Recientemente se presentó un manual bajo el título de “Mitos Impuestos: una guía para disputar ideas sobre lo fiscal”, que contiene una serie de ensayos de distintos autores y que es de lectura muy recomendable. Cabe señalar que en dicho manual la palabra mito está tomada en su acepción de “persona o cosa a la que se le atribuyen cualidades o excelencias que no tiene” y en este caso aseveraciones que son repetidas pero que en verdad son falsas.

En el manual se señalan 10 mitos.

El primero de ellos es “Para que el país crezca hay que achicar el Estado” y  Marisa Duarte lo desmiente poniendo el énfasis no en la dimensión sino en el análisis acerca de quien se apropia de los recursos del Estado ya que se suele cuestionar el gasto social pero se omite mencionar las múltiples formas en que se direccionan recursos hacia las clases dominantes, en especial hacia el sector financiero.

El segundo mito desenmascarado por Cecilia Bermúdez y Francisco Cantamutto es el que pregona que “La maquinita de imprimir billetes es la única causante de la inflación”. En primer lugar se demuestra que la emisión no generaría inflación si la mayor demanda originada por ella produce un aumento de la producción, en segundo término hay causas externas como el aumento de precios de importaciones necesarias, así como cambios de precios relativos. Por último se pregunta si es la emisión la que produce inflación o es a la inversa: la inflación es que genera la necesidad de la emisión.

 El tercer mito cuestionado es el que postula que “Hay que pagar la deuda cueste lo que cueste” Noemí Brenta afirma que reducir el sobreendeudamiento es imprescindible, pero el ajuste no es el camino y expone antecedentes históricos y alternativas no ortodoxas para hacer frente al tema.

Magdalena Rua desarma el mito de que “La presión fiscal nos está asfixiando” con números que muestras que la presión fiscal argentina es inferior al promedio de los países desarrollados, incluso que Brasil.

El quinto mito es “Los impuestos no influyen en las desigualdades de género” analizado por Corina Rodríguez Enriquez quien partiendo de la evidencia de que el sistema impositivo argentino es regresivo advierte que afecta más a los hogares más pobres y en los mismos las mujeres están sobrerrepresentadas.

El siguiente mito “Para crecer hay que bajar los impuestos” es demolido por Martín Mangas. La experiencia empírica demuestra que la baja de impuestos, especialmente a las ganancias, en el mundo y en el país, solo sirvieron para acrecentar la desigualdad. De hecho impuestos progresivos de hasta el 70% convivieron con los años de mayor crecimiento económico en EEUU y la baja de impuestos durante el gobierno de Macri fue una de las causas de la recesión durante su gobierno.

El séptimo mito “Las grandes empresas son las que más aportan a la recaudación de impuestos” es desmentido por Adrián Falco con datos precisos que demuestran que a través de múltiples mecanismos (elución, evasión, sub y sobre facturación, fugas a paraísos fiscales, etc.) sucede lo contrario.

El mito sobre la intocabilidad del secreto fiscal es rebatido por la especialista en criminalidad económica María Eugenia Marano, aportando numerosas casos en que dicho postulado debe ceder ante otros principios superiores y que corresponde armonizar la regulación del secreto fiscal con el derecho humano de acceder a información pública y dar a dicho instituto la interpretación más restringida posible.

“Las inversiones llegarán cuando bajen los impuestos” es un mito que originó una feroz competencia entre distintos países cuyo resultado fue una desfinanciación de los Estados y magros resultados en un mundo donde los capitales fugan hacia los paraísos fiscales según lo demostrado por los investigadores Alejandro Gaggero y Gustavo García Zanotti.

El décimo y último mito tratado por el mencionado manual es “La corrupción causa la falta de recursos” que es cuestionado por el economista Andrés Asiain quien comienza por admitir que  combatir la corrupción política resulta fundamental para defender las democracias y garantizar un uso adecuado de los recursos públicos pero tanto o más es denunciar y evitar las múltiples formas que asume la corrupción en el ámbito privado comenzando por el financiamiento de la política por el poder económico y mediático.

Hasta aquí la sinopsis del excelente material que contiene el manual. Pero quiero mostrar un caso inverso, es decir algo que algunos (o muchos) consideran erróneamente un mito y no lo es.

Cuando Eva Perón dijo “Donde hay una necesidad nace un derecho” pronunció una de las más nobles palabras que se hayan enunciado. Está lejos de la beneficencia y la dádiva, no se regala nada ni siquiera se otorga un derecho, solo se reconoce ese derecho para quienes sufren esa necesidad.

Sin embargo para el juez de la Corte Suprema Carlos Rosenkranzs eso sería un mito porque argumentó que “no puede haber un derecho detrás de cada necesidad, sencillamente, porque no hay suficientes recursos para satisfacer todas las necesidades”. Y en términos parecidos se manifestó el candidato libertario Milei que gritó   "El problema es que si hay un derecho alguien lo tiene que pagar. El problema es que estamos con necesidades infinitas y estamos con recursos escasos"

Sólo en la mente mezquina de estos personajes se les puede ocurrir que la afirmación se refiere a todo tipo deseos que ellos asemejan a necesidades. Por supuesto que la vida lujosa de Rosenkranzs no es un derecho para todos (si bien el se guarda de asegurársela para sí). A lo que Eva Perón se refería era a las verdaderas necesidades: comida, techo, trabajo, educación, salud, cuidado para la niñez, la ancianidad y los enfermos, ejercicio de una vida digna, pero nunca pensó en consumos suntuarios. 

Esta es una vieja triquiñuela de la derecha: extremar afirmaciones progresistas mucho más allá de su verdadera interpretación para convertirlas en impracticables y desvirtuando el sentido de las mismas. Así frente a la indignación por las escandalosas desigualdades que se dan entre los países y al interior de los mismos sostienen que no todos deben contar con exactamente los mismos ingresos y la misma riqueza. Pero esa no es la pretensión de quienes abogan por mayor equidad. En general se reconoce que hay desigualdades que se justifican porque hay quienes tienen mayor laboriosidad, tenacidad en el esfuerzo o talento. Inclusive se acepta que algún nivel de desigualdad puede ser beneficioso en términos de innovación o productividad. Pero lo que se denuncia es el nivel de la desigualdad que supera ampliamente cualquier justificativo ético.. Pero justificar un nivel de desigualdad extremo como el existente poniéndolo en contraste con un mundo donde todos sean totalmente iguales es jugar sucio desde el punto de vista intelectual así como justificar las carencias más elementales de gran parte de la población con el argumento que no se pueden satisfacer todos los deseos aún los más caprichosos es una trampa argumentativa.

El colmo de la incongruencia es la afirmación de Milei cuando promete que van a ganar “No solo porque somos más productivos, sino que abrazamos los valores morales correctos”. Desde cuando la eliminación de derechos, la indiferencia y el menosprecio de los más necesitados, la negación de los crímenes de la dictadura y la defensa de los privilegios de los más ricos son valores morales correctos.

Eva Perón es un mito si se toma otra de la acepciones que el diccionario asigna a dicha palabra “Persona (o cosa) rodeada de extraordinaria admiración y estima” y esa persona le asignó derechos a quienes adolecen de carencias básicas lo que expresa un valor moral por el que vale la pena luchar