“Sucia como una papa”, fue la descripción. Cortita, contundente y clara. La entiende el politólogo sueco que escribe su tesis de posgrado sobre la Argentina y que fuera tan protagonista de algunas columnas de Mario Wainfeld y también el don y la doña de la esquina. El autor de la perfecta metáfora no fue otro que el mejor esgrimista verbal que tiene el oficialismo y le fue dedicada a la blonda y fabuladora diputada nacional. Pero le va de perillas al jefe comunal que quiere ser Presidente, a ese que gracias a papá abrió la Boca, a ese que gracias a Boca alguno lo pudo tomar en serio, a ese que, incluso con la papa en la boca, armó la estructura necesaria para seguir dominando los hilos de Boca.

El del bigote más icónico del gobierno nacional, a éste, al que marketineramente se sacó el bigote, le dice de otro modo: “conejo negro”, le puso. “Porque ni los magos lo hacen trabajar”, dice. Pero le va lo de la papa, porque está sucio.

Sucio porque protagoniza y protagonizó hechos confusos y sobre los que pocos preguntan porque lo necesitan lavadito. Porque no tiene palabra clara para tragedias que se parecen demasiado a negligencia, en algunos casos, y en auto atentado y ocultamiento en la mayoría. Porque lo roza -y, si no lo taparan tanto, se vería con claridad el mecanismo- el manto de “yo no sé nada” sobre Beara. Porque se desviste y deja ver su xenofobia en su “Se enojan cuando uno va y los clausura” como toda explicación para el doble incendio intencional del taller de costura clandestino en el cual murieron Rodrigo y Rolando Mur, los dos nenitos calcinados, abrazados a su perro. Porque es aterrador su silencio frente al fuego de Iron Mountain, que consumió 5000 cajas de pruebas de evasión de sus amigos y socios de poderosísimas empresas que lo cuidan para llevarlo a la Rosada. Porque está procesadísimo, pero como lo ateflonan se puede hacer el gil. Puede hacerse el sonso tanto sobre el actual procesamiento como sobre aquel del 22 de enero de 2001 en que fue indicado como partícipe de contrabando agravado. Una Sala de la Cámara de Casación hizo un disparate jurídico: utilizó un régimen nuevo para un delito ya cometido y así salvó a Franco y a Mauricio Macri de una segura condena. Fue precisamente aquella salvación del actual líder PRO -de este jefe comunal que quiere ser Presidente, éste de la papa en la boca, el mismo que creó la estructura actual de Boca- la que hizo volar por el aire a la Corte menemista. Entre los cargos por los cuales se destituyó a Antonio Boggiano y a Eduardo Moliné O´Connor estuvo la obstrucción del proceso legal respecto de la investigación por presunto contrabando, por causar daños al Estado Nacional y por beneficiar al grupo económico de Franco y de Mauricio, que es Macri.

En este imbricado momento histórico, las propaladoras del discurso del poder real son al mismo tiempo, las constructoras de ese relato. Algo así como ser autor intelectual y, a la vez, narrador del delito pero que es presentado como cometido por un autor material externo estructura pergeñada por quien lo ideó.

Estas propagadoras de poder real lo quieren (lo necesitan, mejor dicho) de candidato ahora y de Presidente después. Le borran la UCEP, esa maquinaria de levantar pobres que no tienen más que la calle y sólo por eso, tortura y palo y rótulo de delincuente. Deslizan sobre un terreno borroneado a las Taser picaneadoras con las que el ingeniero quería dotar a la Policía Metropolitana, una fuerza constituida desde el bajo fondo de lo peor de la Federal, eso de lo que el Estado Nacional quiso deshacerse. Le quitan contacto con una estructura de poder policial y de seguridad casi paralela que Macri construyó para la ciudad, pero que tiene su núcleo de origen no en las decisiones de la vida público-política del actual jefe de gobierno sino en lo que fuese su trampolín: el club de la Rivera.

El procesado Jorge “El fino” Palacios está en el nudo del ovillo de una trama que se extiende desde el supuesto secuestro de Mauricio Macri a la brutal actualidad de la muerte de Alberto Nisman y el encubrimiento del atentado a la AMIA.

