El partido lo dominó el visitante a discreción, sacó dos goles de ventaja y administró el juego a voluntad, sin sufrir y dejando pasar el tiempo hasta el final ante la impotencia del Santos que además del 2 a 0 en contra sufría la reprobación de su propio público.

Cuando el árbitro marcó el final del encuentro la bronca se manifestó en violencia, y como ocurría en los estadios argentinos en la década del noventa, los hinchas locales empezaron a vandalizar su propio estadio como muestra del descontento con la actuación del equipo.