Larga repercusión tienen las palabras, decía un poeta que las comparaba con cuchillos o flechas.

Veamos lo que ha ocurrido con la palabra “curro”; sigamos su camino, pero hagámoslo aceptando provisionalmente la suposición de que nada se dice por azar y que sus consecuencias tienen un designio fatal. El que lanza palabras que son flechas o cuchillos, aunque finja o prefiera desconocer el camino que, ya sueltas, emprenden, debe responder por su rumbo y su destino.

El 8 de diciembre del año pasado, Mauricio Macri concedió un reportaje al diario La Nación. Fue una breve entrevista en la que sobrevoló varias ideas de su posible gobierno: infraestructura, educación, endeudamiento, relación con la oposición, empresas del Estado. Muchos dicen que Mauricio Macri cultiva una oratoria superficial, que evita definiciones y recala en diluidas frases esperanzadoras. Tal vez sea así, pero también es posible considerar que, cifradas, esas definiciones claras y duras laten en medio de las frases ligeras. Ha transcurrido un buen tiempo de la entrevista. Mauricio Macri, que sabe que está hablando con el diario La Nación, con los lectores del diario La Nación, con lo que representa en la historia argentina el diario La Nación y con los intereses que condensa y expresa, se acomoda aún más en su sillón y entonces empuña una frase y la larga: conmigo se acaban los curros de los derechos humanos. ¿De qué venían hablando? De Schoklender, de “Sueños compartidos”. No importa. Conmigo se acaban los curros de los derechos humanos. La señal fue dada. Y ahora la vemos caminar derecho hacia el título del reportaje, a la tapa del diario y a los miles de portales de noticias. Desde este amplio arco ha sido lanzada la frase: con Macri se acaban los curros de los derechos humanos. Los que tenían que entender, ya entienden; los destinatarios de esa frase la han recogido y sienten su abrigo. En esas nueve palabras se cifra entera su posición frente a los delitos de lesa humanidad, sobre el carácter de los represores, el futuro de los juicios, las complicidades económicas con la dictadura.

En nuestro lunfardo del río de la Plata, la palabra “curro” menta una actividad ilegal, un fingimiento por el cual se obtiene un lucro mediante el engaño de algún incauto.

Lo que con impulso estatal se logró producir en el sentido de un rescate de la verdad abolida durante los años transcurridos entre 1976 y 1983 (las investigaciones penales, pero también la preservación como lugares históricos de los centros clandestinos de detención, el hallazgo y la filiación de restos humanos, la recuperación de la identidad de nietos, la promoción de creaciones culturales sobre la memoria de aquellos años aciagos), todo eso ha quedado envilecido con la palabra “curro” y sujeto a caducidad.

Conmigo se acaban los curros de los derechos humanos.

Esa flecha dibujó un extenso vuelo que acaso todavía no agotó su energía.

En la madrugada de este 20 de noviembre se ha transformado en un aerosol rojo que escribió una ligera modulación de esa misma frase: “El 22 se termina el curro”. Su destino fue el frente de la Casa de la Memoria y la Vida –Morón, provincia de Buenos Aires-, ubicada a metros de donde funcionó el centro clandestino de detención conocido como Mansión Seré, a cargo de la Fuerza Aérea en los años de la dictadura.

Este infausto hecho tal vez enseñe que nada se dice por azar y que el rumbo de los dichos interpela al que los lanza.

Larga repercusión tienen las palabras, decía un poeta.