ¿qué hacés?

- Qué.

- ¿No tenés forros?

- Sí, sí, ahora me pongo uno.

Lulú cierra los ojos para que no la vea revoléandolos con hartazgo. Entra, otra vez. Se mueve. Rápido. Levanta el pecho y lleva las piernas de Lulú sobre los hombros. Ella siente cómo la pija le entra hasta el fondo, le copa aunque esté incómoda. Le baja las piernas hacia un costado y se agarra de su cadera para cogérsela bien fuerte. Ella gime, él gime un “ahí vengo”. Más fuerte, gime, grita. Acaba. Se desploma sobre el costado de Lulú. Ella espera, ruega, implora que él le haga unos mimos, algo.

- Llegaste, ¿no?

La invade la furia. Cierra fuerte los ojos. No, no llegué, piensa a los gritos, estaba a punto y vos decidiste que era el mejor momento del mundo para parar. Lo odia por pensar que llegó. Se odia por no decirle ni una sola palabra que pueda llegar a herir su ego. Fuerza una sonrisa discreta y empieza rastrear mentalmente su ropa por el departamento.

-¿Te quedás a dormir o te pido un taxi? -es cierto que lo único que quiere es irse a su casa. Pero dormir acompañada no es un mal plan. Lo mira y lo odia.

Desde la primera vez que estuvieron juntos, hace dos años y pico, dormir era lo que mejor les salía.

Se conocieron trabajando en el BAFICI. Leo era su coordinador. Se hacía un poco el canchero y se la pasaba levantándose pibas. Pero era lindo. Alto, morocho, barbita, un poco de panza. All Stars, camisa a cuadrillé abierta, remera de una banda, chupines. La primera vez que salió con Leo fue el sexto día de festival. Ya estaban agotados y como eran de los pocos que no se gastaban todo el sueldito en merca, se quedaban medio aislados. Al cierre de la jornada, él le dijo que vivía cerca y tenía un vino. Sin dudarlo, Lulú aceptó la invitación. No era tan cerca. Y no cogieron. Bueno, en realidad sí. Pero no hubo penetración. Se le bajaba todo el tiempo. Así que hicieron todo el resto y se durmieron abrazados. Con las respiraciones casi acompasadas. Se despertaron con la boca pastosa y los ojos todavía medio pegados pero sonrientes. Él hizo café en la Volturno y lo tomaron en el sillón verde. Se largó a llover y la idea de ir al Abasto los abrumaba. Se quedaron un rato más, total el supervisor era él. A ella le encantó que le dijera eso y le acortara la jornada unas horas. Cogieron. Esa vez sí cogieron con todas las letras de lo que se supone que es coger. Forro, penetración, orgasmos, todo. Se bañaron a las apuradas y llegaron con el pelo mojado al shopping.

Se vieron unos meses. Él conoció a una chica que le duró menos que un aguinaldo pero igual se alejó. Lulú cada tanto pensaba en Leo.

Entonces, cuando lo vio en el bar ayer a la noche, sabía, como Cata, que se iba a ir con él.

Se acostó, se dejó arropar y aceptó gustosa la cucharita. El brazo pesaba más de lo que recordaba. Sus respiraciones no se acompasaban. Sentía la respiración en la oreja. Hacía ruiditos con la boca, como si estuviera haciendo muecas que ella no podía ver. El dedo gordo le hacía presión sobre el tobillo. Abrió los ojos. Respiró profundo. Se volvió a tensar. Rodó en la cama hasta deshacerse de la cucharita. Quedó boca abajo estampada contra el sommier. Le dolían las tetas. Se puso boca arriba intentando que al girar no se moviera toda la cama como si fuera un manatí.

Ya era casi de día. Entraba una luz grisácea por las rendijas de la persiana francesa. Empezó a sentir el cuerpo. La respiración. Tomó conciencia del cuerpo de Leo. Que la buscaba. Una mano sobre la cadera que la llevaba hacia él. La pija adentro del boxer haciéndole presión contra el culo, la mano que aprieta la carne. Metió panza. Él le besó el cuello. Buenos días. ¿Dormiste bien? Sonrisita. Ojos cerrados. La mano en la concha. Una leve presión sobre el clítoris, bombacha mediante. Un poco más. Ella buscó su cadera, lo atrajo hacia sí. Toda la calentura de la noche anterior le había vuelto como un torrente de ganas rotundas de que se la coja. Fuerte. Pero suave. Le bajó el boxer haciendo una contorsión para no dejar de darle la espalda. Lo pajeó. Él le dijo quedate así, se puso un forro, se la metió. Lulú se estaba acomodando, una mano en la cadera del partener y la otra agarrando la almohada con fuerza. Cada vez que sentía la pija entrando, gemía. Le agarró la mano y la empezó a llevar hacia sus piernas, con más ganas de acabar que de comprarse una casa. Él le agarró la mano y la apretó contra su muslo. Cogiéndosela fuerte. Gimiendo. Gritando. Hasta que acabó.

Salió. Le dio un beso en el hombro. Se sacó el forro. Se levantó y salió de la habitación. Ella se puso boca arriba, respiró profundo, desenrolló el culot, se lo subió, se paró. Fue agarrando todas sus cosas. Se vistió en el living mientras escuchaba que él armaba la cafetera para el desayuno.

- Con leche, ¿no?

- Sí, pero me tengo que ir... Dejá, dejá.

- Es re temprano, quedate un ratito.

- No, en serio, disculpame, pero quiero pasar por mi casa a bañarme y eso.

Dejó la Volturno en la mesada, fue hacia ella, la abrazó por la cintura, le dio un beso. Ella mantuvo la boca cerrada y los ojos abiertos. Salieron a la calle. Él le dio otro beso. Pasó un taxi, ella estiró el brazo y se subió al auto con un chau casi inaudible.

Lee el “¿llegaste bien?” de vuelta y se ve a sí misma estampando el teléfono contra la pared. Si fue irónico es un forro. Si no se dio cuenta, es un pelotudo. Si le parece gracioso, debería morir. Delete, block y spam es la única alternativa posible. Eso y hacerse una paja. Acabar, después de horas de lucha contra su pobre orgasmo atragantado. Entra a YouPorn. Sonríe. Abre un video que ya vio más veces que el primer capítulo de Friends. Ella tiene un corsette negro con porta ligas y anteojos. Él es un rubiecito con cara de que tenía una deuda demasiado grande de crédito estudiantil y terminó en la industria porno pseudo amateur. Los ve interactuar y ya se calienta. Se empieza tocando sobre la bombacha. Las piernas semi abiertas. Mete la mano, y con dos dedos toca el clítoris. Lo mueve hacia arriba y hacia abajo. Se agita. Tensa las piernas. Gime. En mute pero gime. Y antes de que el rubio la penetre a ella que lo espera en un cuatro perfecto, el orgasmo le brota desde la punta de los pies, cierra los ojos, tensiona más las piernas, la panza, los brazos, arquea la espalda la cabeza hacia atrás. Y gime. Le brota el placer como si fuera una tormenta de verano. Si un orgasmo fuera traducible a emoticones serían estrellitas panda corazón violeta flor estrellitas.