Una canallada tras otra, una mentira tras otra. Como trompadas de loco, con repeticiones de miedo. Encubrieron durante ochenta días la desaparición forzada de un ciudadano.

Los medios masivos, los que te dicen mirá qué linda chica Vidal, se dedicaron a sembrar y difundir pistas falsas. Porque Santiago no estaba en Chile, no lo había apuñalado un puestero, no lo había llevado un matrimonio en su vehículo, ni un camionero en Entre Ríos. Porque no hay un barrio en Gualeguaychú  en el que todos se parecen a Santiago, y no se cortó las rastas en una peluquería de San Luis.

Santiago desapareció después de un operativo de la Gendarmería Nacional. Donde dijeron que no, y habían reprimido. Donde dijeron que Santiago no estaba y ellos mismos tenían fotos que comprobaban su presencia en el lugar. Lavaron las camionetas, ocultaron y mintieron. Y Santiago, después de eso, apareció muerto.

Todo el gobierno, de la mano de Patricia Bullrich, Elisa Carrió, Pablo Nocetti, Claudio Avruj, Marcos Peña, el propio Presidente de la Nación, Mauricio Macri, ocultó la verdad, falseó y difamó a la familia Maldonado. De eso no se vuelve, porque nunca lo vamos a olvidar, porque nunca los vamos a perdonar.

Sabemos todo eso. Lo sabíamos durante estos ochenta días. Como una aplanadora, nos pasaron por arriba con una operación tras otra, pusieron al Estado al servicio del encubrimiento. Porque lo desapareció Gendarmería y la responsabilidad plena es, fue y será del Estado. Y la mayoría de los medios, los más grandes, los que nunca están del lado del pueblo, fueron funcionales a eso. El periodismo más perverso y malicioso puso su pluma a disposición de la infamia.

Y había desaparecido un pibe, y había una familia destruida por el sufrimiento, buscándolo. Millones de argentinos y argentinas nos hacíamos la misma pregunta en las calles: ¿dónde está? Hoy queremos saber, necesitamos saber qué hicieron con él. Hicimos nuestro ése dolor, esa ausencia. Por eso ayer, cuando confirmaron lo que imaginábamos, fue desgarrador.

Y está bien que duela, porque eso marca la diferencia, porque nosotros no somos ellos. Dejemos que esta herida que abrieron, sangre. Que se escuche nuestro lamento, porque cuando el pueblo llora, el pueblo sabe. Y esta pena es empatía, es el deseo de abrazar a su hermano, de acompañar a esa familia que dio clases de dignidad en su peor momento.

Porque tenemos roto el corazón, porque nos gobiernan los malos. Y la maldad es tan dañina… no subestimemos la maldad, que es la madre de todas las crueldades e inequidades. Tampoco soslayemos la indiferencia de los que se creen buenos, porque el silencio es complicidad. Porque todos sabemos lo mismo, pero hay quienes eligen aplaudir a los verdugos.

Yo siento el desgarro, es algo casi físico que, se me ocurre, debe notárseme hasta al caminar. Ayer me ardieron los ojos por el llanto, que es bronca y tristeza. Una tristeza profunda, sin final, como el abismo inmenso que me separa hoy y para siempre de quienes no lo buscaron, de quienes se rieron de esta herida que le abrieron a la patria. De quienes minimizaron la ausencia, y buscaron compararla con otras para desvirtuar la realidad.

No los perdono, no puedo. Me hago cargo de mi historia y la historia de mi pueblo y les juro que nunca los voy a perdonar, a ninguno, sea quien sea. No les perdono la crueldad planificada, el desprecio, la infamia, la mentira, la indiferencia, la complicidad. No les perdono que quieran adormecernos de pena, para que el saqueo les sea más fácil. No les perdono que me hayan enseñado a odiar, hasta que aprendí, cuando siempre creí que no podía. Los odio, con la misma fuerza que amo, que es mucha. Y los voy a odiar siempre, porque no se olvidar.