El huevo de la serpiente, afamada película dirigida por el renombrado director sueco Ingmar Bergman, hace referencia al hostil clima vivido en Alemania previo a la irrupción del nazismo y su posterior toma del poder. Se trata de una sociedad donde el odio hacia el otro, y la idea de que es el culpable de todos los males empieza a extenderse para, desde 1933, ser política de Estado.

Numerosos sucesos acaecidos desde el 10 de diciembre de 2015 van en esa dirección ¿Es el gobierno de Macri fascista? Claramente no. ¿Tiene actitudes autoritarias? Muchísimas y preocupantes. ¿Los sectores reaccionarios de la sociedad tienen vía libre para hacer lo que les plazca? También, y eso es un camino de ida hacia situaciones de extrema violencia, funcionales, por otro lado, con el modelo económico de primarización, salarios bajos, mercado interno deprimido y desindustrialización. El mismo requiere de la violencia como un elemento constitutivo y fundamental. A falta de consensos extendidos, la coerción siempre es el camino.

Tenemos sobrados ejemplos que trataremos de resumir, dado que por un tema de extensión no podremos mencionar. Se replican a lo largo y ancho del país, siendo una verdadera política federal de este gobierno, una de las pocas, junto al exponencial aumento de la pobreza y la desigualdad. El conocido, pero no por eso menos repudiado, caso de Milagro Sala fue de los inaugurales: una persona presa sin juicio previo, cuyo verdadero trasfondo radica en advertir a los sectores populares que el tiempo de la redistribución y de la recuperación y ampliación de derechos había concluido: al decir de los ideólogos del golpe de Estado de 1955, que destituyó a Perón, y reivindicado por el impresentable Ministro de Cultura Avelluto, “el que nació pobre debe morir pobre”.

Con el correr de los días de 2016 nos fuimos enterando del aumento en las atribuciones de los policías, que bien sabemos donde concluyen en todos los casos. Fue así que la repudiable práctica de pedir documentos por portación de ropa o cara se hizo cotidiana, así como las razzias en Once, Moreno, Pompeya, Constitución o Retiro,  execrable legado de años autoritarios. Vimos videos viralizados de policías pidiendo por la vuelta de la Dictadura, así como trabajadores y estudiantes de barrios populares ser humillados por las fuerzas de (in)seguridad. Asimismo, una persona fue obligada a bajarse del tren por portar un cartel recordando las promesas incumplidas por Macri, y a varios se les prohibió circular con las remeras alusivas al gobierno anterior. Unos jóvenes fueron detenidos por escribir un tweet contra el Presidente. Hubo bombas en Unidades Básicas, y disparos efectuados por simpatizantes del Pro. La policía irrumpió en la Universidad de Jujuy, violando flagrantemente la autonomía universitaria, para moler a golpes a un indigente. Hace unos días, un rugbier hizo lo propio con otra persona en situación de calle. En Mar del Plata, el rebrote de grupos neonazis está a la orden del día, protegido, según cuentan, desde la propia municipalidad.

¿Es la primera vez que pasan estos sucesos deleznables? No, pero no por eso dejan de ser llamados de atención para una convivencia democrática. Todos ellos forman una cantidad y variedad de episodios que encuentran un clima ideal para expresarse. Lo repudiable es que todos estos actos están avalados por el poder. Cuando un violento ocupa una alta dirección en el Senado, y es recién echado porque trasciende un video donde se lo ve sacado de odio en 2012, es violencia legitimada por el Estado. Cuando Bulrrich hace mención a la Conquista del Desierto en la Patagonia es violencia. Cuando Macri adhiere a la ley del Talión, es violencia. Cuando el ajuste es constante y la culpa es siempre de los otros, es violencia. Y violencia es mentir sistemáticamente. Un rubro en que el gobierno de los CEOS es experto.