Durante su habitual recorrida por la Plaza San Pedro, un chico se acercó al Papa y lloró por la pérdida de su mascota, a lo que el pontífice respondió con un impactante –al menos para la comunidad católica– consuelo: asegurándole que volvería a ver a su perro en el cielo.

No contento con ello, durante su discurso correspondiente a una nueva audiencia general semanal, Francisco recordó el suceso y planteó que "el paraíso está abierto a todas las criaturas de Dios”, por lo que concluyó: “Un día veremos de nuevo a nuestros animales en la eternidad de Cristo”.

“Las Sagradas Escrituras nos enseñan que el cumplimiento de este maravilloso diseño también afecta a todo lo que nos rodea”, agregó el Papa para completar una idea ya sostenida por San Francisco de Asís, de quien tomó el nombre.