Como si hubiese sido una espada filosa durante los cuatro años del macrismo, como si hubiera sido una voz que era necesario tapar, Eduardo Feinmann quiso hacerle creer a la pantalla de LN+ -no hay que descartar que más de uno de los que sintonizan el programa lo engulla- que un enviado de Marcos Peña quiso chantajearlo.

¿Por qué sería necesario hacerlo, si cada editorial era un intento de hacer mayores loas a la gestión del ingeniero? La historia es tan inverosímil como poco elaborada porque no hay ninguna razón para que Peña hubiera querido comprarlo.

No se entiende qué extraño motivo lo llevó a Feinmann a querer vestirse de digno, de héroe, de paladín del periodismo libre, un traje que no le queda muy bien.