La recuperación del nieto 114 es una noticia que está dando la vuelta al mundo. No es más trascendente que la recuperación de los nietos anteriores, pero al tratarse del nieto de Estela de Carlotto, la cara más visible de una lucha colectiva, la trascendencia en sí misma del hecho se multiplica por el interés periodístico que despierta.

Podemos decir que los indiferentes, si los hubiera a esta altura de las cosas, giraron la cabeza hacia el televisor para ver un acontecimiento conmovedor, como lo fue la emoción de Estela de Carlotto al enfrentarse, finalmente, a la posibilidad de cumplir su sueño de poder ver al hijo de su hija asesinada en 1978.

Todo lo pública que fue la búsqueda de las Abuelas de Plaza de Mayo a lo largo de más de 30 años se hizo más transparente por las razones expuestas, y colmó de felicidad a la familia que se encuentra con su nieto perdido. Sin embargo, también es un momento para pensar en esa persona, que su madre biológica llamó Guido al darlo a luz esposada a una cama del Hospital Militar, y sus padres adoptivos, Ignacio Hurban. En esta doble identidad, una de ellas negada durante décadas, se concentra el daño silencioso y persistente que fue capaz de producir la dictadura militar en sus víctimas más débiles.

Guido fue durante 35 años Ignacio. El hecho de descubrir que uno no es quien piensa que es (y que no lo es por un sistema criminal que así lo dispuso), pero que, además, no puede dejar de considerar quién hubiera sido, qué vida habría tenido si no la hubieran sustituido por otra llena de secretos, es una tragedia personal en las víctimas a las que les ha tocado esa injusticia apenas nacieron y, también, una vergüenza histórica respecto de la sociedad que no pudo impedirla.

La reparación no puede darse sin daño, tal es la escala del daño producido. Guido no podrá dejar de ser automáticamente Ignacio. La película Verdades verdaderas, de Nicolás Gil Lavedra, y el libro Laura. Vida y militancia de Laura Carlotto, de María Eugenia Ludueña, reconstruyen los momentos de ese drama, pero en esos relatos basados en los hechos producidos de “este lado” (el dolor por la pérdida brutal de Laura y su compañero) no está presente la vida de quien hasta hace unos días se llamaba de una manera y ahora se llama de otra. Aún en la paz que Guido/Ignacio pueda encontrar a partir de ahora, no dejará de operar la tristeza del daño inexplicable del que ha sido objeto.

Por esa razón hemos visto a Estela de Carlotto recibir la noticia con felicidad y cuidado. Ella sabe muy bien con qué se han encontrado los 113 nietos anteriores al suyo. Porque, por un lado, está la tranquilidad moral de la verdad en la que se va a vivir a partir de ahora (y, en este sentido, la verdad es la gran reparación) y, por el otro, la tristeza de admitir la mentira en la que se ha vivido sin haberla elegido.

Al margen de estas cuestiones, que son íntimas, el momento también sirve para reflexionar sobre los organismos de Derechos Humanos. Que hoy puedan seguir restituyendo a sus familias biológicas personas que ya andan cerca de los 40 años, es la prueba viviente de que la lucha por la verdad y la justicia, asociadas al pasado por quienes desconocen o niegan el carácter del daño producido por la dictadura, es un asunto del más estricto presente. Pero ese presente, cuando llega como ha llegado hoy una vez más, no tiene la forma de un milagro, sino de la lucha política más consecuente, pacífica y paciente que cualquier país puede ser capaz de mostrar a lo que llamamos civilización.

(*) Diputado de la Nación FPV.-