El gran poder del microfascismo está poniéndose a prueba en forma de un nuevo grupo comando en el canal del sol con pinches. Banditas de fachitos que se dedican a dar su opinión sobre cualquier tema desde una mirada de supuesta “gente común” o “ciudadano que paga sus impuestos” parece funcionar bastante bien. Y uno lo supone efectivo por el impulso que Clarín le está dando a estas tropas especializadas.

La usurpación de la voz del “común” –más que usurpada inventada, porque nadie sabe qué es la persona común- la realizan personas que sin más especificidad que la de ser profesionales de los medios conforman unos coros televisivos donde la norma es no profundizar ni complejizar ninguna cuestión. Sino, y todo lo contrario, al estilo de las voces más temerarias de la cola de la verdulería, sus comentarios son siempre certezas, definiciones asertivas que una banda de irresponsables lanzan sobre los temas más diversos, serios y complejos en el medio de comunicación más poderoso del país. Los temas generados por la agenda hegemónica llegan hasta ahí para que el grupito brinde una una respuesta simple, sencilla, expeditiva y que suene a “sentido común”. Qué hacer con la inseguridad: cárcel a los chorros. Qué hacer con los fondos buitres: pagar y no darle más vueltas al asunto. Qué hacer con el sistema de calificaciones en la escuela: ponerle un cero al que no estudia. Qué hacer con la inflación (según ellos disparada al infinito): dejar de mentirle a la gente. Qué hacer con los kirchneristas: perseguirlos, alcanzarlos y encerrarlos para que no vuelvan. Y así, con un temario que no tiene que ver con la realidad sino con una estrategia de desgaste al gobierno, los integrantes del grupito se dedican básicamente a relatar un país que es un caos donde la pobreza no para de crecer, donde no hay dinero que alcance, donde no se puede salir a la calle sin que alguien nos ataque, donde la corrupción lo carcome todo, y donde –como dijo una periodista esta semana- cuando alguien en la villa se queda sin dinero, inmediatamente sale a robar.

Calificar como imbecilidades estos conceptos autoritarios no servirá de mucho aunque sea cierto. Lo que más impacta es que detrás de las peligrosas imbecilidades hay convicciones. Estos días podemos ver en internet la nota que aunque decidieron no emitir le hicieron a Víctor Hugo Morales en el marco de la campaña para destrozarlo por algo que no dijo (aquello de que las villas son lugares maravillosos donde vivir). Ahí se puede ver a una movilera de Canal 13 muy confundida porque su entrevistado VHM no cree que en el país haya muchos más pobres que hace diez años. Y uno que entiende el dato del crecimiento exponencial de la pobreza como un delirio operado, veía la reacción de esta periodista realmente convencida de que las cosas están tantísimo peor que antes de la llegada del kirchnerismo.

No deja de sorprender cómo funciona la realidad paralela del grupo Clarín sobre sus empleados. La negación –esto es más para un psicoanalista que para mí- parece tener un poder que va más allá de investigaciones y estudios de la ONU, Cepal, Unicef, OMS, FAO y lo que uno quiera mostrarles por fuera de sus propios cálculos. (Tampoco les sirve ver lo que pasa en la calle.) Pero bueno, el problema no es que Mercedes Ninci esté convencida de que vive en un infierno, el problema es cuánto logra convencer con su propia convicción. Porque ahí es donde Clarín utiliza el poder “del común”. Ninci no es Lanata –quien no puede ocultar el cinismo que lo hizo famoso- sino una señora que todas las tardes y sin ironías sufre en cámara las iniquidades de este gobierno. Esa falta de cinismo y esa ausencia de ironía hace que Ninci sea mucho más efectiva para transmitir el virus generado en las oficinas de la corporación que el pícaro gordito a quien su estilo superado, jailaife y psicopático no le permite humanizarse. Ninci en cambio es de barrio y es humana.

Pero las banditas de fachitos no sólo se dedican a sufrir y relatar los infinitos males que nos arruinan la vida. Tienen también su costado salvaje. Y eso se pudo ver esta semana durante un nota que le realizaron a Andrea Rincón, quien sacando fuerzas no sabemos de dónde, se planta frente al grupito con sus convicciones kirchneristas. Es entonces cuando esta gente -que se siente gente común, decente e indignada- se dedica sin niguna vergüenza ni autocontrol a gritarle cosas, a reírse, a burlarse, y por supuesto a acusarla de corrupta, todo con el estilo festivo de una patotita de muchachones de esquina. Un mini-linchamiento televisivo que adoctrina a las plateas. El mensaje es sin duda “así se trata a un kirchnerista, como lo tratamos nosotros que somos gente común, decente e indignada”.

Las banditas de fachitos de las tardes de Canal 13, alimentados ideológica, psicológica y materialmente por Clarín, avalados en su accionar antidemocrático, insuflados de bronca, autorizados a “tener” la solución para cualquier problema, autofestejados cuando hacen ostentación de maltrato a cualquiera que se presente como simpatizante del gobierno, sin más ley que la propia convicción de que su eterno disgusto les da derecho a todo, irrespetuosos, y ansiosos por hacer justicia por mano televisiva propia, son el arma de última generación de los medios corporativos. Su vínculo con el periodismo –con lo que queda de él- es ninguno, aunque nos lo quieran imponer. Las banditas de fachitos vespertinos funcionan como una especia de Polémica en el Bar, donde al delirio y a la obligada falta de rigurosidad le quitaron la clave humorística. Dejándonos al descubierto el más crudo propósito de los medios corporativos: su obsesión por transmitir su ideología desideologizándola, su necesidad de generar estados de ánimo desesperanzados y ominosos, su estrategia de adoctrinar sobre lo que está bien y lo que está mal, su táctica de ocultar los temas importantes, y su pedagogía política de brindar herramientas pre-democráticas para continuar la lucha contra los intereses del pueblo. Para generar en el mismo pueblo la confusión de que quienes promueven un tiempo para volver a avasallar sus derechos -las corporaciones con sus banditas de fachitos- son en realidad los mejores amigos del pueblo. O son el pueblo mismo en la voz del “común”.

La efectividad de este dispositivo -menos visible que los editoriales más importantes y pesados- está jugando muy fuerte en esta puja. Y esto de describir un poco de qué manera funcionan no sirve absolutamente para nada. Salvo que sea para tenerlo en cuenta al momento –muy necesario- de responder con herramientas comunicacionales que los neutralicen. Herramientas que hasta ahora desconozco y que después de tantos años nos siguen siendo esquivas. Tanto es así, y tanto es el poder que tienen para imponer sus operaciones políticas, que hoy estamos discutiendo si hay más pobres en la Argentina. Contra ese desatino nos han acorralado. Y ese delirio es hoy la materia con la que debemos lidiar.