“Yo, al Fino Palacios no lo conozco porque participó en el secuestro mío o de mi hermana. Lo conozco desde 2002, cuando le pedí a Eugenio Burzaco (entonces jefe de la Policía Metropolitana) que consulte a los servicios de inteligencia (¡extranjeros!) sobre el mejor elemento de la policía”, escribe textual sobre dichos de Macri en su página de internet el periodista Walter Goobar. “En ese momento –continúa Goobarr- Macri preparaba su proyecto para desembarcar en la ciudad y ya promocionaba en su campaña la creación de una policía. Entre su secuestro en 1991 y su candidatura en 2002 había transcurrido más de una década, lo que excede cualquier margen de error involuntario. Según esta nueva versión, el Fino Palacios entró a la vida de Macri tan sólo en 2002, cuando perdió el balotaje contra Aníbal Ibarra. En 2002, Palacios aún revistaba en la Federal, de donde fue dado de baja en 2004, al conocerse su relación con Jorge Sagorsky, un reducidor de autos, quien luego fue condenado a seis años y seis meses de prisión por el secuestro y asesinato de Axel Blumberg”.

“Ante 40 dirigentes judíos Macri lanzó la nueva versión sobre su relación con el ex comisario caído en desgracia. ‘Perdí la elección y hubo un problema en Boca con los barrabravas y lo llamé a Eugenio y le dije por qué no lo probamos a Palacios’, explicó Macri. En 2004 Palacios seguía contando con buenos contactos con la DEA y la CIA a partir de su trabajo en la Triple Frontera y decidió aliarse con el enemigo del que lo había echado, y por eso aceptó convertirse en jefe de seguridad de Boca Juniors”[i]. Cuando llegó al cargo de jefe de la ciudad, Macri no pudo aclarar las verdaderas razones para nombrar a Palacios, sobre todo porque éste ya estaba acusado de encubrimiento por el atentado a la AMIA junto con Carlos y Munir Menem, el ex juez Juan José Galeano y el ex jefe de la SIDE Hugo Anzorreguy.

Todos estos nombres han reaparecido en la escena pública con la muerte de Nisman y los hemos mencionado una, y otra, y otra vez. Y, así, personajes que permanecían entre bambalinas tuvieron luz de frente. Como los fiscales de los paraguas entre quienes figuran Raúl Pleé y Carlos Stornelli. Dos de los miembros de esa estructura paralela que Mauricio Macri armó casi como un mecanismo de seguridad multifunción y poli rubro: privado y público; de Boca a la Metropolitana.

Raúl Pleé es el Fiscal de la Cámara de Casación, es decir, la última instancia de los mortales locales antes de la Corte Suprema. En diciembre de 2000 fue él quien dictaminó en favor de que se rechace el recurso que presentó el Gobierno de Fernando de la Rúa para que la Justicia revise el fallo de los 20 condenados por el ataque al cuartel de La Tablada. Para Pleé no había “peligro de sanción internacional" a la Argentina. Claro, según él no iba a ocurrir lo que sucedió: que la Corte Interamericana de DDHH sentenció que el Estado Nacional había faltado a su obligación de investigar de “manera exhaustiva, imparcial y concluyente” la ejecución de José Alejandro Díaz e Iván Ruiz, investigación que habían llevado adelante (mal, a la vista de la máxima instancia de DDHH de América) Nisman, Sebastián Blanco Bermúdez (actual abogado de Stiuso) y él.

El periodista gallego Jon Sistiaga hizo para Canal Plus unos especiales sobre violencia en el fútbol. Y en el césped del campo de juego con las populares y plateas completas, a minutos de inicio de un partido, el reportero entrevista a un hombre que livianamente se presenta como “segundo jefe de seguridad de Boca”, alguien de quien Sistiaga dicen “echa una mano a su equipo los fines de semana, los días que no trabaja como fiscal”. Se trata del mismísimo Pleé, quien definió el accionar del jefe de la barra brava Mauro Martín como la de un “organizador”. “Ellos tienen una marca y con la marca La 12, comercializan y así financian sus viajes. Mauro es un organizador, sólo un socio con preminencia, pero no es el jefe de ninguna barra brava”, fue la impactante descripción del fiscal. Puede que a Heidi esta explicación la convenza. Sobre todo después del baño de ácido del jueves, día en el cual puse en duda aquello del Diego de que “la pelota no se mancha”. Porque me parece que sí, que se la enlodaron y que quedó sucia, porque hay sucios, sucios como papa.

Otro protagonista del aparato Macri/Boca es Carlos Stornelli. El vínculo de Stornelli con el barra Di Zeo es conocido y ya casi naturalizado. Stornelli siguió hasta hace poco como jefe de seguridad de Boca, incluso luego de una denuncia que –por este hábil poli rubro judicial/deportivo/policial/político que han sabido crear- se embrollara y quedara en esos atolladeros que tanto les gustan a muchos fiscales, a esos de la f de fuero federal.

