Si yo el lunes pasado me hubiera sentado frente a Joaquín Morales Solá y le hubiese dicho “mire, Joaquín, como soy un espíritu curioso quise analizar cómo influye el Mundial en nuestra sociedad, y para tal fin me fui al MALBA un rato antes de la final”, Joaquín me hubiese dicho “pero vos sos un boludo, gordo. ¿qué tiene que ver el MALBA con el Mundial?”. Quizá hasta me hubiera dicho “¿y por qué no te quedaste a ver el partido? ¿Estabas fumado?”. Pero por suerte no fui yo a charlar con él sino Beatriz Sarlo quien tiene permiso y cuenta con un larguísimo crédito para aportar sus bolazos en la tele que por lo general incluyen citas al Süddeutsche Zeitung, al Frankfurter Allgemeine Zeitung, al Neues Deutschland, al Die Zeit y capaz que a otros más que tampoco conozco pero que deben ser buenísimos. Una correcta pronunciación del alemán impone respeto. Quizá porque nos criamos viendo Sábados de Super-Acción donde los alemanes siempre hacían de científicos recontra-inteligentes, o hacían de espías que no sentían nada y eran recontra-inteligentes, o hacían de organizadísimos nazis, también: recontra-inteligentes.

El nazismo es una facilidad del lenguaje contra la cual debemos luchar. Yo mismo me veo muchas veces tentado de pronunciar la palabra mágica contra cualquiera o cualquier cosa que me desagrade o tenga visos de intolerancia y racismo. El último caso fue el de los jugadores alemanes que hicieron el baile del gaucho. Con esa poca gracia tan alemana. Primero me cayó mal y después me enteré que al parecer el baile es una danza clásica en las canchas teutonas donde el que pierde camina “así” y el que gana camina “así”. No es seguro que haya racismo en el baile del gaucho, apenas sí hay ese típico desprecio futbolero por quién se fue perdedor. Nuestros jugadores nunca se hubieran burlado de los alemanes aplicándoles un baile torpe, ni nuestros prejuicios al respecto: que son amargos, que son insensibles, y que son amargos, y que son insensibles. Y no es que lo hubieran evitado por falta de ganas, sino por la corrección política de estos últimos años de Inadi, y de inadización general que nos ha empujado a abandonar ciertas tradiciones que seguramente rozaban o se hundían en la intolerancia y la discriminación. Pero tengo la sospecha de que en algún momento deberemos controlar esta nueva corrección para no caer en su exceso. O sea: que todavía existe gente a la cual se la puede considerar mala gente y debemos poder decírselo de alguna manera.

Vuelvo con el tema: si seguimos jodiendo con el nazismo, un día podría ser redefinido como la pulsión desmedida de caracterizar como nazi a cualquier persona. El nazismo como un nuevo Sindrome de Tourette. Un tic nervioso. Una cuestión neurológica. El nazismo como el acto reflejo de acusar a otro de nazi.

La automatización de algunas ideas y sus expresiones, como tourettes de grupo o de clase, se va comiendo lo que en algún momento fue ideológico o político a conciencia. Así pudimos ver cómo los medios autómatas nos contaban que nuestros festejos mundialistas habían estado a la altura de nuestra barbarie, mientras que los festejos alemanes correspondían a la bella civilización. Esto se lo robo a Barone quien para complejizar estas cuestiones tan simplificadas recordó anoche que nuestro padre del aula Sarmiento inmortal tuvo por el gaucho sentimientos algo peores que los del seleccionado alemán. (Recordemos su propuesta botánica de un moderno sistema de riego del suelo pampeano con la sangre de aquellos paisanos montaraces). Pero nuestros medios que vieron sus tics amenazados por el mascheranismo que no es sino la expresión moral del sabellismo, que es político, debieron salir a reforzar los mitos fundacionales de los vecinos de Caballito: hay países serios y hay países como el nuestro. Y para eso debemos cerrar los ojos cuando los alemanes festejan matando a alguien y rompiendo propiedad privada –como hacían los gauchos con sus boleadoras  y facones-. El mito del país serio no es contingente, no puede ser reemplazado por otro mito porque éste funciona como la contra-garantía para nuestra sociedad. Quiero decir: como la garantía de una sociedad o una Argentina imposibles. Esto significa que el vecino de Caballito no puede pensarse como parte de un colectivo mascheranista mientras este no sea un país serio. Y para él nunca lo será, salvo que deje de querer ser un país soberano, o en otras palabra: un país. O sea: nunca será un país serio. De allí que se sienta solo contra el propio equipo, no quiera pagar impuestos, quiera que las mucamas sigan siendo mucamas, se indigne por “cómo nos ven afuera”, sienta que todos lo roban para no sentirse ladrón cuando roba él, y desée que el mundo nos castigue. Y en ese castigo, merecido por no ser un país serio, los fondos buitres vienen a ser la justicia que acá no tenemos –porque no somos serios-.

La solicitada buitre publicada en medios argentinos me pareció un avance peligroso de esta especie de partido antinacional con legionarios de afuera y de adentro. La solicitada que es llanamente una amenaza directa a nuestra soberanía, a nuestros intereses, a nuestra economía, se realizó en medios gráficos que aunque no sean argentinos en un sentido estricto, sí están instalados en nuestro país, pagan impuestos acá (los que pagan), hacen sus ganancias acá, tienen empleados de acá y utilizan infraestructura de acá. Es difícil de imaginar –por decir algo, en los EEUU- que una amenaza de un país o grupo extranjero apareciera publicada en medios norteamericanos. Eso sería interpretado como un acto de traición, porque colaborar con elementos ajenos a la nación que están intentando hacerle mucho daño a la nación es traición. No sé si deba explicarlo de nuevo. Sin embargo nos ha parecido normal y seguimos haciéndonos los distraídos como si la traición a la patria fuese un concepto nazi (ver párrafos anteriores). Como nos parece normal que haya países serios y otros como el nuestro. Como nos parece normal ir a un museo para hablar de un mundial de futbol. Una forma un poco más sofisticada que la de Lanata para poder decir que somos una mierda, pero con algunas palabras en alemán.

Pero no perdamos de vista lo importante. No son las expresiones tourette (al Inadi no le va a gustar esto) lo que amenaza nuestro futuro. Son las solicitadas buitres que nos muestran las armas reales con que se prepara la vuelta de aquella Argentina granero y gauchito del mundo.