A los premios Martín Fierro se les ha dicho todo y de todo fundada e infundadamente. Se aclara que cuando es infundadamente es porque se los valoriza. Son naturalmente incombustibles por más bidón de nafta que se suba al escenario. Y por más fuego, lava ardiente y deseos explosivos que los instiguen. Rechoncho o magro el bidón no se confunde con otro envase. Es bidón. De plástico, lata o vidrio, pero nunca de metal precioso.  

Los efectos del gas- se sabe- son etéreos y efímeros y ningún Martín Fierro aspira a más que un gas. Y de disipación instantánea. Tampoco nadie de quienes lo reciben consiguen solidificarlo ni los que lo pierden dejan de gasificarse. Los define un aura evanescente de moléculas que no se conectan entre si, por más besos y piquitos que se den. Son premios y despremios a la vez. Nacen descreídos desde su creación y fingen teatralmente ser creídos por los mismos que los descreen. Tienen éxito porque es lo único que tienen; en el interior de la estatuilla no hay más que gas, y en su exterior también. Y hay plena conciencia de eso. Por eso no hay un museo de estatuillas Martín Fierro de televisión ni una academia o foro de premiados. El jurado es multiforme, multihumano, multiservicio lo que lo define indefinido. Son expertos en gas. Y como tal gozan de la propiedad de ocupar completamente el volumen del recipiente que los contiene. Se acomodan en uno grande o en uno diminuto. Son adaptables a la forma del contenedor y capaces de comprimirse hasta donde el recipiente lo exija.

El premio no califica para una placa de cementerio o para una de esas que se ponen en el frente del solar donde nace un ilustre. A lo sumo para una repisita junto a un sahumerio y un escudo de un club de fútbol. Tampoco para una reunión social. Porque presentar a un invitado así: “Mire, aquí le presento a fulano, ganador de un Martín Fierro” sería tan ridículo como presentar a Obama como ganador del premio Nobel de la paz o presentar a un editor argentino propietario de medios  como adalid de la libertad.

Recibir el premio, o no, es neutro; apenas está esa diferencia que el que lo gana se alboroza un ratito y reconoce el amor de la santa familia aunque también por un ratito.  O  se permite salirse del molde con un permisito patronal para emitir tipo prócer algún alegato a favor o en contra de algo. Ese instante de exaltación política-periodística o escénico-ética es el sueño de cualquier martinfierrista en ejercicio o en trance. Esa es la irreprimible ilusión de cadena nacional que los embriaga. Se presume que un premiado con gas puede emitir un gas verbal apoteótico. Un “Di tu palabra y rómpete”,auspiciados por Nietsche.

Está bien que así suceda. No es nada. O es nada. En antiguas civilizaciones consagradas por la historia se adoraban demonios y fantasmas, monstruos y arcángeles. ¡Se adoraba cada cosa!

Así que en estos tiempos adorar a la televisión y a sus premiados es gas natural. Naturaleza gasífera. Habrá que esperar que poco a poco se extinga. O que alguna vez el bidón explote con sus lamentables consecuencias en las inmediaciones. ¡Mierda! ¿Por qué no habrá ganado “6,7,8” ?