El actual jefe de seguridad de Boca es Claudio Lucione, un ex comisario de la séptima y de la 17, echado por la entonces Ministra de Seguridad Nilda Garré; que fuera también delegado en Lomas de Zamora con estrecha ligazón con algunos de la feria de La Salada, denunciado por La Alameda por vínculos con algunos truchos de la ropa y que, llamativamente, estaba presente junto a Stornelli cuando se presentó públicamente el botón antipánico para la zona de Recoleta luego de que este barrio apareciera como territorio libre para las entraderas. Misteriosa y eficientemente, esta modalidad de robo desapareció de las primeras planas. Y al rato, no más, Lucione pasó a ser el encargado de la seguridad del club que preside Daniel Angelici.

Nada es muy claro si se mira con Lupa el presente y el pasado del intendente que –como otro lo hizo ya- quiere cruzar la Playa de Mayo y pasar de la jefatura de gobierno a la Rosada.

Mauricio Macri saltó a la boca de todos en 1991, cuando se conoció la información de que a punto de llegar a su casa de la calle Tagle fue secuestrado. Se trató todo de una situación tan increíblemente irregular que cualquiera que conoce los detalles no tiene más alternativas que hacerse molestas e incómodas preguntas, cuyas respuestas no dejan bien parado al jefe PRO.

“¿Cómo una persona que pasa 14 días en una habitación muy reducida bajo tierra y sin ventilación presenta ese aspecto vital que presentó Mauricio Macri, a quien además se lo notaba seguro y tranquilo? (…) Si bien aseguró que fue liberado en Lomas de Zamora y allí tomó un taxi de alguna de las paradas existentes, entre los 14 que se encontraban de guardia en ese momento, ninguno de ellos se identificó como el que lo llevó hasta Florida y Paraguay donde se reencontró con su hermano Gianfranco. ¿Por qué no fue directamente con el taxi a la casa de algún familiar o amigo, si no estaba dispuesto a enfrentar a la prensa de guardia frente a la residencia de su padre? ¿Por qué el miércoles hubo un festejo en Eduardo Costa 3030 si lo liberaron a la madrugada del viernes? ¿Por qué entró en la casa de incógnito, cuando el reencuentro con la libertad era motivo de euforia lógica y propia?”, se preguntaba la revista Noticias en su edición del 8 de septiembre de 1991.

“Una historia por contarse” fue el título de la nota de Clarín del 21 de noviembre de 1991 y escribieron en esa crónica: “Alfred Hitchcock no hubiese tenido que esforzarse demasiado para escribir otra gran obra de suspenso si hubiese estado en la Argentina durante los pasados meses de agosto y setiembre. Es que la historia del secuestro de Mauricio Macri, la angustiosa espera y el feliz desenlace respondieron en todo a los requerimientos del género. Aún hoy a tres meses del hecho, la opinión pública guarda para sí una sensación de sospecha acerca de lo que realmente sucedió” (…)

“Mientras el oficialismo atribuía la liberación a la presión ejercida por la Policía, Francisco Macri vinculaba el feliz desenlace a la estabilidad económica lograda por la administración Menem, todo esto a pocas horas de las elecciones. Desde entonces siguieron flotando una cuantas dudas sobre el episodio. Mauricio contó una y otra vez los detalles de su cautiverio y se presentó a declarar ante la Justicia en dos oportunidades. También aparecieron algunas contradicciones en sus declaraciones –acerca del lugar en que fue dejado en libertad, por ejemplo- y varias curiosidades, como su excelente estado, a pesar de los días de cautiverio ‘en un sótano’, según él mismo dijo”.

Todos estos interrogantes no pudieron ser respondidos, pero nadie alzó la voz. Era un año electoral y el menemismo y sus socios se caracterizaron por instalar el siga-siga futbolístico en la vida cotidiana. El menemato ya estaba construyendo su andamiaje legal, económico y cultural y ninguno de los beneficiarios podía poner esos beneficios en riesgo.

