Los agrietados por la grieta se inquietan por no poder sellarla con algún material o pegamento. No hay sellado posible. Ni de tipo religioso, social ni político. Porque esta vez la grieta se ha expandido tanto que ocupa todo el espacio sin que queden márgenes para que estos vuelvan a unirse.

Es inútil  tratar de sellarlo. Es espacio ilimitado. En el que todos, agrietadotes, agrietados y desagrietados, estamos adentro. Quienes más se sienten damnificados son los que antes no estaban en la grieta sino que estaban contemplándola como espectadores. O eran sus excavadores furtivos tradicionales. Se amparaban en uno u otro margen. Les daba igual para no responsabilizarse de los que caían al vacío. Ya no: han sido empujados a involucrarse en el desagrietamiento.  La ausencia de la grieta los asciende, o se los traga. Ya no hay forma de posar de neutrales. Impedidos de seguir mirando la grieta desde un balcón se ven comprometidos a tratar de ubicarse en el espacio. Se asustan y desorientan. Estaban acostumbrados a la hipocresía de disfrazar la grieta con un supuesto puente . No entienden el espacio. No aceptan el fracaso de falsas soldaduras, e ignoran que tanta libertad los libera.

Por fin son todo lo reaccionarios que son y no todo lo progresistas que fantaseaban que eran. Son fácilmente identificables por su nostalgia. La de  añorar el tiempo en que tapaban y escondían a la grieta. Y no se sentían, como hoy, agrietados.