Vaya que fue una experiencia la charla de Paul Auster y John M.  Coetzee. La enorme Sala Jorge Luis Borges en La Rural se vio colmada por cientos de personas (desde la organización aseguran que hubo mil personas) que no dudaron en hacer hasta tres horas de cola por escuchar a los escritores. Además mucha gente siguió la lectura por pantalla gigante en el exterior de la sala.

Cuando ya estábamos en hora de que empiece volvió a entrar un caudal de personas que corrió como si estuviera ingresando al campo en un recital de rock, todos querían estar bien ubicados ante el escenario aún vacío pero que prometía traernos palabras "mágicas" salidas de el encuentro espistolar entre Coetzee y Auster;  intercambio propuesto por el primero al segundo para "sacarse chispas entre ellos" como señaló Carlos Ruta el director de la Universidad Nacional de San Martín (que fue la que auspició el evento).

Cuando ambos escritores entraron en la sala, la ovación se hizo sentir. Se los vio tranquilos, casi inmutables - especialmente a Coetzee- aunque Auster sacó a relucir su sentido del humor apenas arrancó con la primer carta.  Por un acople dijo sentirse "dentro de una película de ciencia ficción de los años 50, ahí vienen ¡los platos voladores!", provocando la risa de los presentes.

Si bien al principio el tema del sonido fue gracioso, después se generó un eco entre las palabras del escritor y la traductora que hizo que este se molestara un poco e invitara a Coetzee a salir del escenario hasta que se arreglara la cuestión técnica. Auster habló de la situación en términos de algo "hilarious", es decir chistoso, hilarante. Una vez solucionados los problemas técnicos empezó la lectura que para muchos dejó sabor a poco.

Es real que son dos escritores y que no son actores ni uno pretende que hagan un show, pero tal vez lo que hizo falta fue esa calidez del diálogo que pueden dar dos personas que están una al lado de la otra, si bien leyendo, pero con el factor del verdadero aquí y ahora que no se va a encontrar en el libro. Muchos asistentes al evento no sabían que sólo iba a ser una lectura y se los escuchaba un "poco decepcionados" por que los escritores no habían interactuado con los presentes,  o más entre sí. Otros, que ya conocían la metodología del encuentro salían fascinados; como si hubieran sido partícipes de una "revelación".

Independientemente de la falta de calidez, hay que mencionar que los fragmentos epistolares leídos por ambos escritores brindaron una riqueza literaria interesante.Por ejemplo abordaron la cuestión del "nombre", es decir la manera de llamar a las cosas o personas.

Coetzee señaló "la arbitrariedad del significante en general" mientras que la poesía parece escapar a ciertos límites significantes. Auster reflexionó: "llegamos a aceptar los nombres que nos pusieron. Es un intento de convencernos que somos uno entre nuestro nombre y nosotros".

Otro de los grandes temas fue la "lectura", es decir, la lectura entendida como construcción de imágenes, "el ojo interno" del que habla Coetzee quien dijo pensar en "auras o tonalidades" mientras se suceden las palabras en su lectura; y no como Auster que señaló que suele ponerle caras y espacios conocidos a lo que lee.

Auster además hizo referencia a la correspondencia escrita hace tres años entre él y el Premio Nobel nacido en Sudáfrica, señalando que Coetzee se volvió su "otro ausente, su primo adulto, su amigo imaginario". Remarcando la amistad que une a ambos escritores.

Finalmente Coetzee mencionó cuando alguien habla de las llamadas "pavadas románticas" que hacen a la escritura;  como cuando se nombra la cuestión "de la página en blanco, de tener una mala racha", realidades que no serían "una pavada" sino que marcan a la escritura como una actividad de "dar, dar, dar y dar".

Las reflexiones de ambos escritores fueron brillantes, no sólo a a hora de pensar su oficio y su relación con él sino también aportando toques de humor. Pero "la magia" del presente, de dos hombres que se admiran mutuamente,  leyéndose;  quedó diluída en la mera lectura de aquello que podemos encontrar en el libro. Un encuentro epistolar que fascinó y decepcionó al mismo tiempo.