Sarah me recibe en su casa. “Esto es”, me dice mientras paseo la mirada desde la taza del inodoro a la pila de libros y finalmente al falso techo de madera sobre el cual se ubica su cama. Decorando la pared del fondo de esta especie de túnel de 80 cm de ancho y unos tres metros de largo hay un lienzo. Sarah tiene 28 años, es estudiante de arte y vive en el baño de invitados de una casa del barrio berlinés de Neukölln, probablemente la habitación más pequeña de la ciudad.

Militando el ajuste en Berlin: Esta chica vive en un baño de 2.4 metros cuadrados

Ella llama a la habitación “mi cápsula”. Cuando se levanta por la mañana, Sarah pasa a la sala de estar de la vivienda, que comparte con otras personas. Duerme mal, y es que dormir con el techo a escasos 30 centímetros de la nariz no la hace sentir muy cómoda. “Echo de menos lo de dar vueltas en la cama”, explica. “Si me quedo mucho tiempo despierta en esa cama me pongo de un humor pésimo”.

Encontrar casa en una gran ciudad no es cosa fácil, y por lo general nunca tenemos el tiempo o las ganas de someternos a una infinidad de castings y “charlas cognitivas”. Buscar pisos de estudiantes o a precios muy reducidos, dada la lentitud y complejidad de los trámites burocráticos que ello conlleva, no eran opciones viables para Sarah, que acababa de independizarse con su novio y necesitaba una habitación cuanto antes.

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Pese a que Berlín no se encuentra siquiera entre las diez ciudades alemanas con la vivienda más cara, en lo que va de año, los alquileres se han disparado de forma vertiginosa. Para ser exactos, un 57 por ciento entre 2004 y 2014. En pocas palabras, quien quiera un techo en Berlín y no disponga de muchos recursos, tiene que recurrir a soluciones creativas.

Como en la habitación de Sarah no hay sitio para dos personas, nos sentamos en el balcón. Si queríamos hacer la entrevista en su cuarto, había dos opciones: o una se sentaba en la taza del inodoro y la otra se quedaba de pie, o nos tumbábamos las dos en la cama, solución esta última que descartamos por resultar demasiado íntima. “No traigo mucha gente a casa, como puedes imaginarte”, me explica.

Sarah ya había experimentado lo que supone vivir en espacios reducidos durante un viaje a Japón. “Ya desde el viaje en tren, en tercera clase, con 52 personas por compartimiento”, recuerda. “En Tokio me alojaba en un hotel cápsula que se pagaba por tramos de diez horas. “En esta habitación, la sensación es más o menos la misma”, prosigue. “Nunca sé cuándo sale el sol, qué hora es o si necesito chaqueta para salir a la calle. Abro los ojos y lo único que veo es el techo”.

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El viaje a Japón también le sirvió para aprender a gestionar mejor el espacio. De hecho, tras la sorpresa inicial, se aprecian un montón de pequeños e ingeniosos apaños. Entre el indoro y el falso techo hay instaladas numerosas baldas que hacen las funciones de armario, mesilla de noche y estantería. Y sí, luego está la taza del inodoro propiamente, que hace las veces de caballete para las pinturas de Sarah.

Antes, Sarah vivía en un piso de 50 metros cuadrados. Al poco se mudó con ella su novio de entonces, pero al cabo de un tiempo terminaron. “No podía echarlo de casa sin más”, explica. “Para él habría sido aún más complicado porque no tiene trabajo fijo ni muchos amigos en Berlín, y sobre todo porque tiene apellido extranjero”, señala.

Así fue como Sarah acabó en la casa en la que nos encontramos ahora. Al principio compartía habitación con una amiga, pero cuando la Nochevieja pasada vio a un invitado dormir en el suelo del baño, se le ocurrió la idea de convertir ese espacio en su dormitorio. A fin de cuentas, solo quería un poco de privacidad y un sitio para dormir, y cualquier opción era mejor que ponerse a buscar casa en Berlín. “Hace ocho años podías encontrar habitaciones enormes por 150 euros al mes. Ahora es complicadísimo”, asegura.

Los compañeros de piso de Sarah se negaron a que pagara un alquiler por el baño, pero entre agua, gas, electricidad y comida, gasta entre 50 y 150 euros al mes. “Espero retrasar todo lo posible el momento de enfrentarme de nuevo al mercado inmobiliario”, explica. “El problema llegará en un par de meses: en enero termino los estudios y no podré usar el taller de la universidad para trabajar y necesitaré un sitio para mí. El simple hecho de no tener ni un escritorio va a dificultar los trámites burocráticos”, explica.

Por suerte, el techo de su baño-dormitorio es muy alto: 3.50 metros. “Si de verdad me quiero quedar aquí, tengo que empezar a pensar en cómo añadir otro piso para trabajar y relajarme”, dice entre risas.

Y es que para vivir en Berlín hay que ser creativos.

Fuente: vice.mx