Casi nadie conoce a Juan Carlos Bayarri[ii]. Cuenta el abogado Rodolfo Yanzón, un histórico abogado patrocinante en juicios de lesa humanidad, que “Conocí a Bayarri caminando los pasillos de los tribunales federales.(…) Este ex suboficial de la Policía Federal Argentina –que se retiró de la fuerza con el grado de sargento primero- es verborrágico a la hora de contar las peripecias que lo tuvieron como involuntario protagonista, que describen bastante la promiscua relación entre jueces y policías, el grado de corrupción, criminalidad y complicidad que se desprende de sus acciones y que sus legajos encubren. Este ex suboficial habla con orgullo de los momentos que vivió como custodio del Presidente Salvador Allende, cuando estuvo en Buenos Aires para la asunción de Héctor Cámpora

“Bayarri fue una de las víctimas de la institución, integrándola y también del aparato judicial, que la encubre.(…) Fue arbitrariamente detenido por policías que luego lo torturaron en uno de los lugares que fue centro clandestino de detención durante la última dictadura (…), el Olimpo. “La complicidad de miembros del Poder Judicial de la Nación hizo posible que el cautiverio de Bayarri se prolongara durante 13 largos y penosos años. (…)

“El 18 de noviembre de 1991 comenzó el calvario de Bayarri. Involucrado en el secuestro de Mauricio Macri, lo acusaron de pertenecer a la ‘banda de los comisarios’. (…) En 1994, al no obtener respuesta del Estado Argentino, Bayarri presentó denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

“Todo ocurría en medio de versiones sobre un auto secuestro, con la ayudita de comisarios de PFA –algunos terminaron socios de Macri en el armado de su ‘policía de seguridad’- como Vicente Palo –defendido por un abogado de la PFA, como si se tratara de un acto de servicio- y Carlos Sablich –que tuvo entre sus abogados a Ricardo Saint Jean, de la autodenominada Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia, que aboga por la libertad de los militares que participaron en crímenes de lesa humanidad. El primer jefe de la Policía Metropolitana, el Fino Palacios, fue asiduo visitante de los policías implicados mientras estuvieron privados de libertad por estos hechos. (…)

En 2004, la Cámara Federal absolvió a Bayarri por los crímenes por los que estuvo detenido arbitrariamente. El 30 de octubre de 2008 la Corte Interamericana dictó sentencia dándole la razón y constatando que había sido víctima de torturas por parte de agentes policiales”.

El Tribunal Oral N° 19, compuesto por Horacio Barberis, Raúl Llanos y Alberto Ravazzoli en la causa caratulada "privación ilegal de la libertad agravada y tormentos", en perjuicio de Bayarri y su padre, Juan José, ya fallecido, condenó en 2014 a los ex comisarios de Federal, Sablich y Carlos Jacinto Gutiérrez a 16 años de cárcel por torturar a dos policías de la fuerza para que confesaran haber participado en el secuestro de Macri. En tanto, el ex secretario judicial Albano Larrea obtuvo una pena de 3 años por encubrimiento y fueron absueltos Alberto Alejandro Armentano, por el beneficio de la duda, y Julio Roberto Ontivero, por falta de pruebas.

Ontivero es primo de Carlos Ontivero, una especie de secretario y mano derecha del Fino Palacios. Fue jefe de Ciro James en la Policía Metropolitana. Por esas casualidades extrañas que rodean la vida del jefe de gobierno, Julio Roberto Ontivero era jefe de Triple Frontera en momentos en que se armó contra Bayarri una causa por falso testimonio. El testigo clave fue un hombre de apellido Leguía, casualmente, un informante del Fino Palacios. Éste hombre declaró y responsabilizó a Bayarri ante el entonces juez Horacio Gallardo, un magistrado con jurisdicción en Misiones. Este mismo juez, junto con su colega José Luis Rey, fueron los que autorizaron las escuchas ilegales que involucraron a James, que hicieron saltar por los aires el cargo de Palacios y que llevaron al procesamiento de Macri. Gallardo murió destituido y Rey pasó a la fama como el juez prófugo.

Las historias de Bayarri, el fino Palacios y Macri volvieron a cruzarse en esa Misiones tan asociada a la tierra colorada a los yerbatales, provincia en la cual el jefe de gobierno en sociedad comercial con Enrique Nosiglia y Ramón Puerta hizo más grande su fortuna. Ese no es suelo de tubérculos y no es a eso a lo que se dedica el jefe PRO, pero pese a que comercialice otro producto, a veces cosecha lo que siembra y tal vez sea por eso que estos días se notó que andaba demasiado cerca de la mugre. Puede que sea porque está sucio, sucio como papa.


[i] Extracto de nota tomada de www.waltergoobar.com.ar

[ii] Todo su calvario está contado en su libro titulado “Los frutos del árbol venenoso”