A la hora de analizar la realidad político social de los despidos masivos impulsados por el Ministerio de Modernización del Gobierno de Mauricio Macri, tanto en el sector público como privado, nos encontramos ante la difícil tarea de  comprender la construcción social de la figura del “ñoqui” cuya dimensión y representación simbólica suponen un conjunto de características confusas que lo destierran de su identidad como trabajador, incluso como persona. La categoría de “ñoqui” proveniente del Lunfardo define a aquel que cobra un sueldo fijo por un trabajo que no realiza, es decir un vago, un chanta o acomodado. Sin embargo en la coyuntura política actual desde el discurso hegemónico, bajado por el propio gobierno y multiplicado en los medios de comunicación corporativos,  se le ha adjudicado también, con fines claramente políticos, la característica de “kirchnerista”, “grasa militante”, o  “camporista”. De este modo han logrado trastocar la identidad de miles de personas, así como su vida cotidiana, los grupos sociales afectados, y los canales de contención de dichas experiencias comunes. Al desterrarlos de su condición de sujetos sociales, al objetivarlos, han sido convertidos en una suerte de fantasmas que , sin rostro, nombre o familia por alimentar, recorren las tapas de los diarios, los discursos oficiales y las discusiones políticas, como chivo expiatorio de las políticas de ajuste y achicamiento del Estado implementadas por la gestión de Cambiemos.

El sociólogo Daniel Feierstein en su libro “Genocidio como práctica social (entre el nazismo y la experiencia argentina)”, identifica, en el marco del análisis de las prácticas sociales genocidas llevadas adelante durante la última Dictadura Cívico Militar,  una tecnología específica de destrucción y reorganización de relaciones sociales que ha jugado un papel central en diversos momentos históricos de la modernidad. La sistematización de dicha tecnología, que tiene como fin transformar y refundar las relaciones sociales al interior del Estado, como también los vínculos, los códigos, el lenguaje, la cotidianidad, las mediaciones políticas, es decir, el ejercicio concreto y abstracto de poder en dicha sociedad, se inicia con una etapa inicial de “construcción de una otredad negativa”. Sin caer en comparaciones infundadas pero sí siendo consciente de que vivimos un período de fuerte disciplinamiento social desde el Estado con una impronta netamente autoritaria, me permito utilizar dicho marco teórico para entender cómo se impulsa desde el discurso hegemónico la construcción una otredad negativa definida como “ñoqui kirchnerista” en el marco más amplio de un proceso de resignificación de lo ocurrido durante los últimos doce años, de la historia y fundamentalmente de la concepción del Estado.

       La identificación de un sujeto social a estigmatizar constituye la ruptura inicial con el modelo anterior o, como les gusta decir, la “pesada herencia”. De este modo desde el poder, representado en el Ejecutivo pero también en los medios de comunicación, se retoman símbolos y características existentes en el imaginario colectivo promedio y refuerzan los prejuicios latentes a fin de construir un sujeto social negativamente diferente, representante de la “no normalización” y por lo tanto desechable.  Las definiciones de negatividad durante los primeros meses del gobierno de Cambiemos se centraron en la figura del “ñoqui kirchnerista”, “delincuente” o “corrupto”, quien teóricamente cobrara un sueldo sin ir a trabajar. Lo paradójico de la situación es que jamás se llevó a cabo una sola auditoria, y la mayoría de los despedidos fueron informados de su desvinculación con el Estado a través de listas manejadas por agentes de empresas de seguridad privadas en la puerta de sus respectivos espacios de trabajo.

Asimismo la asignación  al campo de la “delincuencialidad”,  o lo moral es una operatoria a través de la cual se intenta convertir un conflicto político o ideológico en uno policial o jurídico asociado a la necesidad de llevar adelante métodos represivos contra los “ñoquis” o kirchenristas que no contemplen la dignidad del trabajador, sus derechos como ciudadano o su situación personal. Han llegado a establecer limitaciones a la propiedad, el ejercicio de determinadas profesiones, o  la realización de determinadas prácticas. Se intenta regular hasta los espacios, buscando limitar sus movimientos, sus posibilidades de desarrollo y sus propias prácticas. No casualmente una de las primeras acciones en estos términos fue la detención de Milagro Sala, quien fue rápidamente estigmatizada y deshumanizada por la Justicia y los medios, mientras que miembros de su familia y entorno fueron denunciados por ser propietarios de bienes materiales que son socialmente adjudicados a la clase media. El hecho fue convertido por los medios en un símbolo de la lucha contra el modelo de Estado anterior.

Justamente la fase superadora en términos cualitativos es  el “hostigamiento”, donde la negativización  de la alteridad no puede quedar ubicada tan sólo en un plano simbólico y pasa a la acción.  Se busca profundizar el marcaje del otro, prueban la capacidad de respuesta de la sociedad ante la violencia directa y organizan un aparato represivo bajo la necesidad de ordenar, regular las acciones y volver predictible una realidad ficticia. Una clara prueba de dicha operatoria se visibilizó el miércoles 24 de febrero durante la cobertura mediática de la movilización y el Paro Nacional frente a los despidos en el Estado, cuando periodistas de diferentes medios y funcionarios oficialista legitimaron y exigieron la implementación del "Protocolo de actuación en las manifestaciones públicas" presentado días atrás por la ministra Bullrich.

El impacto del asunto se acrecienta cuando las prácticas de hostigamiento trascienden el campo de lo simbólico (la construcción de la negatividad) y pasan al campo de lo material y físico, cuyo objetivo es el debilitamiento y  el resquebrajamiento de las conquistas sociales logradas durante los últimos doce años, la conciencia social adquirida por el pueblo, y los lazos solidarios construidos diferentes fracciones del entramado social.