Para muchos es difícil separar a la persona del jugador de fútbol. Se fijan en su vida disipada, sus posiciones políticas o sus contradicciones en su vida familiar, para desacreditar al más grande jugador de todos los tiempos. Son quienes se erigen en preceptores morales en nombre de una autoridad que nadie les ha otorgado.

Pero Pep Guardiola pasó por encima de todo eso y rescató una frase que escuchó en Buenos Aires, le quedó grabada, y supera cualquier punto de vista.