“Hay que salir a pelear, hay que salir a luchar,

hay que volver a encontrar todas las cosas divinas,

defender el lugar”

Salir al sol (Fito Páez)

Las malas decisiones, en la vorágine de la gestión pública, a veces tienen un efecto inmediato y visible. Otras veces el efecto es, aunque devastador, al mediano y largo plazo, como la reforma educativa en los ’90. Y quizá es un buen momento para comenzar a asumir que algunas de las medidas llevadas adelante en torno al denominado cepo del dólar no fueron las más adecuadas o resultaron atemporales. Eso no quiere decir que la medida en sí sea buena o mala, sino que alguna arista de su implementación en determinado momento no resultó propicia. Negar los efectos de las decisiones cuando éstos estallan frente a nuestros ojos es nocivo para todos, porque nunca puede estar mal decidir en base a la información y las ideas y proyectos que se tengan, pero si lo está no saber encajar los golpes que esas resoluciones pueden acarrear. Para poder ver  hay que volver a parpadear con el ojo morado después de la piña, aunque duela.

Pero aun asumiendo estas circunstancias, es imposible no sumar a esta observación algunos datos que se elevan solos por sobre cualquier tipo de análisis de la realidad política de Argentina.

Terminamos un año difícil: acuartelamientos policiales con pedidos de aumentos salariales, sedición, ‘saqueos’ comandados por las mismas policías provinciales, como ya ha podido comprobar la Justicia en muchos casos. Pérdidas económicas ostensibles, y lo peor: heridos y muertos.

Corridas bancarias que siempre tienen de protagonistas a los mismos actores: ese puñado de cuentapropistas egoístas que amasan fortunas haciendo lo posible por menoscabar al Estado, y eso es directamente en detrimento del pueblo, porque el Estado somos todos. Y entre medio de todo esto la sombra oscura del desabastecimiento de productos, la remarcación permanente de precios, los especuladores a la orden del día. Desabastecimiento que no es tal, porque los productos son quitados de las góndolas, son ocultados para, obvio, especular con la necesidad y la demanda y luego poder aumentarlos a voluntad y venderlos, caros y a cuenta gotas, forzando más y más la inflación. Inflación que no sólo existe, sino que crece gracias a estas cosas.

Puede haber errores y poco reflejo al corregirlos, quizá, pero un golpe de mercado orquestado por los sectores concentrados económicos y convalidado y difundido por los grandes medios, es innegable, sucede y está causando un serio daño.

Y si cuando hablamos del daño que causa semejante intento desestabilizador creemos que el único perjudicado en el gobierno nacional, el grupo político que rige los destinos del país, incurrimos en un error que sólo puede ser producto de una mentalidad estrecha que razona en base al rechazo que le puede producir el Kirchnerismo y no analiza lo más elemental de todo: cuando a un gobierno le va mal, le va mal a la gente. Y, además, si ese gobierno se caracteriza por haber desarrollado la mayoría de sus políticas orientadas a los sectores más desprotegidos de la sociedad, si ha gestionado políticas de estado para los más vulnerables, bueno, son ellos justamente los que más van a sufrir los embates oligopólicos. Como han sido los del HSBC o Shell, por poner mínimos ejemplos.

La devaluación sólo puede beneficial a los ricos, a los que operan con millonadas que nosotros ni siquiera atinamos a imaginar. Los que cuentan los billetes y monedas para ir al almacén no tienen el problema de saber el precio de dólar al minuto, tienen problemas muchos más acuciantes que ese. Horrorizarse y decir que los pobres no pueden comprar dólares, como han dicho algunos medios o políticos opositores, es siniestro. Es una afrenta a los pobres que no pueden comprar dólares ni a 8 pesos ni a 4. La preocupación diaria es comer, no ver la cotización de esa moneda extranjera.

Los especuladores y desestabilizadores quieren un dólar alto porque les beneficia. De hecho quieren otro gobierno, porque dicen que éste no los favorece, y eso es raro ya que en la última década se han enriquecido de manera obscena. Ellos son los enemigos de los que menos tienen, y el gobierno actual, con Cristina Fernández de Kirchner, en particular, es una enemiga momentánea de los especuladores y desestabilizadores, enemiga circunstancial, porque es quien invierte en obra pública para los pobres, en programas de incentivo a la educación, en créditos para obtener viviendas propias, en asignaciones económicas para los niños. Pero antes de ella, durante y después, siguen siendo enemigos de los pobres, porque los quieren abajo, ignorantes y muertos de hambre, porque así les sirve. Por eso están operando contra este gobierno, por eso se quedaron quietitos y silenciosos en las épocas de Menem, quien era un inmejorable aliado para aplastar a las clases bajas y trabajadores con el neoliberalismo enlatado con que asfixiaron al país tantos años. Y hasta dicen que exagerás cuando hablás de intentos de desestabilización y hasta se ríen por lo bajo: no te creen a vos pero si al señor de un diario centenario o un canal de televisión que los azuza con mentiras, les inyecta veneno por los ojos y los larga a la calle y se refriega las manos con placer al ver como se pelean unos con otros.

Y si entre estos devoradores de pobres y los sectores vulnerables de la sociedad nadie se pone en el medio, te comen, mastican y escupen tus restos para después pisotearlos con su tradicional desprecio. No es así, por algo atacan sin cuartel: las acciones desestabilizadoras demuestran que hay alguien en el medio, entre ellos y nosotros, remando en dulce de leche. En vez de hacérselo cada vez más espeso, debemos aguantar las más fuertes correntadas, que no sólo quieren llevarse puestas a un gobierno electo por el pueblo en amplia mayoría, sino que quieren arrasar con los derechos conquistados en estos años, con las mejoras en la calidad de vida obtenidas, con nosotros. La corriente especuladora es fuerte, fuertísima, hay que aguantar, poner el hombro más que nunca. Aguantar.